Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




lunes, 10 de noviembre de 2025

 

Freud y el resto que queda sin simbolizar. Dos ejemplos de final de análisis en la literatura

Pilar Ruiz Gimeno

En la sesión de trabajo abordamos el concepto de resto en Análisis terminable e interminable de Freud y el resto en el pase de N. Carbonell. Después, cómo lo narran P. Rey y J. J. Millás.

No es extraño que el psicoanálisis indague entre los “restos” de la psique porque no hay operación humana perfecta, cualquiera de sus manifestaciones deja residuos. Son objeto de estudio de la arqueología y la antropología. El sistema social o educativo tiene sus restos. También la literatura trabaja con huellas de la memoria y la poesía con restos de la vida. Dice Idea Vilariño: Qué fue la vida /qué podrida manzana / qué sobra / qué desecho. Y en lenguaje coloquial, nombramos los restos mortales.

Miller afirma, en “Marginalia de Milán II”, que Analisis terminable e interminable es una especie de “sinfonía del resto” cuyo subtítulo sería “como acabar con él”. Ahí Freud constata que las sustituciones en las etapas del desarrollo psicosexual se hacen gradualmente y de manera incompleta porque persisten fragmentos de la antigua organización junto a los más recientes. Siempre quedan fenómenos residuales. Por ejemplo, el mecenas con algún rasgo de mezquindad, la persona amable con alguna reacción hostil o las creencias y supersticiones de la Humanidad cuyos vestigios persisten porque se enraízan en las pasiones.

Para Freud, el yo tiene la función de dominar o domesticar la pulsión, aunque siempre queda alguna "secuela parcial” que es el primer obstáculo para la cura de la neurosis. (Los otros son las defensas del yo y la pulsión de muerte). Por otra parte está el factor cuantitativo de la pulsión, lo que no es descifrable. Al haber una disyunción entre saber y verdad, el único saber verdadero es el que no se ofrece.

Según Miller “Las consideraciones sobre el factor cuantitativo, sobre “las manifestaciones residuales”, se aclaran a partir del concepto petit a[1]. Y que “el yo se defiende de la pulsión” equivale a “el objeto a divide al sujeto”. “Cuando la percepción de la realidad comporta displacer, la verdad debe sacrificarse, ésta es la experiencia del rechazo de la castración de la madre[2].

El resto de goce pulsional persistente está relacionado con “la adhesividad o la viscosidad de la libido”, fijación sobre un objeto o idea y la dificultad para pasarla a otros. Al irremediable, la cuestión es cómo vivir con él[3].

Para Freud que la curación sea posible y durable se relaciona con las causas de las neurosis que son: exterior o contingente, el trauma no alteró el yo en la defensa; interna o constitucional es la pulsión. Entre lo interior y exterior están las demandas reprimidas del Ello.

La duración del análisis y la curación dependen de que la causa de la neurosis y de que el destino de la pulsión hayan alterado o no el yo. El objetivo sería limitar la pulsión no erradicarla.

Para Lacan, el origen de la neurosis se encuentra en la división del sujeto introducida por el lenguaje. Y el final de análisis no está relacionado con la represión sino con el fantasma que es el mecanismo de defensa fundamental del sujeto contra la pulsión. Estar analizado es un “estado original” del sujeto y el pase sería la verificación de que el sujeto está en ese estado original[4].

Para Freud [5], estar analizado es una creación totalmente original que nunca sucede en el yo espontáneamente y su objetivo es lograr las mejores condiciones para las funciones del yo.

 

El psicoanálisis permite al yo que ha alcanzado mayor madurez y fuerza emprender una revisión de las antiguas represiones; unas pocas son destruidas, mientras otras son reconocidas, pero reconstruidas con un material más sólido.

 

D. Castrillo[6], interpreta que reconocer la represión supone aceptar un modo de gozar rechazado y por tanto adquisición de saber; mientras que destruir y reconstruir pertenecen a la posición ética del sujeto, su consentimiento o rechazo.

El resto en el pase de Neus Carbonell [7]

El testimonio de N. Carbonell ilustra la aserción de D. Castrillo de que “cualquier posibilidad de pensar un final de análisis que no sea una interrupción, sino que suponga que se ha alcanzado una conclusión, pasa por admitir que hay un resto de goce con el que tenemos que vivir”.

Resto de la operación analítica: La disolución de los restos del análisis se ven en un sueño en el que las letras se van cayendo de una página escrita hasta quedar flotando en un barreño con agua. Es imposible leer y gozar del sentido cuando las letras no están organizadas por la gramática.

Resto de transferencia: Tras un tiempo de malestar provocado por lo irreductible de la pulsión oral, Carbonell soñó con dos ojos cociéndose al tiempo que se desprendía el S1 fuera de sentido “suquetdepeix”. La pulsión oral y escópica se licuan en el S1. El sueño fue esclarecedor para el fin de análisis.

Resto sintomático: Lo que la hacía vivir en estado de “revuelta” no ha desaparecido, se ha convertido en “objeto causa” de sus estudios y de su trabajo como analista al haberse desvanecido el ideal. “Eso” que todavía insiste está puesto a favor de la causa. Como analista puede ser un vacío de saber.

 

Llegar a un final de análisis como el de N. Carbonell está al alcance de pocos, para la mayoría franquear la neurosis tiene menos pretensiones. De acuerdo con Freud sería algo así como que el sujeto que sufre los acontecimientos de la vida de manera incapacitante pueda vivirla con un sufrimiento cabal, adecuado al problema y que tenga la fortaleza para adaptarse.

 

P. Rey y J.J. Millás,  dos ejemplos de final de análisis en la literatura

P. Rey, Una temporada con Lacan[8], 1989, cuenta cómo supo que había acabado su análisis.

La historia de amor llegaba a su fin. Al concluir una travesía que había durado diez años, el barquero había llevado sano y salvo al pasajero-de-paso a otra orilla. [...]

El sentimiento que me agitaba estaba hecho a la vez de afecto y de desapego: mientras, tres días antes, lo ignoraba, sabía que ya nada tenía que hacer allí.

Lacan me estrechó la mano. La puerta se cerró. Y nunca más volvería a verlo (p. 184 ).

 

No sabemos si Lacan, como dice Freud, juzgó que P. Rey ya no sufría de sus síntomas, había superado su angustia y sus inhibiciones; pero ahí acabó el viaje que comenzó cuando Rey le dijo a Lacan que quería verlo porque no le veía la salida.

Quedó un resto: Rey confiesa que diez años después, cuando escribe el libro, sigue siendo tan fóbico como entonces; pero que entretanto aprendió a negociar con sus fobias (p. 65).

Quizás Lacan creyó que P. Rey había llevado su análisis lo suficientemente lejos ya que, en cierto momento, Laca le dijo que estaba perfectamente calificado para hacer observaciones analíticas e incluso le preguntó si no había pensado hacerse analista (p. 124).

Es significativo que Rey diga que pudo asumir la responsabilidad de su goce. Y que no hay más ética que la propia de la plasmación del deseo, que el resto es literatura, la letra que le sirve de soporte. Su máxima era que “como la muerte lleva las de ganar, hay que tomar sin demora lo que la vida nos ofrece” (p. 176). “Más adelante siempre es ya mismo.

En resumen: dejar de vivir bajo el sueño de eternidad o autodestruyéndose, asumir el deseo y responsabilizarse del propio goce parecen logros de un buen final de análisis.

 

J. J. Millás, escribió sobre su final de análisis en el artículo “La escena del crimen[9].

A ver, Freud. Precisamente acabo de terminar mi análisis con una psicoanalista ortodoxa, … Cuando me dejé caer en su diván (con aspecto de catafalco pobre), el muerto era yo. Llegué allí con la fantasía de que me dijera: “Levántate y anda”. […]

 

En cuanto a Marta Lázaro, sigue ahí, a la escucha. No nos volveremos a ver. Nunca. En eso quedamos y en eso estamos.

 

Y en la novela Ese  imbécil va a escribir una novela[10], su análisis se acaba cuando su psicoanalista comprende que el parloteo no lleva más que a pasar el tiempo. Freud diría que “no podrían esperarse mayores cambios en el paciente aunque se continuara el análisis”.[11]

Pero en lo que era continuaba expresándose un agujero existencial no diría que insoportable, puesto que había sobrevivido a él tantos años, pero incómodo. Un agujero incómodo. Ese agujero, imaginé que decía mi psicoanalista, nos recuerda que somos seres en construcción, siempre incompletos. Pero es esa incompletud y el deseo de resolverla lo que nos empuja precisamente a vivir. El agujero no desaparece porque no es su papel. El agujero constituye un espacio de potencialidad, de misterio, de ahí que sea también el espacio de la creatividad. […] Me dio risa lo fácil que me resultaba imitar la voz de mi psicoanalista (p. 160-63).

 

Ese es el resto con el que vive y crea Millás.

 

Ambos escritores cierran la narración del final de su análisis con la misma frase lapidaria: “Y nunca más volvería a verlo”, Rey y “No nos volveremos a ver. Nunca”, Millás.



[1]    Miller, J.-A., 1993, Marginalia de Milán I, Uno por uno, 36, p. 46.

[2]     Miller, J.-A., 1993, Marginalia de Milán II, Uno por Uno, p. 23.

[3]     Freud, S., Análisis teminable e interminable, Madrid, Biblioteca Nueva, III,  1981, p. 3344.

[4]     Miller, J.-A.,1994, Marginalia de Milán III, Uno por Uno, 38, p. 78.

[5]     Freud, S., Op. cit., pp. 3362 y 3347.

[6]     Castrillo D., Comentario sobre Análisis terminable e interminable.  https://nucep.com/publicaciones/comentario-sobre-analisis-terminable-e-interminable/

[7]     Carbonell, N., Suquetdepeix, Testimonio AE, Jornadas ELP 2024.

[8]     Rey, P., Una temporada con Lacan, Buenos Aires, Letra Viva, 2016.

[9]     Millás, J. J., “La escena del crimen”.  https://elpais.com/cultura/2015/09/03/babelia/1441297790_812347.html

[10]  Millás, J. J., Ese imbécil va a escribir una novela, Barcelona, Alfaguara, 2025.

[11]   Freud, S.,  Op. cit., p. 3340.

 

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