Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




jueves, 6 de enero de 2022




La deconstrucción

 del género en

 nuestra época:

 a propósito de

 P. B. Preciado y los

 ‘monstruos

 hablantes’


Ester Astudillo



Introducción

Como tema de estudio de las actitudes y cambios que atraviesan nuestra época y dan forma a nuestro zeitgeist, es obligatorio pasar por el género y prestar atención a cómo está siendo afectado tanto por las diversas olas feministas ˗de forma en absoluto monolítica˗ como por los avances farmacológicos y médicos, que están permitiendo la modelación del y la intervención sobre el cuerpo hasta extremos inconcebibles hasta muy recientemente. Por supuesto, todo ello sucedido a la par de los cambios que desde la ideología, la sociología y la tecnología se imponen sobre la subjetividad: hoy toda subjetividad pasa por la auto-asignación de una identidad de género, aunque se trate de la identidad de género asexual. Lo cual resulta, cuando menos, chocante.

Por su parte, no podemos obviar, también como elemente integrante del zeigeist, qué posiciones están tomando los terapeutas ante esta verdadera revolución, en concreto, el cada vez más fragmentado cuerpo de psicoanalistas. Yo no soy psicoanalista, ni siquiera psicóloga. Así que los textos los he leído desde la perspectiva de alguien con mera curiosidad intelectual, o como mucho, en calidad de analizanda. Expondré las ideas que he considerado más destacables y dejo el campo abierto a la discusión, matización y elaboración por parte del foro con pleno dominio de la teoría y la práctica psicoanalíticas.

Y debo dar cuenta de lo que probablemente sea un error de apreciación: desde mi postura amateur y no clínica, me he centrado más en el discurso de la deconstrucción del género que en el discurso de los psicoanalistas en cuanto al pase, que es probablemente lo que debía ser el centro de la discusión. He leído con más atención y devoción a Preciado y a Missé y sus alegaciones trans, porque me interesaba más lo que decían, que los breves -y por otra parte difíciles- textos de Maleval y Laurent. Y eso tal vez haya sido un error del que me di cuenta tarde.

Preciado y los ‘monstruos hablantes’

El libro de Preciado, Yo soy el monstruo que os habla, reproduce el discurso que, al parecer del autor, se le negó el derecho de pronunciar íntegramente durante las Jornadas de la Escuela de la Causa Freudiana de París en diciembre de 2019, a las que fue invitado en calidad de trans, filósofo, analizado y performer activista de la causa queer. Preciado alega que su ataque directo al colectivo de psicoanalistas y, en concreto, al psicoanálisis como obsoleto y adyuvante en la hegemonía del heteropatriarcado cis, fue la causa de ser ‘vetado’, y es por ello que posteriormente editó el libro con el texto íntegro que había preparado para el evento, a fin de evitar mayores tergiversaciones de sus palabras.

En primer lugar, convendría aclarar lo que para Preciado significa ser un monstruo: monstruo es aquel que está permanentemente en el cruce, que no se adscribe a ninguna de las ‘categorías’ de género pre-establecidas, sobreentendamos binarias. Preciado es abiertamente rupturista, y deposita toda la responsabilidad nociva del ‘sistema’ en la estructura heteropatriarcal cis-normativa, sobre la cual se asienta luego, al modo marxista de estructura - superestructura, la institucionalización del resto de redes de poder, un poco a la manera como las entendía Foucault. Si disolvemos ese binarismo tóxico, artificial, falaz, parece desprenderse de su texto, todo lo demás (el colonialismo, el racismo, el obrerismo y clasismo…) caerá en efecto dominó.

Conviene aclarar también que el alegato de Preciado no es en favor de la transexualidad, del tránsito de un sexo a otro. Para él no existen los sexos ni los géneros, sino una horquilla infinita de posibilidades con la que experimentar gracias a ‘la hormona’ (la testosterona), así lo nombra literalmente: “un agenciamiento maquínico con la hormona o con algún otro código vivo”. Él defiende el sexo fluido, o la fórmula queer, un tránsito sin fin, un cruce que no acaba, la monstruosidad perpetua. Y este es un punto relevante en que hace énfasis Laurent en su artículo sobre la norma trans, diferenciando lo trans de lo transexual. En realidad, definiéndose ambas posiciones como políticas, reivindicativas y feministas, el fenómeno trans como lo defiende Preciado menosprecia a los transexuales en tanto que han hecho una migración no solo innecesaria, sino inicua en tanto que mimetizan la norma cis y refuerzan las normas de género, perdiendo entonces su potencial transformador y revolucionario. Sobre este punto incidiré de nuevo más adelante.

Preciado apuesta por la fórmula queer como vía de lucha revolucionaria para acabar con el sistema social y sus servidumbres. Es fundamental subrayar este extremo: que no se puede entender el fenómeno trans separadamente del feminismo y de lo político. Lo trans es político en esencia, es una afrenta directa a los pilares de nuestra civilización, que se sustenta en la fórmula del matrimonio-pareja y que está atravesada por la reproducción. Operación que, a mi modo de ver, es claramente sublimatoria por parte del autor: la transformación de sus dificultades y conflictos personales en otra cosa que brille más, le inscriba en las filas de la lucha colectiva y sea leído en clave política, desenmascaradora y libertadora.

Otro punto a destacar de entrada: la importancia de ese hablar que figura en el título de su discurso/libro: Preciado, si bien monstruoso, toma la palabra, habla, subvierte así el diagnóstico psicótico al que le han condenado una multiplicidad de analistas y a tenor del cual, el enfermo no sabe de su enfermedad ni puede hablar sobre ella. Preciado da la vuelta a esa norma implícita del psicoanálisis: es él, el enfermo psicótico, quien toma la palabra y se dirige a los analistas. “Yo, … al que ni la medicina, ni la ley, ni el psicoanálisis reconocen el derecho a la palabra, ni la posibilidad de producir discurso o una forma de conocimiento sobre sí mismo, … estoy aquí para dirigirme a ustedes.” (p. 19). Desafía así el diagnóstico, desacredita al cuerpo psicoanalítico: si es capaz de saber de sí, de dar cuenta de lo que le sucede, no puede ser un psicótico. Ergo es perentorio modificar el saber psicoanalítico, que además se rige por la regla de hierro según la cual ningún analista puede ser trans (puesto que se infiere que sería psicótico y no neurótico, y un psicótico no puede bajo ningún concepto ejercer de analista: no sabiendo sobre sí, ¿cómo puede ayudar al otro?).

Para Maleval, la época exige una apertura también en el psicoanálisis, como ya dictaminara Lacan. Siguiendo una clínica continuista en lugar de estructuralista, no habría en realidad frontera entre neurosis / psicosis / perversión, sino un continuum que cabría interpretar según sus diferentes anudamientos: borromeo, anudamiento simple, por el borde (en el caso del autismo), etc. Maleval trae a colación el caso de psicoanalistas de éxito que han conseguido el pase AE siendo autistas. Si los autistas lo han hecho, ¿por qué deberían ser excluidos los transexuales / transgénero? No haría bien el psicoanálisis si obviara las críticas que se le dirigen desde los discursos del momento actual simplemente porque le son adversas.

Preciado contra el psicoanálisis

Aclarado el título, vayamos al contenido del libro. La tesis de su texto, o mejor las tesis centrales, en cuanto al psicoanálisis se refiere, pueden resumirse como sigue:

- La diferencia sexual no existe más que como discurso y como ficción. Es necesario acabar con el binarismo sexual, una norma en cuya perpetuación los psicoanalistas son cómplices. La diferencia sexual en realidad es un régimen político en que nos inscribimos por medio de relaciones de poder: los hombres y las mujeres, con los roles asignados a cada cual que sobradamente conocemos y con cuotas de poder claramente asimétricas. Si derribamos la diferencia sexual como régimen caerán también las asimetrías de poder, parece querer argüir, puesto que ya no habrá hombres contra mujeres, seremos todos lo mismo, situados en algún punto concreto del continuum del género fluido.

Como fórmula para solucionar el problema me parece un tanto delirante, diría que es empeñarse en buscar la solución más difícil al problema. No sé si Preciado es o no psicótico, pero sí sé que delira. Claro que Lacan ya sentenció que todos estamos locos en tanto que todos deliramos… Aunque yo añadiría que todavía hay grados y grados.

- El psicoanálisis es coadyuvante en la erección de esa ficción, aunque en sus orígenes naciera con intención subversiva y feminista. Nació justamente en el tiempo en que cronológica y epistemológicamente empezaban a existir dos cuerpos anatómicos distintos, el masculino y el femenino, gracias a los avances médicos y científicos, lo cual no pudo ser casualidad.

- Los psicoanalistas son cómplices de la perpetuación del binarismo y de la patologización de los disidentes o ‘subalternos sexuales’, como Preciado los denomina. Ilustra el dato con la prohibición que hasta hace poco regía dentro de la Escuela (y que todavía rige en la IPA) de que ningún analista pudiera tener la condición de homosexual. “El psicoanálisis es un etnocentrismo que se ignora…: sus presupuestos (las segmentaciones que establece entre naturaleza y cultura, por ejemplo) son también patriarco-coloniales y no difieren con respecto a la naturalización de la diferencia sexual.”. (p. 40)

- El psicoanálisis hoy solo ejerce la función de ‘paliar’ la angustia que sufren esos disidentes sexuales disconformes con su sexo anatómico, tratando de ayudarles a recuperar la ‘funcionalidad’ en sus vidas privadas (cuando no regresarlos a la norma del género que anatómicamente les corresponde). En realidad, no ejerce ninguna función subversiva ni antinormativa: nada a favor de la convención en lugar de en su contra. El relato psicoanalítico se funde con el psiquiátrico, según el cual, desafiar el binarismo es entrar de pleno en la psicosis.

- En palabras de Preciado, Lacan intentó salvar el escollo de la naturalización de los géneros introduciendo el lenguaje y el discurso en el eje del psicoanálisis: el sujeto es transformado enseguida en parlêtre en Lacan. Para él, el lenguaje nos encierra en una jaula ineluctable, que distancia el goce humano del animal y de la cual no cabe eximirse. Sin embargo, Preciado parece creer que es posible zafarse de ese límite también, además del biológico, y que el goce sería así ilimitado. Maleval cita a la Preciado de Testo Yonky en la p. 1 de su artículo:

él postula un cuerpo gozante “capaz de zafarse de la toma del significante”, lo que lo incita a “apuntar la correlación de la verdad y del goce”, en una búsqueda de “desalienación total”. La existencia de un cuerpo biológico natural, no golpeado por el lenguaje, está en el principio de sus hipótesis; de ahí, él lo concibe como abierto a todas las construcciones posibles. En su perspectiva, el mismo Paul hoy en día, Beatriz ayer, el goce está apenas limitado por elecciones identitarias voluntarias, temporales, reversibles y se despliega hasta el infinito.

Hay que leer ahí una resistencia a inscribirse en la función fálica, a aceptar la castración, la pérdida, la enfermedad, la muerte y toda la negatividad implícita en la vida, hecho al que también se refiere Laurent en la p. 3 de su artículo, en crítica abierta a Butler y apoyándose en palabras de E. Marty:

La norma de la vida vivible, que atraviesa todas las identidades concebidas como un modo de goce, es un punto crucial de la geopolítica de la norma, como lo destaca Éric Marty. Ella elimina el lazo vida-muerte que introduce el sexo. “El concepto de Norma, en tanto que ello se opone al de la Ley y lo sustituye es, en este sentido, el concepto positivista por excelencia, sin exterior, sin trasfondo, sin secretos, sin oscuridad, sin más allá, una pura serie de positividades que regulan la vida, en lugar de albergar la muerte”.

En cualquier caso, en opinión de Preciado, Lacan fracasó en su intento introduciendo el lenguaje debido a su apego personal por el heteropatriarcado y a su transfobia.

Lo que Preciado afirma y lo que desvela sin decirlo (y sin querer)

La exposición de Preciado discurre desde lo personal hacia lo general. Nace de lo particular y busca hacer de ello, por extrapolación ˗en verdad, a mi juicio, por necesidad personal, para autojustificarse˗, una nueva genealogía de libertarios sexuales. Toda la narración de su tránsito se convierte, así, probablemente sin él quererlo deliberadamente, en una epopeya surgida de un malestar muy específico y personal que acabará investida, en un movimiento plenamente sublimatorio y megalómano, de visión política, valor revolucionario y propósito casi-mesiánico. Hay que tener presente que fue escrito para ser pronunciado oralmente ante un público muy concreto, y que tiene francos dejes de reprimenda.

El texto, para empezar, está repleto de generalizaciones y prejuicios muy comunes en cierto feminismo: p. e. “… porque para ser reconocido de verdad como un hombre yo debería callarme y fundirme en el magma naturalizado de la masculinidad, sin revelar nunca ni mi historia disidente ni mi pasado político.” (p. 22) ¿Qué otras disidencias no esconderán otros hombres? ¿U otras mujeres? ¿Serán de menor o de mayor importancia? ¿Por qué asumir que la política tenga nada que ver con el género? ¿O con el malestar de género? ¿No es esa una tergiversación torticera? Tal vez sin la política no habría visibilización de la cuestión, pero ¿deberían ir disconformidad de género (por no decir disforia) y política de la mano? Esta es una pregunta para discusión en el foro.

De todas formas, en cuanto a la visibilización y democratización del fenómeno transexual de las dos últimas décadas, cabe destacar que también ha traído sus peligros. No en vano, el texto de Laurent sobre la norma trans informando del freno a los protocolos de tránsito precoz en los países del norte de Europa, habida cuenta de los riesgos que se han constatado a medio y largo plazo. También el activista trans M. Missé en nuestro país tiene diversos textos en los que pone en tela de juicio la felicidad con que se alienta en España el tránsito en lugar de buscar alternativas que no sacrifiquen al cuerpo, que no se basen en el lema de ‘el cuerpo equivocado’, que en el fondo es profundamente patologizante y retrógrado. El malestar está anclado en el cuerpo, pero no necesariamente se origina en él, ni es exclusivo de las personas trans. Pareciera que España se acompleja todavía de ese país cañí que acarrea a la espalda y se apunta rauda y feliz a cualquier política que tenga la apariencia de ultra-modernidad para sacudirse viejos complejos de su mochila post-franquista.

Missé argumenta que el problema es la rigidez de los modelos de género, que generan un malestar que, si bien no es exclusivo del colectivo trans, la norma trans tiende a interpretar como pertenencia al género anatómicamente opuesto, y desata tempranamente protocolos de cambio de género y sexo. Así, muchos menores que inician el tránsito podrían haber lidiado con su malestar, si realmente se les hubiese dado opción, conservando su cuerpo y desarrollando sencillamente inclinaciones homosexuales o expresiones de género contrarias a su sexo anatómico.

El discurso de la norma trans ha ganado hegemonía y adeptos desde que mediáticamente se dio carta de naturaleza a los llamados ‘menores trans’ y los medios se hicieron eco de los casos de suicidio que se han sucedido en nuestro país. La norma antepone el riesgo de suicidio para justificar la perentoriedad de una intervención de tránsito lo más precoz posible. Es necesario volver al texto de Laurent, que señala que el norte de Europa ya ha empezado a desconfiar de esa norma intervencionista. En realidad, por más modernidad y progresismo de que pretenda investirse, ese paradigma es profundamente retrógrado, da un paso atrás y vuelve a transformar la transexualidad, es decir el género, en algo esencial: si no en una patología, como en el s. XX, sí resultado de un hecho fisiológico, un baño de hormonas erróneo durante la etapa fetal, algo irremediable contra lo que no cabe más que una intervención radical sobre el cuerpo lo más temprana posible. Contra esa visión biomédica restrictiva, el género debe entenderse como una construcción social, y la transexualidad, por ende, también: nada es irremediable ni irreversible.

Missé alega que, como en los desórdenes alimentarios, es la presión social y mediática la que empuja a desear la convergencia de la imagen propia con el estándar social del grupo al que uno se afilia, y que en los entornos terapéuticos de género hubo desde su nacimiento adherencia total de los profesionales por canalizar el malestar de los transexuales hacia la intervención sobre el cuerpo en lugar de buscar vías alternativas para vivir la sexualidad desde un cuerpo intacto ˗o al menos máximamente intacto˗, sin tacharlo de ‘equivocado’. Quizás de ahí que hoy muchos jóvenes que se reconocen transexuales se opongan a la cirugía, a veces incluso a la hormonación, y que al mismo tiempo se nieguen a que el fenómeno se denomine travestismo, como era costumbre en España antes de que existiera la posibilidad quirúrgica: se trata de una misma realidad, la transexualidad, de un mismo malestar anclado en el cuerpo, pero gestionado desde una presunción diferente y con armas menos lesivas e intervencionistas. De hecho, Missé señala que, aunque la transexualidad haya existido siempre a mayor o menor escala, nunca hasta el s. XX implicó ningún tipo de intervención de ni modificación sobre el cuerpo.

Merece llamar la atención, sin embargo, de que se suscita aquí un posible punto de encuentro / desencuentro entre las posturas trans y transexual: a saber, si el dilema desde esa posición ‘alternativa’ a la norma trans, máximamente intervencionista, es decidir el punto en el que parar el tránsito ˗o siquiera si empezarlo˗, en realidad se está apelando, aunque de forma indirecta, a la fluidez del género: no como objetivo en sí, es cierto, sino pragmáticamente, como la solución menos mala para las personas transexuales que no desean sacrificar su cuerpo. Aquí se abre también un punto interesante de debate para el foro, me parece entrever:

a) ¿pesa realmente tanto lo imaginario para que uno pueda sentirse suficientemente y satisfactoriamente una mujer aun en un cuerpo de hombre? Missé parece alegar que sí, y conozco indirectamente casos de jóvenes del entorno de mis hijos que se inscriben en esa onda, ignoro si para su entera satisfacción;

b) y por otra parte, aunque puedan coincidir en algún punto de ese quimérico continuum de género, ¿podrían llegar a entenderse esas dos posturas políticas, la trans y la transexual, que parten de presupuestos antagónicos y cuyos objetivos no coinciden? El mismo Missé da cuenta de los conflictos que se han dado entre activistas trans y transexuales dentro del activismo barcelonés.

Para Preciado, sin duda el fenómeno trans, que no el transexual, es la primera línea de la lucha política contra el sistema normativo: “… dejé de ser una mujer. ¿Por qué no podía ser el abandono de la feminidad una de las estrategias fundamentales del feminismo?” (p. 27). ¿En serio? ¿Podemos aceptar que el feminismo pase por abandonar la condición femenina? Será una broma, ¿no? Al fin y al cabo, si no va a haber géneros, ¿a cuentas de qué será necesario el feminismo?

Un poco más adelante, Preciado escribe: “No, yo no quería convertirme en un hombre como los otros hombres. Su violencia y su arrogancia política no me seducían.” (p. 28) ¿Qué arrogancia no será la suya cuando se permite tal tipo de generalizaciones y calificar de política, con ese deje claramente despectivo, la de los otros por el mero hecho de tratarse de ‘hombres’? Su texto destila odio hacia lo masculino, algo también común entre ciertas feministas. No parece quedarle a Preciado, en efecto, mayor alternativa que el centro, es decir, el cruce: odiando a los hombres y el lugar de las mujeres, elije la tierra de nadie. Aunque luego lo disfrace y sepa llevarse el agua a su molino, a la dialéctica de la revuelta política, y, de ahí, a la necesidad de acabar con ambos extremos para un supuesto mayor bien común. A saber, el de acabar con la angustia y el displacer que la rigidez del binarismo patriarcal genera entre nosotros y alentar el goce máximo e ‘ilimitado’ que advendrá con el régimen trans. ¡Delirio grande el suyo!

Su discurso, efectivamente, está teñido de ira, odio y resentimiento, y no escasean los párrafos megalomaníacos ˗i. e. él como ejemplo paradigmático del universo al que se adhiere: los subalternos sexuales, raciales, coloniales… con la misión auto-impuesta de transformar el universo-jaula que habitamos, a todas luces necesitado de menospreciar a los cis y ‘normativos’, ergo a los analistas, por su lerdo adocenamiento y ceguera˗:

Si no me hubiera dado igual el mundo ordenado y supuestamente feliz de la norma, si no hubiera sido porque me repugnaba el paraíso de la familia y de la nación, si no hubiera preferido mi fetichismo a vuestra heterosexualidad normal, si no hubiera optado por mi desviación de género frente a vuestra salud sexual, nunca hubiera podido escapar … o, para ser más preciso, nunca hubiera podido descolonizarme, desidentificarme, desbinarizarme. (p. 42)

Mi vida fuera del régimen de la diferencia sexual es más hermosa que cualquier cosa que ustedes y su psicología hubieran podido prometerme como recompensa por la aceptación de la norma. (p. 43)

Calificar la vida propia de hermosa siempre parece un tanto excesivo; ¿no será resultado de una necesidad de denostar a los otros, de acaparar todo el brillo para uno mismo, de inscribirse en una estela de mesianismo?

o párrafos abiertamente delirantes:

Hacer una transición de género es inventar un agenciamiento maquínico con la hormona o con algún otro código vivo: puede ser un lenguaje, una música, una forma, una relación con una planta, un aminal u otro ser vivo. Hacer una transición de género es establecer una comunicación transversal con la hormona, hasta que esta borre, o mejor, eclipse eso que ustedes llaman el fenotipo femenino y permita despertar otra genealogía. Ese despertar es una revolución. Es un levantamiento molecular. Un asalto al poder del yo heteropatriarcal, de la identidad y del nombre propio. Es un proceso de descolonización. (p. 45) [donde debemos leer colonia como complementario de imperio; es decir, se está refiriendo a los órganos femeninos como colonias para la reproducción]

Pero los órganos que no tuvimos nunca podrán ser enterrados. Nuestros órganos utópicos vivirán para siempre. Serán los guerreros eternos del cruce. En medio de esta guerra patriarco-colonial, la transición de género es una antigenealogía. Se trata de activar los genes cuya expresión había quedado cancelada por la presencia del estrógeno al conectarlos ahora con la testosterona, iniciando una evolución paralela de mi propia vida, desatando la expresión de un fenotipo que de otro modo hubiera quedado mudo. Ser trans es aceptar la irrupción triunfal de otro futuro en todas las células de mi cuerpo1. Hacer una transición es entender que los códigos de la masculinidad y de la feminidad que conocemos en nuestras sociedades modernas son anecdóticos2 comparados con la infinita variación de las modalidades de existencia de la vida. (p. 49)

Iniciando una evolución paralela de mi propia vida…

Órganos utópicos, el adjetivo lo dice todo, no hacen falta comentarios.

Cuando es aceptada como un proceso de tecnochamanismo activado por la presencia del lenguaje y de la testosterona, la experiencia trans desata un torbellino de códigos políticos y culturales vivos que no reconocen la diferencia entre ayer y hoy… (p. 50)

Hibridando los términos con el desconcertante resultado de tecnochamanismo es cierto que el ayer y el hoy desaparecen de un plumazo. Pero es una trampa del lenguaje.

y/o paranoicos:

[descripción de los baños para hombres y del asco que le producen]

Hasta que me di cuenta de que esa suciedad y esa pestilencia correspondían a una forma de relación estrictamente homosocial: los hombres habían creado un círculo fétido para ahuyentar de él a las supuestas mujeres y dentro de ese círculo, en secreto, eran libres de mirarse los genitales, libres de tocarse, libres de bañarse en sus propios fluidos, fuera de toda representación heterosexual, los hombres iban allí para olvidarse de su heterosexualidad por un momento y afirmar un escondido goce de estar solos, sin esos extraños álter egos que eran las mujeres y de los que se acompañaban después socialmente para ejercer una función reproductiva y heteroconsensual. (p. 37)

Esta descripción rebosa en cada línea odio por lo masculino.

El cuerpo trans es odiado, pero sus órganos maldecidos son los más deseados y se consumen en cada esquina: con la puta trans el machito hetero puede meterse una polla en la boca sin correr el riesgo de pensar que es gay. (p. 47)

Pero los órganos que no tuvimos nunca podrán ser enterrados. (p. 49)

¿No será precisamente esta percepción producto de una proyección de Preciado, de sus particulares resquemores? ¿A quién odia en realidad Preciado?

No hay órganos sexuales sino como enclaves coloniales de poder. El cuerpo trans es una colonia sobre la que se asientan las instituciones disciplinarias, los medios de comunicación, la industria farmacopornográfica, el mercado… (p. 48)

Por último, en cuanto al escollo de la reproducción, ese ‘pequeño particular’ solo posible a través de órganos explotados como enclave colonial de poder y que con la revuelta política que propugna se iría al traste ˗al menos la reproducción natural más al uso todavía˗, Preciado no ofrece solución alguna ˗debemos leer entre líneas que el tecnochamanismo, como la hormona, vendrá a asistirnos˗. Sin embargo, sí es suficientemente avispado para mencionar, como de pasada, que sus relaciones de filiación ˗y ahí ya da una pista˗ quedan substituidas por sus ancestros políticos: feministas, bolleras, maricas y obreros que le han precedido y que han sido sometidos a exterminación, violencia y control en el acceso a los saberes y conocimientos subalternos de los movimientos de lucha, transformación y resistencia anteriores.

Me permito solo un último apunte a colación del fin de la reproducción que avisto leyendo a Preciado, llamar la atención sobre un detalle: todo lo que conocemos de la reproducción tecnochamánica, por usar su jerga, lo sabemos por la literatura, y los textos que se han extendido sobre la cuestión no son precisamente utópicos, sino todo lo contrario. ¡Casi un siglo desde que salió a la luz Un mundo feliz! ¡El delirio de Preciado no ceja!

Y cabe traer a las mientes aquí a M. Barros, a quien escuchamos en conferencia hace un año y en cuyo texto La madre se refiere a la maternidad como experiencia libidinal y ‘pétrea’ del sujeto contemporáneo, para apuntalar mi opinión de cuán errado va Preciado en su creencia de que esa otra forma de reproducción despojada de la ‘crianza’ está ya a la vuelta de la esquina:

La maternidad -y con ello designamos una experiencia libidinal- se nos presenta hoy como un residuo de la experiencia tradicional de la vida, más allá de las innovaciones técnicas que la hagan posible. Pero esa experiencia no es, como creen los progresistas, el patriarcado, ni nada “patriarcal”. La experiencia tradicional de la vida es la castración. Y esto significa: “hay sexualidad, hay muerte”. (Barros, p. 12)

La familia persiste porque la madre persiste. Una mujer con su hijo ya constituyen una familia. Por eso es ante todo la prescindencia de la madre lo que aparece como rasgo sobresaliente en la utopía que Aldous Huxley soñó en Brave New World. (Barros, p. 14)

Padres, madres, ¡en guardia!: somos los últimos de una saga. Estamos en peligro de extinción si tipos como Preciado se salen con la suya. Queden advertidos.







NOTAS

  1. Esta cursiva no reproduce la tipografía original, está añadida con el propósito de enfatizar el contenido.

  2. Ídem.





Referencias bibliográficas

Barros, M. La madre. Buenos Aires, Grama Ediciones, 2018

Laurent, E. “Biopolítica de la norma trans”, Lacan Cotidiano, núm. 932, 27 de junio de 2021

Maleval, J.-C. “Cuando Preciado interpela al psicoanálisis”, Consecuencias, núm. 23, diciembre de 2019

Marty, É. Le Sexe des Modernes. París, Seuil, 2021

Missé, M. A la conquesta del cos equivocat. Barcelona, Egales, 2019

Preciado, P. B. Yo soy el monstruo que os habla. Barcelona, Anagrama, 2020