Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




domingo, 18 de diciembre de 2016

LOS DESENCADENAMIENTOS EN LAS PSICOSIS ORDINARIAS


El tema ha sido trabajado, en la reunión de diciembre de 2016, a partir de las siguientes lecturas:  

(1) Jacques-Alain MILLER & otros: La psicosis ordinaria, Buenos Aires: Paidós, 2003.
Capítulos: (a)"Enganches, desenganches, reenganches" (pp. 17-43)
(b) "Psicosis fuerte o débil" (pp. 237-240)

(2) Jacques LACAN: Escritos, Buenos Aires: Siglo XXI, 1971.
"Postscriptum" a "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis"


Exposición de Pilar RUIZ

Nos acercaremos, primero, al concepto clásico de desencadenamiento; en segundo lugar, a la distinción que establece Miller entre la psicosis fuerte y la psicosis débil y la problemática del desencadenamiento; en tercer lugar abordaremos las viñetas clínicas del primer tramo de la Convención de Antibes.

  1. Concepto clásico de desencadenamiento (Lacan, 1958)
      En “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”,  Lacan dice que “para que la psicosis se desencadene es necesario que el Nombre-del-Padre,  forcluido, es decir sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto”1.
Es preciso que este Un-padre vaya a ese lugar adonde el sujeto no había podido llamarlo antes. Para ello este Un-padre ha de situarse en posición tercera en alguna relación que tenga por base la pareja imaginaria (a-a’), yo-objeto o ideal-realidad. No tiene por qué ser el padre real.
     Habría que buscar el comienzo de la psicosis en ese tipo de coyunturas dramáticas: para la mujer que acaba de dar a luz, el Un-padre aparece bajo la figura de su esposo-padre. Para la penitente, bajo el del confesor. Para la muchacha enamorada en el encuentro con el padre del muchacho.
En resumen, este primer Lacan estructuralista pone de relieve que lo que mantiene el equilibrio psicológico del sujeto es el NdP y la significación fálica aparejada. Podríamos decir que es optimista en cuanto a las ventajas de lo simbólico del lenguaje.

  1. Psicosis fuerte, psicosis débil  (Miller, 1998)
      Miller expone dos hipótesis respecto al desencadenamiento de las psicosis y distingue entre psicosis fuerte y débil2.
      Primera hipótesis. La afirmación de que hay desencadenamiento cuando hay un contraste marcado entre el antes y el después no es siempre cierta. No siempre hay un contraste marcado. Miller prefiere señalar la oposición entre el  tipo fuerte (chêne, roble) y el tipo débil (roseau, caña). Cuando hay forclusión y el sujeto elabora un pseudo NdP y un pseudo Falo, el caso se presenta como normal. Si el síntoma es del tipo fuerte, y la tormenta llega, el desencadenamiento es patente. Si la estructura tiene más bien el aspecto débil y el sujeto elabora un síntoma que se desliza a la deriva, el caso no se presta a un franco desencadenamiento.
      La otra hipótesis es considerar que siempre hay un desencadenamiento, que no se vio quizás por ser muy precoz. Se produjo pero hubo restitución de la estructura imaginaria, según el lenguaje de “De una cuestión preliminar”.
      Miller concluye:
1º Que las psicosis ordinarias son psicosis del tipo débil o que, al menos, el contraste entre el antes y el después no es tan marcado.
2º Que el estadio del espejo, cuando no está organizado por lo simbólico, es un estado de orden psicótico, habitado por un sufrimiento primordial, kleinoide. Cuando se retrocedió tópicamente al estadio del espejo, hay psicosis. Ese estadio ilustra la tesis de la psicosis nativa.
3º Que hay que remitirse al último Lacan. En “De una cuestión preliminar…” lo que ordena el mundo para Lacan es el NdP. Es lo que hace que cada cosa tenga su lugar; que nuestros pensamientos estén en nuestras cabezas y no en otro lado; que estén más o menos en armonía la cabeza y el cuerpo. Es el NdP concebido como Otro del Otro. Cuando finalmente elabora que no hay Otro del Otro, el concepto de forclusión del NdP ya no sirve y lo reemplaza por el de fuera del discurso. De manera que lo divisorio es el discurso. El último Lacan ya no apuesta por la fuerza simbólica del lenguaje, sino por el lenguaje como goce que puede ser invasivo, parasitario. 
      Finalmente, decir que Miller reivindica que haya diferentes clínicas según se vea que lo particular del caso está en consonancia con una construcción teórica o con una parte de ella.

  1. El neodesencadenamiento
      Es el término utilizado como actualización del de desencadenamiento. Esta nominación está apoyada en la clínica y en herramientas conceptuales del último Lacan, el de la clínica borromea de los tres registros RSI y el Sinthome.  Va más allá de la clínica estructuralista. Estos conceptos son más útiles que el de forclusión para dar cuenta de muchos casos y de sus tratamientos, porque alientan la pregunta de qué mantiene o podría mantener juntos los tres registros RSI.

Enganche-desenganche-reenganche
      Estos términos están relacionados con el de neodesencadenamiento y dan cuenta de una clínica orientada a localizar lo que en determinado momento se “desengancha” en un sujeto en relación con el Otro. Ya que esto aclara, retrospectivamente, el elemento que hacía de “enganche”, para dirigir la cura hacia un posible “reenganche”.
 Estos neodesencadenamientos corresponden a la desaparición de lo que era denominado el “punto de basta” para un sujeto. Al desprendimiento del “broche”. Lo que Lacan denomina “el síntoma” en el sentido en que el NdP se considera una forma tradicional y heredada adecuada a las neurosis.
      En los casos denominados de psicosis ordinaria, la clínica de los nudos hace imposible decidir entre P0 (forclusión del NdP ) o F0 ( ausencia de significación fálica ). Mientras que parece más adecuado localizar la relación con lo real del goce y también estudiar la función que para el sujeto tienen cada uno de los tres registros RSI y la parte que cada uno desempeña en el anudamiento sintomático.
Además, “neodesencadenamiento” no designa solamente el desencadenamiento psicótico; sino que permite interrogar cómo el sujeto se desengancha del lazo social (discurso) para engancharse con su goce. Este es el desenganche.
Por otra parte, “neodesencadenamiento” sirve para reagrupar formas clínicas variadas que se distinguen de la forma típica de desencadenamiento, cuyo paradigma es la “psicosis schreberiana”, la del encuentro con Un-padre.

Tipos de desencadenamientos
      Según Lacan, éstos se pueden clasificar según la temporalidad, diacronía o según su coyuntura,  sincronía.

A.     Formas clínicas según la diacronía
      Son aquellas en las que no hay un desencadenamiento espectacular, sino pequeños desenganches. Tienen una temporalidad extendida, no puntual. Después de revelada la psicosis, es posible localizar signos precursores y trastornos de evolución progresiva. Es el caso de revelación de fenómenos elementales o psicosis probadas en personas que por tratamientos de sustitución habían sido privadas de su larga práctica toxicómana. Estos sujetos testimoniaron que la adicción encubría dificultades de tipo psicótico, sin desencadenamiento típico. Habían permanecido asintomáticos por el tapón que coloca la droga en la división subjetiva del sujeto y por la identificación con el significante “toxicómano” en el campo de lo social.

B.     Formas clínicas según la sincronía
      Son aquellas en las que lo que domina en el momento mismo del desencadenamiento es el encuentro fortuito de un goce –goce del Otro y, u Otro goce– y la imposibilidad del sujeto para simbolizarlo y subjetivarlo. De manera que el sujeto no puede atar con palabras el goce, sea placer o dolor, y experimenta “el agujero” como tal.
      En estos casos, la significación fálica parece abolida F0; pero no se puede suponer un P0 porque no se da el encuentro con Un-padre y hay una aparente eficiencia de la figura paterna. A lo sumo podría deducirse P0 a partir de la suposición teórica de que es la condición lógica y necesaria de la ausencia de significación fálica.
      Los casos así agrupados son aquellos en los que predominan los trastornos de la relación con lo simbólico. Se centran en una experiencia que debe entenderse como confrontación con un goce del Otro que el sujeto considera totalmente enigmático, porque sólo le asigna el lugar de objeto y amenaza su vida psíquica, “su propia existencia”, según algunos analizantes.

Viñetas clínicas

A.  Desenganches sucesivos. Desenganche del lazo social, del Discurso.

1r caso. Un caso de compulsión pedofílica3
Se trata de un hombre que consulta a un analista porque desconfía del suyo y quiere dejarlo. Es algo que ya había hecho otras veces y quiere evitar la repetición.
Recuerda tres anécdotas como las marcas de su destino: en su infancia, la negativa de su madre a dejarlo solo para hacer sus necesidades, ligada al goce de su mirada cuando éstas se producían; en su adolescencia, la extraña petrificación del padre cuando lo llamó para que lo protegiera de una seducción homosexual; cuando es padre, la irrupción mortificante de una compulsión pedofílica. Digamos que él no ocupa el lugar simbólico de padre, sino que reproduce la relación incestuosa con la madre.
Estos rasgos clínicos, distintos en el tiempo, sugieren un desenganche escalonado en la historia del sujeto y están referidos a situaciones diferentes. El intento de resistir a la captación de la mirada materna cedió ante el desmoronamiento de la llamada al padre. Su estructura psicótica se jugó cuando cayó el padre por no saber hablar.
Este sujeto obtuvo algún saber en sus diversos análisis, pero no pudo situar el goce devastador que lo invade periódicamente.

2º caso. Joven anoréxica y cleptómana 4
Esta joven, enfrentada con su anorexia, desarrolló un síntoma de cleptomanía que tiene distintas vertientes:
-          Roba cosas que no sirven para nada a fin de acumular reservas que no deben disminuir por “miedo a que falte”. En la vertiente significante vemos el deslizamiento entre comer nada y robar sustitutos de comida.
-          El acto se realiza desafiando y provocando al Otro para interrogar a la ley ya que lleva los objetos robados de manera que puedan ser vistos.
-          En la vertiente pulsional, lo que empuja al acto de robar es enunciado como: “Es más fuerte que yo”, “Nunca es suficiente”, “Es una bulimia-cleptomanía, “¿Sólo robé esto?”. Mientras que lo relativo a la comida es siempre muy poco y considerado demasiado.
Respecto a la pulsión oral, la demanda al Otro no está simbolizada. Algo se desenganchó en su estructura.
Cuando aparece el Otro de la ley, se sustrae sucesivamente al límite que intenta marcarle.
-          Padres: la mención de la ley y la cárcel no logran apaciguar la deriva. Contesta que no es libre y que en la cárcel estaría mejor que el psiquiátrico porque no la obligarían a comer.
-          Personal de vigilancia: al llamarle a atención diciendo que enviarían a los perros, responde que sólo tendrían un hueso para roer.
-          Comisaría: “nunca tuve miedo a los policías, lo que me molestaba era llegar tarde para comer”.
Esta muchacha se desengancha del lazo social, se sustrae a la ley, para engancharse en el goce.
La anorexia se constituye como un partenaire-síntoma. Sus palabras son: “A veces me pregunto qué me quedaría si me saco de encima este síntoma”. Lo que está en juego es la pulsión de muerte que la carcome interiormente. Dice: “Me fascina la violencia, los dramas en directo por TV, los terremotos donde se muestran cantidades de imágenes de muertos y heridos. Me parece que nunca hay suficientes muertos”.

B.   Formas atípicas de la coyuntura de desencadenamiento. Encuentro con un goce enigmático más que con Un-padre.

1r caso. Marie-Pierre5
Esta mujer acude al análisis tras 17 años de cuidados psiquiátricos. Se dice marcada por la sensación de “deshabitar su vida”, a pesar de lo cual intentaba representar los papeles familiares “normales”, pero fracasaba porque los sentía como imitación de algo ajeno.
Sus repetidos estados depresivos los vivía como un refugio del mundo y, a la vez, como un estado de muerte. Cuando su madre iba a verla, veía superpuestas la figura de la muerte a la de su madre.
Su desocialización quedaba enmascarada por la dependencia de los padres que recibían el subsidio por adulto discapacitado y cuidaban de ella y de su hijo, de cuyo nacimiento se siente tan ajena como si lo hubiera parido su madre.
Su vida está marcada por los intentos de enfrentar la situación que originó su primera descompensación que fue la relación con los hombres. Una y otra vez se enfrenta con la carencia de un fantasma que dé cuenta del deseo sexual para poder enmarcar su relación con lo real.
En la cura intenta construir algo que funcione como fantasma para restaurar la imagen del cuerpo propio. Sus elaboraciones borran la presencia de hombre e intenta crearse una figura narsicizada, envuelta por un aura fálica de recuerdos de niña radiante. Dice que se sentiría feliz fuera de la civilización, donde no hubiera marcas de lo masculino y lo femenino. Sería mujer sin maquillaje, sin zapatos, sin hombre: sola y única.
La descompensación inicial ocurrió en su primera relación sexual con un muchacho del que creía estar enamorada porque era lo que los otros le decían. El momento de la penetración fue vivido como un balanceo en la nada. Lo describe como observadora de las maniobras que hacen los hombres y el extraño interés que muestran por los pedazos de su anatomía. Siente una desfalicización radical y un rebajamiento insostenible. De repente, está fuera de su cuerpo al que se le levanta una estatua.
La figura paterna aparece mínimamente, ella dice “insignificante”. Se podría deducir P0 como lo que está detrás de lo que se ve, que es la ausencia de significación fálica que se revela súbitamente en cada penetración y que es responsable de la regresión a la “hiancia mortífera del estadio del espejo”, Lacan. La petrificación de Marie-Pierre es efecto de F0. Ella misma subraya el “como una piedra” y la identificación con la virgen santa y madre que la sustentaba hasta el encuentro con el órgano masculino.

2º caso. La joven manipulada. Encuentro con un goce enigmático6
Se trata de una joven vista durante su internación causada por un acceso delirante. Se decía físicamente manipulada por sus vecinos de la ciudad universitaria.
El episodio psicótico se inició tras la primera relación sexual y lo describe como la invasión de una sensación extraña en su cuerpo. El orgasmo no fue reconocido como tal y la confrontó con un real imposible de simbolizar al que respondió con un delirio: una manipulación corporal persecutoria. Se trata del encuentro con un goce enigmático por falta de significación fálica F0, más que del encuentro con Un-padre.

3º caso. La joven del dealer, el traficante7
Esta joven había sufrido un episodio delirante aquietado con neurolépticos. Caracterizaron la cura la extremada defensa y la poca curiosidad y deseo de saber de la paciente.
Había tenido dos relaciones oficiales y anodinas que no la habían marcado.
El desencadenamiento se produjo a raíz de una tercera relación con un muchacho que “no era como es debido”, era un dealer. La relación era clandestina e iba recelando de él progresivamente. No sabía qué quería de ella. Ante el enigma de su deseo, su respuesta delirante fue que el joven estaba metido en la mafia y que no le deseaba el bien.  Cuando él insistió en verla, se agudizó la idea de un complot en su contra. Al mismo tiempo, tuvo alucinaciones verbales en las que una voz femenina, la reina de un mundo paralelo, la condenaba a un destino funesto: ser dominada por ese hombre como instrumento de una persecución organizada.
Pasó unos meses de estabilidad y trabajo, pero la pregunta de una amiga sobre cuándo iba a enamorarse, le produjo un nuevo desencadenamiento, un segundo episodio delirante-persecutorio. La relación con el analista se volvió hostil y desafiante y con la inspectora de su departamento de trabajo se hizo intolerable.
Interrumpió la cura brutalmente porque deseaba libertad para conducir su vida.
En este caso, el enigma del deseo del Otro confronta al sujeto con algo a lo que no puede responder. En un primer momento es el deseo de un hombre lo que suscita el delirio de una malevolencia organizada desde el mundo-Otro, donde reina una figura femenina todopoderosa. En el segundo tiempo, la pregunta de la amiga despierta el tema aplazado. En ambos casos, el encuentro con un real es el modo de desencadenamiento de una respuesta psicótica.

4º caso. La Señora P. “Ante todo que nada cambie”8
La señora P. cuenta que todo empezó cuando vio la película Les mots pour le dire y se reconoció en ella. Inició entrevistas con una psiquiatra que duraron varios años hasta que pidió ir un poco más lejos y fue derivada a un análisis. La cuestión de la estructura no se planteó de entrada porque fue enviada como una histérica.
Tras cuatro años de análisis, el lugar concedido al analista parece ser el de receptáculo de sus quejas de ahí el “ante todo que nada cambie”. La variabilidad de su estado siempre responde a sus dificultades con los otros. Principalmente con su madre: “Hace de todo por alienarme, yo no puedo controlarlo y exploto” . “Estoy mal porque estoy en un posenojo / pospelea”. En el trabajo se siente manipuladora y manipulada. No soporta a los vecinos porque hacen ruido. Se muda de casa porque “allí no se es anónimo”, pero la nueva vecina también es ruidosa.  No entiende por qué está tan alerta y lo oye todo.
Su historia comenzó como niña no deseada. “Tienes suerte, pudiste elegir”, le dijo la madre cuando se provocó un aborto. Cuando tenía 15 años, oyeron ruidos en el negocio familiar, su padre sorprendió al ladrón y fue asesinado. Recuerda un grito y tiene grandes dificultades  para situarlo en el tiempo.
Este hecho podría hacer pensar en los olvidos histéricos, pero no es un trauma que prepararía la neurosis, sino más bien un neodesencadenamiento, forma particular de entrada en la psicosis, porque nada se desencadenó, ni cambió. Al contrario, todo se congeló, de modo que a partir de allí siguió construyendo su vida de manera muy normativa.
Terminó bachillerato. Hizo un examen administrativo. Se fue de casa rápidamente y vive de su oficio con un compañero con el que tiene un hijo. No hay en ella ningún deseo, sólo angustia.
Su posición respecto del Otro es siempre una identificación-alienación situada en lo imaginario; el otro le permite vivir: madre, terapeuta, analista.
“Para poder vivir tendría que ser anónima”. Según ella la solución sería vivir en la casa de su marido y llevar su apellido, pero eso supondría desaparecer detrás de este hombre-compañero del que lo único que conoce es que es euroasiático. Nunca refiere la sexualidad como un problema. De vez en cuando quiere tener relaciones con algún colega sin ningún estado de ánimo. No hay exclusión de la genitalidad, sino forclusión de la significación fálica.
Tras ver la película Mejor imposible con J. Nicholson, le pareció que podría escribir una novela con su vida porque según dice las palabras le encantan, la alivian, la calman. Pero son palabras que operan de manera metonímica, brotan sin parar, sin pausa. No permiten la metaforización. No llama a una respuesta del lado del Otro.
Observamos que no describe problemas con el cuerpo y parece que no hay desencadenamiento.  Siente angustia y dificultad para historiarse.

C.  Viñetas de la clínica del autismo

1r caso. Noël9
Este niño fue un bebé normal. A los seis meses, empezó a pronunciar sílabas repetidas, entre ellas “mama”. Después, el lenguaje se detuvo y la mirada se perdió. Parecía no notar la presencia de su madre; sin embargo, lanzaba alaridos cuando se ausentaba. Hubo desencadenamiento de una psicosis-autista que sucedió cuando tendría que haberse constituido la experiencia del espejo. El deseo hubiera debido orientarse después de los primeros intercambios de miradas.
El rechazo de la voz y la mirada recuerdan un desenganche del Otro del significante y del Otro del cuerpo y de la imagen. Los primeros signos patológicos de Noël, ignorar la presencia y gritar la ausencia de madre, sugieren que conciernen al primer intervalo simbólico de la presencia y de la ausencia de la madre. La psicosis se inició con una falta radical de todo proceso primario de simbolización.
El niño fue llevado a un analista a los seis años. No miraba, emitía alaridos, padecía alucinaciones, pero dibujaba planos. Noël tuvo una reacción inesperada después de una sesión en que el analista fue a otra habitación para recoger la lapicera que faltaba. Al finalizar, Noël quiso entrar en la habitación dando muestras de júbilo. La siguiente sesión no pudo realizarse por un retraso. El analista quedó algo preocupado y al mirar por la ventana vio que Noël lo miraba por primera vez. En adelante, la mirada fue intencional de vez en cuando. El graznido dio paso a un lenguaje esquizofrénico y la lapicera le sirvió para su trabajo de escritura y de delimitación geográfica y corporal.
Se puede plantear la hipótesis de que las sesiones confrontan al niño con cierta transferencia, con una falta que percibe en el analista y que se refiere al objeto lapicera.

2º caso. Mickael10
Tiene ocho años, no habla y presenta rasgos clásicos de autismo. Según sus padres, tuvo una evolución normal. Empezó a decir algunas palabras; pero todo se detuvo hacia los dos años y medio, el día en que su madre lo dejó cuatro horas en la guardería. Cuando lo recogió, manifestó su cólera hacia ella y desde ese momento no habló más. La madre contó que nunca antes lo había dejado más de cinco minutos de tiempo real.
El desenganche se refiere al uso de la lengua para establecer lazo social. Es como si hubiera pensado: si hablar la lengua materna conduce a la escuela que me separa tanto tiempo de mi madre para juntarme con desconocidos, prefiero desengancharme de la lengua.
Mickael no está en la lengua, pero está en el lenguaje, como lo indica el hecho de taparse los oídos. También muestra algunos efectos del lenguaje en su cuerpo, como su interés por los agujeros de la nariz. La pregunta importante es cómo podría operarse una tentativa de enganche sabiendo que el tratamiento lo introduciría en el traumatismo del que quiso librarse.

Notas
1. Jacques LACAN, Escritos. Barcelona, RBA, 2006, p. 558.
2. Jacques-Alain MILLER y otros: La psicosis ordinaria. Buenos Aires, Paidós, 2014, pp. 237 y ss.
3. Op. cit., p. 22.
4. Op. cit., p. 23.
5. Op. cit., p. 26.
6. Op. cit., p. 30.
7. Op. cit., p. 31.
8. Op. cit., p. 33.
9. Op. cit., p. 36.
10. Op. cit., p. 38.


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    Cabe, en definitiva, destacar las siguientes cuestiones tratadas en la reunión :


  •      La cuestión del desencadenamiento en las psicosis ordinarias parece más complejo que en las psicosis extraordinarias. En este estadio de la Conversación clínica de Antibes, hasta donde hemos leído, Miller incluso toma en cuenta la posibilidad de que no haya desencadenamiento. Pero la balanza parece inclinarse más bien del lado de que sí suele haber desencadenamiento, pero luego un reanudamiento que lo eclipsa. Es decir, hay una estructura de “enganche, desenganche, reenganche” –lo cual solo se puede conceptualizar mediante una clínica borromea. Cuestión clínica: es valioso ubicar en la cura qué hace de enganche en relación al Otro, para un sujeto, para poder dirigir la cura hacia el reenganche.


  •    La otra cuestión respecto al desencadenamiento es que no todos los desencadenamientos en la psicosis ordinaria responden a la coyuntura dramática, schreberiana, en que el sujeto psicótico se ve confrontado, en oposición simbólica, a Un-padre. Hay más bien desencadenamientos producidos por la confrontación con un goce del Otro o un goce Otro. El encuentro sexual parece provocar a veces un desencadenamiento. El psicótico ordinario se ve en la imposibilidad de simbolizarlo y subjetivarlo de algún modo. El goce resulta absolutamente enigmático, por la falta de significación fálica. Elocuentes fueron los casos de mujeres jóvenes, expuestos por Pilar, que se brotan tras el primer encuentro sexual, o bien que no dejan de confrontarse con la no relación sexual, como mariposas atraídas por el fuego (la metáfora es del texto). Así que en muchas psicosis ordinarias, destaca más Φ0 que P0. No obstante, el texto menciona también un caso de psicosis ordinaria donde la sexualidad no es ningún problema: no hay exclusión de la genitalidad, sino forclusión de la significación fálica.


  •      Llaman la atención en las psicosis ordinarias los síntomas siguientes: la sensación de estar ausentes de sí mismos, de deshabitar su vida, su “ser desertado”, su "pura ausencia”, su desocialización enmascarada, sus intentos de representar papeles normales, hacer lo conveniente, sus dificultades con los otros por su posición de identificación-alienación situada totalmente en lo imaginario, la falta de deseo, el plus de angustia, y, en general, el “pfuit”, la fuga del sentido. De allí que a veces las palabras broten sin parar, sin pausa posible, sin llamar a una respuesta del lado del Otro. Por otro lado, los desenganches del lazo social resultan ser enganches a la pulsión (lo cual se ve particularmente claro en el caso de la anoréxica).


  •      El tema que provocó cierta controversia fue el estadio del espejo, en tanto ilustra “la tesis de la psicosis nativa”. Dice Miller : “En segundo lugar, no olvidemos que el estadio del espejo ‘De una cuestión preliminar…’ no es el que Lacan describía inicialmente, es un estadio del espejo casi psicótico. Cuando no está organizado por lo simbólico, es un estado de orden psicótico, habitado por un sufrimiento primordial, kleinoide. Cuando se retrocedió tópicamente al estadio del espejo, es la psicosis. Dicho de otra manera, ese estadio ilustra la tesis de la psicosis nativa.” Queda, pues, por investigar la cuestión del estadio del espejo más a fondo.

                                                                                                                       Alín Salom


miércoles, 9 de noviembre de 2016

FENÓMENOS Y USOS DEL CUERPO EN LA PSICOSIS ORDINARIA - Reseña de la sesión de trabajo del 4 de noviembre



Introducción

Recojamos lo que dice José María Álvarez, en su artículo “Sobre las formas normalizadas de locura”, en el último número de Freudiana, para reiniciar nuestro trabajo con la psicosis ordinaria:

"Pocas conmociones tan intensas se recuerdan en nuestro pequeño mundo como la suscitada por la psicosis ordinaria. Aunque Jacques-Alain Miller, su promotor, la introdujera prudentemente como un programa de investigación, dicha noción fue acogida con un ardor inusual. Dos décadas después, aquellos ecos no han dejado de resonar y da la impresión de que la onda sigue en expansión. Al hilo de la última enseñanza de Lacan, Miller animó a investigar los casos, cada vez más numerosos, que no se amoldan a la bipartición neurosis versus psicosis. Si al principio el diagnóstico de psicosis ordinaria se aplicaba a sujetos inclasificables según la división tradicional, en pocos años su uso se generalizó de tal manera que, a decir de muchos colegas, mientras no se demuestre lo contrario, todos somos psicóticos ordinarios"1.

Primero retomaré unos cuantos casos y, en segundo lugar, despejaré las herramientas conceptuales básicas, necesarias para pensar estos casos de psicosis ordinaria.

Casos

Varios casos jalonan la parte de la conversación clínica de Antibes, dedicada a los fenómenos corporales y psicosomáticos. Expondré muy brevemente dos casos femeninos –Sylvie y Murielle– de la sección clínica de Burdeos, y cuatro casos masculinos –el hombre de los cien mil cabellos, el hombre de los pulgares que crujen, Víctor el erguido y el Profesor de gimnasia (el inventor del método)– de las secciones clínicas de Nantes y Rennes. 

1. Sylvie es una joven que se hace cortes en la cara y los antebrazos con hojas de afeitar. Desde  los 15 años. Ha hecho intentos de suicidio y ha sido hospitalizada. No tiene nada que decir sobre las escarificaciones. No sabe por qué lo hace. No tiene palabras para explicarlo, ni se historiza. De hecho Sylvie no soporta el menor uso de la palabra, la menor significación. Se declara incapaz de hablar, de pensar, de reflexionar. Se siente perseguida ante la menor observación. ¿Por qué se corta? Porque los cortes le producen cierto alivio de la angustia. Además, le permiten mirarse y soportar la mirada del Otro: ¡tiene cuerpo! Desde el primer tiempo de la cura establece una transferencia erotomaníaca. Declara su amor, luego su odio al analista. Sin embargo, no falta nunca a una sesión en 10 años. Remarquemos: la transferencia erotomaníaca es signo inequívoco de psicosis. En el primer tiempo de la cura, Sylvie se dedica a escribir cartas a su analista. No las escribe de cualquier modo; hay una escenografía: se siente en un  bar donde hay un gran espejo, enciende un cigarrillo y escribe. Luego lleva la carta al buzón; tiene dificultad para tirar la carta, pero cuando finalmente la tira, siente un gran alivio. La cesión de la carta es, en el fondo, una cesión de goce. Por eso hay sedación de la angustia y Silvie deja de hacerse cortes. La carta lleva un marco: el destinatario (el Otro) y su propio nombre. Silvie declara su necesidad de los espejos.  “Si me los quitaran, tendría una crisis de espejos”, dice. Los cartas anudan escritura, pensamiento e imagen especular. En el segundo tiempo de la cura, Sylvie se dedica a escribir un diario. Lo trae a la sesión y hace una lectura declamatoria. Sigue sin “hablar” propiamente en la cura. La escritura le evita asumir tomar la palabra, calificado en el texto como un “puro riesgo sin fondo”. La “invención” de Sylvie es esta escritura ante el espejo.  

Respecto a la invención de Sylvie, conviene tomar en cuenta que no es la escritura en sí lo que resulta curativo. Es todo el dispositivo de escribir ante el espejo y enviar lo escrito al analista o declamarlo en la sesión. Lo señala ÉRIC LAURENT en  Estabilizaciones en las psicosis :

“Pensar que un psicótico se cura escribiendo es insuficiente. Los hospitales psiquiátricos están llenos de escritos psicóticos, pero la función del analista no es interpretar esos escritos, sino permitir al sujeto mantenerse en el orden de la palabra, apoyándose para ello en dicha escritura, la cual es siempre del orden del S1 que se repite. Nuestra tentativa, por ende, no es la de mantenernos en el orden de la letra sino en el del significante”3.

2. Murielle, una joven de 20 años, va a urgencias con un dolor terrible en muñecas y tobillos, y también con eritrodemia (inflamación de la piel, enrojecimiento y descamación). Se siente muy mal, se queja mucho, hasta pide una silla de ruedas. El chequeo orgánico da un resultado negativo. ¿Se trata de una histeria? No. Más bien de una hipocondría. Murielle está totalmente pegada a su sufrimiento. Resulta difícil llevarla a decir algunas palabras sobre lo que puede haber desencadenado el episodio. Cuando habla, se interrumpe para proferir quejas y gritos de dolor.

Dos desencadenantes se perfilan en el origen de este episodio. Ha suspendido un examen de turismo (tiene un ideal: ser azafata), por un lado; y, lo que es más importante es que el padre ha sido hospitalizado y debe padecer una intervención quirúrgica. Murielle este conmovida por el estado de su padre: “Me chocó. Parecía mucho más viejo y sufrí mucho”, dice. Cada vez que le hacen una pregunta sobre su padre, se retuerce de dolor. Ella misma acaba notando la correlación. Hay en ella una identificación especular masiva al padre. No hay Edipo, sino una identificación in-mediata, no dialectizada con el padre, un  pegoteo identificatorio. (En la histeria hubiera habido una identificación también, pero mucho más mediada, dialectizada.)  Su cuerpo sufre en espejo con el cuerpo del Otro. De hecho es hospitalizada el día del cumpleaños de su padre.

Murielle tiene, ha tenido una escoliosis. De los 11 hasta los 18 años ha dormido con un corsé de yeso: dos caparazones unidos. Era el padre quien se los colocaba cada noche y le ataba los lazos. Solo los miembros quedaban libres. El padre le hacía un cuerpo.  El cuerpo de Murielle se sostenía en la prótesis del corsé de yeso. Cuando se lo quitaron, al cabo de tres meses, aparecieron delirios de persecución: “Ya no me sentía sostenida”, dice. Creía que la rechazaban, la vigilaban y que era víctima de injusticias.  Se cree, desde su infancia, el blanco del Otro (“me rechazan”, “me vigilan”, “soy víctima de injusticias”, etc.) y, en particular, de la mirada. El goce pasa del cuerpo encorsetado a la interpretación de la mirada del Otro y de allí a la hipocondría.

3. El caso siguiente es el de “El hombre de los cien mil cabellos”, un hombre que pierde pelo a manojos poco después de irse a vivir con la mujer a la que ama. Parece un sujeto bien orientado respecto a su deseo: ha abandonado su trabajo de ingeniero bien remunerado, pero que no lo satisfacía, y se ha convertido en un músico bohemio. Tras un período de ansiedad y abatimiento decide que se está quedando calvo por culpa de esa mujer. La deja y deja de perder pelo. Vuelve con ella, vuelve a perder pelo. Dice: “pierdo pelo cuando dejo de ser yo mismo”, en definitiva, cuando hace algo que no es conforme a su deseo. Construye un delirio: el pelo muerto tarda tres a cuatro meses en caerse. Cada pelo tiene un músculo erector. Cuando todos estos músculos se contraen, los pelos se yerguen. Cuando eso ocurre, él siente un gran escalofrío. Y pierde pelo por la excitación prolongada de esos músculos. Allí está el abismo de la significación fálica (Φ0), recubierto por la multiplicación de pequeños falos.

4. El hombre de los pulgares que crujen. M. se niega un día a mantener relaciones sexuales con su pareja, alegando un dolor en la rodilla. Ella muestra decepción; él le arrea un puñetazo en la espalda. Al día siguiente aparece el síntoma: ¡le crujen los pulgares. Le crujen, cuando corta carne, enciende un cigarrillo, se suena la nariz, se toca la bragueta, cuando escribe, cuando firma, etc., etc. Tiene la sensación intolerable de que el pulgar se le va a caer en el vacío. Entonces se pone a llenar páginas enteras con firmas, enciende una y otra vez encendedores hasta vaciarlos de gas. De vez en cuando llama al analista y le pregunta: “¿Es psíquico? ¡Uy, uy, uy!” Y el analista siempre le responde lo mismo: “Totalmente”. Y así va tirando el hombre, a lo largo de 18 años, con llamadas telefónicas y sesiones intermitentes. No tiene apenas asociaciones, ni sueños, ni lapsus, ni delirio, ni trastornos del lenguaje. ¡Nada!

5. Víctor, el erguido, es un adolescente de 19 años que camina, a partir de la pubertad, muy erguido y con un paso robótico, sin despegar los pies del suelo. Se aísla, tiene crisis de violencia en que rompe los objetos de su habitación, se queja de que se burlan de él en el colegio, se niega a ir al colegio, etc., etc. Tiene mucha hostilidad contra el padre.

Un día el padre pierde el trabajo. Se queda en casa, se desencadena: intenta prohibir a la familia que salga de casa durante el día. Queda de manifiesto que se trata de un paranoico. Víctor dice: “La persecución es la enfermedad de la familia”.  En la cura acaba explicando el misterio de su forma de caminar: “Yo caminaba así, porque tenía miedo de que me tratasen de maricón. Cuando camino pienso en esto todo el rato.” ¡A partir de allí abandona el paso robótico y camina normalmente! Detrás de este andar, había el empuje a la mujer. Su mejoría tiene que ver también con la posibilidad y capacidad de destituir al padre de su autoridad.

6. El último caso es el de un profesor de gimnasia de 48 años, “el inventor del método”. Ha estado en muchas terapias, la última con un junguiano. Está perfectamente integrado en el tejido social. Se queja de dolores articulares que describe con precisión. Inventa un método para tratar el dolor: una secuencia de movimientos que realiza durante una o dos horas y que le traen sosiego. Acude a un psicoanalista freudiano, porque se ve molestado por sueños. Se trata de pesadillas, de exhibición homosexual… Una vez más, el empuje a la mujer.


Conceptos fundamentales que emergen en  la conversación clínica en torno a estos casos

El cuerpo

El sujeto está esencialmente enajenado respecto al cuerpo. El cuerpo es el lugar del Otro. En el momento en que el lenguaje se introduce en el organismo, emerge un “sujeto” que ya no “es”, no puede “ser” el cuerpo; a lo sumo puede “tener” un cuerpo.4 No es fácil tampoco tener ese cuerpo, ser uno con el cuerpo. El psicótico está amenazado de regresión tópica al estadio del espejo, que es no sólo “estadio”, sino “estado” del espejo. Es decir, el cuerpo amenaza con fragmentarse, estallar. Los órganos irrumpen y hace falta realizar esfuerzos ingentes para localizar el goce. Los dolores, los fenómenos del cuerpo, incluso los delirios son esfuerzos de localización del goce. Allí están también los espejos, las imágenes y toda la proliferación de lo imaginario5.

Fenómenos corporales y estructuras clínicas

Jacques-Alain Miller establece, en la conversación, una especie de tipología y correlaciona los fenómenos corporales con las estructuras clínicas6. Para el neurótico hay un discurso que le dice qué hacer con su cuerpo. Solo que a veces irrumpe el “pensamiento-deseo” o “el pensamiento-demanda” que genera un dolor, una localización del goce dolorosa, que de entrada puede parecer incomprensible, pero en el fondo está marcado por el significante.  En la histeria la conversión está al servicio del deseo o de la defensa contra el deseo. En la neurosis obsesiva, el fenómeno corporal está al servicio de la demanda o del rechazo de la demanda.

En la esquizofrenia ordinaria uno topa con localizaciones realmente extrañas del goce. Basta con que el sujeto encuentre un uso, una función, a órganos que amenazan con fragmentarse o acumulan dolor. En la paranoia ordinaria, en cambio, no basta con un “uso”; el sujeto tiene que movilizar un auténtico delirio para integrar esta parte estallada en el cuerpo. La invención psicótica permite fabricar una especie de significación fálica delirante. En el psicótico el esfuerzo es de “invención”; en cambio, en el neurótico es meramente de “confección”.  En la hipocondría ordinaria hay un fracaso en la localización del goce: Φ0. En cambio, en la dismorfofobia ordinaria, el sujeto localiza el goce, pero hay un deslizamiento incesante, por la forclusión de la función paterna: P0. No hay límite a la dismorfía. En la catatonia, falta en bloque el anudamiento corporal; el sujeto pierde el cuerpo. Aquí ya no cabe el calificativo de “ordinaira”.

Fui a ver el artículo “Concepto psicoanalítico de las perturbaciones psicógenas de la visión” de Freud, mencionado en la conversación. Efectivamente explica muy claramente el fenómeno de conversión7:

“Volvamos ahora a nuestro problema especial. Los instintos sexuales y los del yo tienen a su disposición los mismos órganos y sistemas orgánicos. El placer sexual no se enlaza exclusivamente con la función de los genitales. La boca sirve para besar tanto como para comer o para la expresión verbal, y los ojos no perciben tan sólo las modificaciones del mundo exterior importantes  para la conservación de la vida, sino también aquellas cualidades de los objetos que los elevan a la categoría de objetos de la elección erótica, o sea sus ‘encantos’. [¡Cuánto pudor, qué delicadeza!] Ahora bien: es muy difícil servir bien simultáneamente a dos señores. Cuanta más estrecha relación adquiere uno de estos órganos de doble función con uno de los grandes instintos, más se rehúsa al otro. […]  El yo pierde su imperio sobre el órgano, el cual se pone por entero a la disposición del instinto sexual reprimido.”

La localización del goce se hace sobre una zona por “intensificación de la función erótica” (traducción de Ballesteros de Übertriebung). El fenómeno corporal se inscribe, pues, en la neurosis, en el registro de la significación fálica.

La significación fálica

Un concepto fundamental para entender lo que ocurre con el cuerpo en la psicosis (ordinaria o extraordinaria) es  la ausencia de significación fálica. ¿Qué es la significación fálica? Es allí donde el falo es el significante amo del goce; el falo es el que rige los intercambios con el otro sexual. La significación fálica es obra de un inconsciente falocéntrico, donde la feminidad, en cuanto que tal, no está inscrita; la diferencia sexual se establece a través de la disyuntiva de tener o no tener el falo. Luego el falo se convierte en la metáfora del objeto de deseo. Y aparece la posibilidad de ser el falo, aunque no se lo tenga. La significación fálica es solidaria de la castración simbólica.

En la psicosis, la castración está forcluida. Entonces retorna en lo real. De allí las mutilaciones en la psicosis, reales e imaginarias, y el empuje a la mujer. El neurótico sólo lidia con un órgano fuera del cuerpo –que parece tener vida propia y hace lo que le da la gana, no lo que el yo decide. El esquizofrénico con muchos. Es como si todo el cuerpo estuviera fuera y fuera incontrolable. En la esquizofrenia los órganos toman vida; tienen su propia vida. De hecho el ritual de la circuncisión que practican algunas religiones es la tentativa de reintegrar el órgano-fuera-del-cuerpo, estableciendo de paso una alianza con el Gran Otro.

La regresión tópica al estadio/estado del espejo

Otro concepto fundamental para entender lo que ocurre en las psicosis ordinarias y extraordinarias es el concepto de "estadio del espejo", porque hay un retorno masivo a ese estadio del espejo, en la psicosis. ¿Qué es el estadio del espejo? El infante experimenta su cuerpo como fragmentado y carece de coordinación. No obstante, su sistema visual está relativamente avanzado y se reconoce en el espejo antes de haber alcanzado el control de sus movimientos corporales. El sujeto se identifica con esta imagen, formando así el “je”, es decir, asume esta imagen (jubilosamente), más aún, se aliena en esta imagen. El estadio del espejo es mucho más que un momento de la vida del infante; es representativo  de una estructura permanente de la subjetividad, es decir, está presente tanto en la psicosis como en la neurosis. Es el paradigma del orden imaginario, en el cual el sujeto es permanentemente captado y cautivado por su propia imagen. Y cuando establece una relación dual con el otro semejante, experimenta una tensión agresiva: la completud de la imagen del otro parece amenazar el propio cuerpo de desintegración y fragmentación. En la psicosis hay un violento regreso al "estadio" del espejo, que se convierte en un "estado" del espejo y hay una proliferación llamativa de lo imaginario.

Traigo como ejemplo a Camille Claudel, hermana del dramaturgo Paul Claudel del cual habla Lacan para dar las claves de la tragedia moderna. Ella es una escultora dotada de un talento excepcional. Esculpe ella misma, a golpe de cincel y martillo, en materiales durísimos. Se convierte en discípulo, obrera, modelo y amante de Rodin, el cual sin embargo se niega a abandonar por ella a su vieja mujer, Rose. Ella tolera la situación durante años, trabaja en el taller de Rodin, se queda embarazada posiblemente varias veces, aborta. Finalmente abandona a Rodin, intenta salir adelante por sus propios medios. No consigue vender, se alcoholiza y acaba desarrollando una paranoia extraordinaria, estructurada alrededor del delirio de que Rodin la vigila y le roba sus bocetos. En el pegoteo identificatorio, ella ya no puede distinguir entre sus obras y las de él. Acaba en un asilo, donde por mucho que le ofrecen la posibilidad de volver a esculpir, se niega en redondo. Permanece en él cerca de treinta años en la más absoluta esterilidad creativa, tras haber creado una obra extraordinaria que puede vislumbrarse en  parte en el Museo Rodin de París.

La última obra que esculpe Camille Claudel es un Perseo y la gorgona, un clásico de la escultura. Según la mitología, la gorgona Medusa podía convertir a los hombres en piedra, si la miraban a los ojos. Perseo consigue, sin embargo, decapitarla con su espada, mediante un estratagema. Utiliza un escudo como espejo, para evitar mirarla a los ojos. En todas las esculturas, Perseo suele tener una espada en una mano, la cabeza de la gorgona, en la otra. En la obra de Camille Claudel, Perseo no sostiene una espada, sino un espejo, donde contempla aún el rostro del monstruo que acaba de decapitar y cuya cabeza sostiene con la otra mano, al lado de la suya. Mientras, el cuerpo de la Gorgona está aún cayendo. Camille Claudel proyecta en la cabeza de la Gorgona decapitada su propio autorretrato. Ella, medusa petrificadora –¿monstruo con el cual cómo no iba a identificarse un escultor?–, está aún viva pero a la vez muerta, y  contempla, perpleja, el rostro de Perseo en el espejo. O yo o él. No hay otra salida en la psicosis extraordinaria.

Esquema

En definitiva podemos trazar el siguiente esquema de las diferencias entre neurosis y psicosis en cuanto a los fenómenos del cuerpo:



NEUROSIS


PSICOSIS
ordinaria o  extraordinaria


Conversión


“Neoconversión”

Goce descifrable
El sujeto asocia cosas


Goce indescifrable
Se abre un abismo de significación


Cuerpo recortado por el significante, el lenguaje


Cuerpo recortado por una anatomía delirante


Φ   -   Significación fálica


Φ0   -   Ausencia de la  significación fálica
(eventualmente multiplicación falos)


Castración simbólica


Retorno de la castración desde lo real


El cuerpo permite tener síntoma


El  síntoma permite tener cuerpo.
(Uso del fenómeno corporal)


Falocentrismo


Empuje a la mujer


Goce localizado en una zona de intensificación erótica –Übertriebung


Deslocalización del goce
Relocalización dificultosa,
eventualmente delirante

Edipo


Regresión tópica al estadio del espejo
Proliferación de lo imaginario

                               
“Confección”





Invención
Suplencia al Φ0

Una invención macro (“tamaño ópera)”,
 en la psicosis extraordinaria. 
Una invención mini (tamaño “teatro de bolsillo”) en la psicosis ordinaria


HISTERIA:
El síntoma gira en torno al deseo  o la defensa contra el deseo. El dolor es el deseo.

“El síntoma es una flor de lo simbólico” (Gault).

NEUROSIS OBSESIVA:
El síntoma gira en torno a la demanda o la defensa contra la demanda.


ESQUIZOFRENIA:
Fuera del discurso el sujeto debe encontrar un uso para sus órganos. Gran atención de algunas partes del cuerpo habitualmente descuidadas. Pero no necesita un delirio enorme; solo tiene que encontrar un uso, una función en un órgano.

PARANOIA: Moviliza todo un sistema delirante para localizar el goce.

HIPOCONDRÍA: Dificultad para localizar el goce. Φ0 y  goce ambulante.

DISMORFOFOBIA:  Hay localización del goce, pero P0

CATATONIA: Ausencia de anudamiento  con el cuerpo.



























































Epílogo

Recojamos, para acabar esta exposición, un comentario de la Sección Clínica de Burdeos8:

“Corresponde al deseo del analista sacar al sujeto de ese querer gozar en el que su cuerpo lo tiene fascinado en una trampa sin nombre, aunque asuma el nombre de una enfermedad.”

Ricard Arranz matiza que es necesario respetar algunas veces el malestar del cuerpo, cuando se trata de una invención que permite al sujeto psicótico localizar el goce y apropiarse de su cuerpo.

Cerremos la exposición con una cita de Lacan, de “La tercera”9:


“A fin de cuentas toda nuestra experiencia procede del malestar que Freud observa en alguna parte, del malestar en la cultura. Es llamativo que el cuerpo contribuya a ese malestar de una manera con que sabemos muy bien animar –digo animar por decirlo así– animar a los animales con nuestro miedo. ¿De qué tenemos miedo? Ello no quiere decir simplemente: ¿a partir de qué tenemos miedo? ¿De qué tenemos miedo? De nuestro cuerpo. Es lo que manifiesta ese fenómeno curioso sobre el hice un seminario durante un año entero y que llamé “la angustia”. La angustia es, precisamente, algo que se sitúa en nuestro cuerpo en otra parte, es el sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga de que nos reducimos a nuestro cuerpo”.

Alín Salom



NOTAS

1. ÁLVAREZ, JOSÉ MARÍA: “Sobre las formas normalizadas de locura. Un apunte”, Freudiana 76 (2016), p. 77.

3. LAURENT, ÉRIC: Estabilizaciones en las psicosis, Buenos Aires: Manantial, 1989, pp. 30-31.

4. El lenguaje divide la subjetividad. El yo que habla no es el yo que siente o que piensa.  Queda un je frente a un moi. Además, el lenguaje descorporeíza, hace perder el cuerpo, espiritualiza al moi, hace que se identifique con un sujeto pensante, un je simbólico. Introduce masivamente la falta en ser.

5. Destacamos del capítulo los párrafos siguientes: “ÉRIC LAURENT. –Esta mañana hablábamos de psicosis ordinaria. Ahora podríamos decir que abordamos la relación normal con el cuerpo. La neurosis no es una relación  normal con el cuerpo. Presenta lo que se produce como anormal cuando el pensamiento irrumpe en el cuerpo. Decir que el sujeto psicótico tiene una relación normal con su cuerpo es decir de otra manera que el sujeto psicótico está amenazado por la regresión tópica al estadio del espejo. El cuerpo está permanentemente amenazado por la regresión tópica al estadio del espejo. El cuerpo está permanentemente amenazado de estallar; no se sostiene, y hay que hacer enormes esfuerzos para mantener el cuerpo como uno.

Para un sujeto como Schreber, una vez atravesado el momento más agudo, necesita tener una imagen frente a él todo el tiempo. Pero hay muchas otras maneras de ser uno con su cuerpo que olvidamos poner en serie. Muchas cosas que dependen de la llamada higiene de vida son exactamente del mismo orden que lo que debe hacer Schreber. La verificación del peso, de la forma del alma, de la forma del cuerpo, etc., no dependen del pensamiento, sino de esfuerzos para mantener todo eso en su lugar.

En esa relación normal con el cuerpo, hay interrupciones que no son del orden del pensamiento. El fenómeno psicosomático es de este orden. […] El “pensamiento-deseo”, que irrumpe en el cuerpo, depende de la neurosis.

Para que la relación normal con el cuerpo se mantenga, hacen falta esfuerzos de localización del goce en ese cuerpo. Están los órganos, para los cuales debe encontrarse una función de localización del goce. Cuando el esquizofrénico no encuentra eso, tiene que enfrentarse con sus órganos que irrumpen. En los casos escuchados aquí, encontramos fenómenos que se inscriben en esta serie.” MILLER, JACQUES-ALAIN Y OTROS , La psicosis ordinaria, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 253-4.

6. Remitimos, para la correlación entre fenómenos corporales y estructuras clínicas, concretamente a las palabras de JACQUES-ALAIN MILLER en op. cit., pp. 254-5.
                 
7. SIGMUND FREUD, Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 19814,  vol. II, pp. 1633-4.
Freud escribe también, en “Inhibición, síntoma y angustia”: “Cuando se padece de inhibiciones neuróticas para tocar el piano, escribir o aun caminar, el análisis nos muestra que la razón de ello es una erotización hiperintensa de los órganos requeridos para esas funciones.”

8. De Dewambrechies-La Sagna y Jean Pierre Deffieux. Op. cit., p. 102.


9. JACQUES LACAN, Intervenciones y textos, Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 102.