Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




domingo, 21 de febrero de 2021

"El mito individual del neurótico" de Jacques Lacan

 Lectura de PAULA DAMIANI


El psicoanálisis, dentro del conjunto de las ciencias, tiene una posición particular. Se dice que no es una ciencia y por lo tanto que se trataría de un arte. Esto sería un error si se la piensa solo como una técnica; pero si se piensa el arte en el sentido en que se usaba en la Edad Media para referirse a la aritmética, geometría, música y gramática, no lo es. Lo que las caracteriza, a diferencia de las ciencias que surgieron a partir de ellas, es que mantenían en primer plano lo que puede llamarse una relación fundamental con la medida del hombre  (relación interna, inagotable, cerrada sobre sí misma, que entraña por excelencia el uso de la palabra). Relación que el psicoanálisis preserva y que hace que, por lo tanto, no sea objetivable, y que implica en su seno la emergencia de una verdad que es lo que no puede ser dicho en tanto que palabra. Sin embargo, es aquello que nos vemos obligados a expresar de todos modos en una fórmula que da su esencia a lo que se debe que exista en el seno de la experiencia psicoanalítica: un mito. El mito es lo que da una forma discursiva a algo que no puede ser transmitido en tanto la palabra no puede captarse a sí misma ni captar el movimiento de acceso a la verdad como una verdad objetiva. Aquello en lo cual la teoría psicoanalítica concretiza la relación intersubjetiva, que es el Completo de Edipo, tiene una valor de mito.

Lacan comenta que se referirá a hechos de experiencia que constatamos en lo vivido por los sujetos que tomamos en análisis, los sujetos neuróticos, por ejemplo, a partir de las cuales nos vemos en la necesidad de aportarle al mito edípico ciertas modificaciones de estructura. La teoría analítica está enteramente subtendida por el conflicto fundamental que por medio de la rivalidad con el padre, vincula al sujeto con un valor simbólico esencial, pero esto, está siempre en función de cierta degradación de la figura del padre, quizás ligada a circunstancias sociales especiales. La experiencia misma está tendida entre la imagen del padre, siempre degradada y la posición del amo, el del maestro moral, el amo que instituye a quien está en la ignorancia y que lo prepara para lo que puede llamarse el acceso a la conciencia, a la sabiduría, en la toma de posesión de la condición humana.

Si confiamos en la definición de mito como una cierta representación que expresa de modo imaginario las relaciones fundamentales, características de cierto modo de ser humano en una época determinada, si lo comprendemos como la manifestación social latente o patente, virtual o realizada, plena o vaciada de sentido, de ese modo de ser, es indudable que podemos volver a encontrar su función en la vivencia misma de un neurótico.

Lacan decide presentar el caso del Hombre de las Ratas como ejemplo por su simplicidad y la particularidad del carácter visible de las relaciones en juego en la constelación que presidió el nacimiento del sujeto, su destino, su prehistoria. Las relaciones que estructuraron la unión de sus padres resulta tener una relación muy precisa. 

- Padre suboficial -devaluación permanente. Casamiento ventajoso. Prestigio del lado de la madre.

- Broma entre padres sobre la mujer pobre pero linda.

- Padre dilapida jugando los fondos del regimiento.

- Amigo lo ayuda a saldar la deuda y nunca le paga. 

Lacan plantea que se ubica una estricta correspondencia entre estos elementos iniciales de la constelación subjetiva y el desarrollo último de la obsesión fantasmática (la imagen del suplicio engendró temores de que esto suceda a sus personas queridas especialmente a la mujer pobre).

El argumento fantasmático sobre el paso del dinero se presenta como un pequeño drama que es la manifestación del mito individual del neurótico, refleja la relación inaugural entre el padre, la madre y el personaje del amigo. Todo ocurre como si los impasses propios de la situación original se desplazasen a otro punto de la red mítica.

Lacan expresa que quiere insistir en una realidad psíquica que puede servir en la orientación de la experiencia analítica, hay en el neurótico una situación de cuarteto que se renueva sin cesar, pero que no existe en un plano único.

En un sujeto de sexo masculino, su equilibrio moral y psíquico exige: la asunción de su propia función como primera exigencia, hacerse reconocer en su función viril y en su trabajo, asumir sus frutos sin conflicto, sin tener el sentimiento de que es algún otro el que lo merece o que él mismo no lo tiene más que por casualidad, sin que se produzca esa división interior que hace del sujeto el testigo alienado de los actos de su propio yo (moi). La otra exigencia es un goce que se puede calificar como pacífico y unívoco del objeto sexual una vez que este ha sido elegido.

Cada vez que el neurótico logra o tiende a lograr la asunción de su propio papel en su contexto social determinado, el objeto, el partenaire sexual se desdobla (mujer rica, mujer pobre). Lo impactante es el aura de anulación que rodea al partenaire sexual que para él tiene mayor realidad, que le es más próximo. Por otro lado, se presenta un personaje que desdobla al primero y que es objeto de una pasión más o menos idealizada, con un estilo análogo al amor pasión y que lo empuja hacia a una identificación de orden mortal.

Si el sujeto por un lado hace el esfuerzo por encontrar la unidad de su sensibilidad, es entonces en el otro extremo, en la asunción de su propia función social y su propia virilidad donde ve aparecer a su lado un personaje con el cual tiene una relación narcisista en tanto que relación mortal. A este le delega la tarea de representarlo en el mundo y de vivir en su lugar. No es él verdaderamente, él se siente excluido, fuera de su propia vivencia, no se siente en armonía con su propia existencia y el impasse se reproduce. Es bajo esta forma muy particular de desdoblamiento narcisístico donde yace el drama del neurótico, en relación con el cual adquieren todo su valor las diferentes formaciones míticas cuyo ejemplo dio la forma de fantasmas pero que también se pueden encontrar bajo otras formas como, por ejemplo, en los sueños. Es allí donde verdaderamente puede mostrársele al sujeto las particularidades de su caso de un modo más riguroso que a través de los esquemas tradicionales, surgidos de la triangularidad del Complejo de Edipo.

 

Goethe

-          Estrasburgo, 22 años: Acontece el episodio con Federica Brion por la cual conservó gran nostalgia hasta una época avanzada de su vida y que le permitió superar una  maldición por un episodio anterior, sobre todo en relación al acercamiento a una mujer y el beso en los labios (Lucinda, tiene una hermana que lo convence de que se aleje de Lucinda y que le dé a ella el último beso. Lucinda los descubre y realiza la maldición “Malditos sean para siempre esos labios. Que la desgracia le ocurra a la primera que reciba su homenaje”).

-          Goethe acoge esta maldición como una prohibición que obstaculizará el camino en todas sus aventuras amorosas. Cuando va a la casa del Pastor Brion se rodea de precauciones que relevan un carácter tortuoso. Disfraz de estudiante de teología con sotana descocida.

-          Regresa con el disfraz de mozo de una posada y portador de la torta de bautismo (homenaje al pastor) el ser portador de la torta asume la significación de la función paterna pero él se especifica por no ser el padre sino tan solo quien aporta algo, quien solo tiene una relación externa con la ceremonia, se hace un suboficiante no su héroe principal.

-          Lacan plantea que toda su escapada aparece no solo como un juego sino fundamentalmente como una precaución en relación al desdoblamiento de la función personal del sujeto en las manifestaciones míticas del neurótico.

-          Ante el objeto deseado vemos producirse un desdoblamiento del sujeto, su alienación consigo mismo, maniobras por las que se da un sustituto sobre el cual deben recaer las amenazas mortales.

-          Sus temores respecto a la realización de ese amor siempre fueron crecientes, aún luego de haber franqueado la barrera.

El sistema cuaternario tan fundamental en los impasses, en las insolubilidades de la situación vital de los neuróticos, es de una estructura bastante diferente del que se da tradicionalmente: el deseo incestuoso por la madre, la interdicción del padre, sus efectos de barrera y la proliferación de síntomas. Esta diferencia debería conducirnos a discutir la antropología general que se desprende de la doctrina analítica tal como ha sido enseñada hasta el presente. Todo el esquema de Edipo debe ser criticado.

La situación más normativizante de lo vivido por el sujeto moderno en la forma reducida de la familia conyugal, tiene que ver con que el padre resulta ser el representante, la encarnación, de una función simbólica que concentra en ella los goces pacíficos, simbólicos del amor de la madre. La asunción de la función del padre supone una relación simbólica simple, donde lo simbólico recubriría plenamente lo real. Sería necesario que el padre no sea solamente el nombre del padre, sino que represente plenamente el valor simbólico cristalizado en su función.

Ahora bien, Lacan plantea que, en una estructura social como la nuestra, este recubrimiento de lo simbólico y lo real es inaprehensible; el padre es siempre un padre discordante en relación a su función, un padre carente, humillado, etc. Hay una marcada discordancia entre lo percibido por el sujeto en el plano real y la función simbólica, y es en este intervalo lo que hace que el Complejo de Edipo tenga su valor, para nada normativizante, sino más frecuentemente patógeno.

Lo que nos hace comprender de qué se trata, en la estructura cuaternaria, es la relación narcisista, no menos importante que la función simbólica del Edipo.

La relación narcisista del semejante es la experiencia fundamental del desarrollo imaginario del ser humano, decisiva en la constitución del sujeto. ¿Qué es el yo sino algo que el sujeto experimenta primero como algo ajeno, primero en otro, más avanzado, más perfecto donde el sujeto se ve? Esta relación anticipada con su propia realización lo deja en un plano de profunda insuficiencia, de desagarro originario, por lo cual en todas las relaciones imaginarias se experimenta una experiencia de muerte.

Esta diferenciación del padre imaginario y el padre simbólico ocurre no solo a nivel estructural sino también en la contingencia particular e histórica de cada sujeto (ya sea porque el padre haya muerto precozmente, ya sea por un padrastro sustituto con el cual el sujeto encuentra una relación más fraternal que se comprometerá más a nivel de la dimensión agresiva de la relación narcisista, o un amigo desconocido y nunca vuelto a encontrar como en el Hombre de las Ratas, etc.). Todo esto culmina en el cuarteto mítico.

El cuarto elemento es la muerte, como elemento mediador. Es necesario que la muerte no sea una muerte realizada, sino imaginada e imaginaria. Esta muerte es la que se introduce en la dialéctica del drama edípico y es de ella de la que se trata en la formación del neurótico y quizás algo que supera esto, que va más allá: la actitud existencial característica del hombre moderno.

viernes, 19 de febrero de 2021

"Desde el registro de lo atormentado hasta el maltrato de toda manifestación del deseo del otro..."

 

MUERTO Y VIVO EN LA NEUROSIS OBSESIVA*

Yves Vanderveken

 

 

En una alternancia Freud situaba la interrogación de pensamiento del neurótico obsesivo sobre su ser: ¿estoy muerto o vivo? Así la distinguía, en el registro de la neurosis, de la cuestión sobre el ser que se plantea el sujeto histérico: ¿soy hombre o mujer? Esta interrogación de vida o muerte del obsesivo ¿a qué se refiere? A su relación con el deseo, deseo con el cual mantiene relaciones de lo más complejas.

                Lacan, tras Freud, nunca cambió respecto a lo que se podía esperar de la experiencia de un análisis. En el Seminario de La Angustia, precisa con concisión: un psicoanálisis “siempre ha tenido y sigue teniendo como objeto el descubrimiento de un deseo”1.

                Pero este deseo tiene un alcance totalmente específico en el campo del psicoanálisis. No es para nada un deseo que se aprehenda como tal y que vaya a especificarse, por ejemplo, con un lo que yo quiero. Se inscribe incluso en ruptura con eso –por lo cual puede ser llamado inconsciente. En este sentido, no es que se pueda alcanzar al término de un análisis. Sino que su elucidación, su cercar no deja de producir un aligeramiento sintomático seguro.

Lejos de confundirse con el querer del sujeto, es incluso un deseo que se opone a ello. Se impone al sujeto en una dimensión de división subjetiva, como un más fuerte que yo. Un no puedo más que que no cesa, al mismo tiempo, de repetirse y no escribirse. No encuentra forma de decirse o expresarse más que de una manera desviada y disfrazada por las vías de las formaciones del inconsciente (sueños, lapsus, actos fallidos), o también por las vías –que se pueden calificar con Lacan de torcidas2– de las manifestaciones sintomáticas. Allí encuentra el modo tanto de decirse como de abrirse camino hacia una satisfacción substitutiva, que no emerge más que en ruptura, en corte, incluso en infracción de las intenciones y normas del individuo mismo. Lejos de ser un deseo donde uno se reconoce en su manifestación, se trata más bien de un efecto, de una consecuencia, donde uno se desconoce. En este sentido, es un deseo, no que se alcanza, que se identifica, por ejemplo, en un objeto, sino un deseo en obra, que causa. Que causa [y parlotea], a la vez, en tanto que en sus manifestaciones habla, pero también determina éstas en un modo de satisfacción ajena al yo del sujeto.

De allí los enredos que el sujeto obsesivo mantiene respecto a él. Es porque se opone a otro deseo, neurótico, que caracteriza la estructura de la defensa del neurótico obsesivo: el deseo de control y retención. Coordenadas que le dan su carácter anal y que apunta a aplastar el deseo, en tanto que refunda el yo y su deseo de control en el único registro de la demanda.

Esta dimensión defensiva es un mata-deseo con el cual el sujeto neurótico mantiene relaciones de lo más alambicadas. De allí el carácter “rompepelotas” del obsesivo, yendo desde el registro de lo atormentado hasta el maltrato de toda manifestación del deseo del otro, lo cual no engaña en general a las mujeres y su relación más real y directo con el deseo. El neurótico obsesivo se sitúa así siempre en una relación desplazada respecto a su deseo. No lo siente en sí cuando se manifiesta; incluso padece su caída cuando se acerca a él.

Todo colabora en él a la mortificación de su deseo, así como a la mortificación o bien anulación de toda manifestación del deseo del Otro, para evitar el encuentro con ese deseo demasiado angustioso e inhibidor, que escapa a todo control y medida. Salvo si integra su síntoma obsesivo en su fortaleza yoica y encuentra en él identificación, esta relación mortificada al deseo y el retorno por contrabando de la satisfacción causan el tormento del pensamiento del sujeto neurótico y su relación con el hastío. Lacan sitúa en este punto la máxima analítica según la cual no se puede ser culpable más que de haber cedido en su deseo3. De allí la culpabilidad que carcome al obsesivo. Ninguna perspectiva hedonista en el horizonte, sino, como indicado, una elucidación de las coordenadas de este deseo otro que abre a un posible saber hacer menos costoso y mortificante para el sujeto.

Esta cuestión de lo muerto viviente en cuanto al propio deseo –si es que podemos bromear con una ocurrencia–, Lacan generalizará su alcance al conjunto del campo clínico. Es lo que anticipa, en el Seminario La angustia, al que ya nos hemos referido, situando el registro del deseo del obsesivo como lo que anuncia la estructura fundamental del deseo4.

Para hacer eso, Lacan volverá a tomar la psicosis como punto de perspectiva del conjunto del campo de la clínica. Elevará el “desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”5, que aísla de la clínica del desencadenamiento psicótico del presidente Schreber, al rango de paradigma alrededor del cual se articularía el conjunto de las estructuras clínicas. Es la propuesta que extrae Jacques-Alain Miller en su texto “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”6, precisando que es un sentimiento experimentado por todos. Y que esta experiencia está ligada al encuentro siempre discordante, discordante por estructura, entre el significante y el cuerpo.

Este encuentro proporciona el sentimiento de vida que, si no, relegaría a un puro organismo al cuerpo, de aquel que a partir de allí Lacan denomina parlêtre. En cierto sentido, este encuentro da cuerpo. Pero en el mismo movimiento, más allá de la dimensión conocida de su primera enseñanza de Lacan, que acompaña el Aufhebung significante con una mortificación –el significante mata la Cosa–, sitúa, por el encuentro del significante y el cuerpo, la fijación de un desorden en el sentimiento de vida. En su contingencia singular, el impacto del encuentro del significante con el cuerpo viene a fijar allí una modalidad de goce que no cesará de conmemorarse. Este goce, declinación más libidinal y pulsional del deseo, se presenta siempre, al igual que el deseo para el obsesivo, como un goce que no hay que. Nunca es conforme y no responde para nada a las normas. A fortiori, ni del Otro de la sociedad, sino a las normas  del sujeto mismo. Se presenta a él siempre como un exceso o una falta, nunca el adecuado. Anuda a la vez un demasiado de vida y un horizonte de pulsión de muerte, en la medida en que va al encuentro del o de los bienes del sujeto. Alrededor de este punto de goce Otro, en función de los modos de defensa, ciertamente siempre de lo más singulares, pero que pueden también reagruparse en categorías, es donde se distribuyen los tipos clínicos.

Lacan produce así una nueva definición del inconsciente. Lo corporeiza en su relación con el decir: “Hablo con mi cuerpo y sin saber. Luego, digo siempre más de lo que sé”7. Es allí donde sitúa de allí en adelante el inconsciente.

Es diferente de la mera producción del sujeto del inconsciente en término significante. Aloja el inconsciente en su punto de unión pulsional, como la grapa entre un decir que divide y una substancia gozante –resultado de lo que había intentado atrapar en su escritura del fantasma–. Es otro abordaje de la división subjetiva.

Aloja en este decir siempre más de lo que sé del inconsciente, por su goce, un punto de insoportable que no demanda más que ser desconocido, incluso rechazado. El psicoanálisis, en cambio, se apoya en su cercamiento.

 

Notas

 

* Artículo publicado en la revista La cause du désir, nº 96 (2017), disponible on-line.

1. Lacan, J., La angustia, El Seminario 10, Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 301.

2. Cf. Lacan, J., El sinthome, El Seminario 23, Buenos Aires: Paidós, 2006, pp. 134-137. Cf también el comentario de J.-A. Miller en este mismo seminario: “Nota paso a paso”, pp. 203-206.

3. Cf. Lacan, J., La ética del psicoanálisis, El Seminario 7, Buenos Aires: Paidós, 1988, p. 379.

4. Cf. Lacan, J., La angustia, El Seminario 10, ibid.

5. Lacan, “De un discurso preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos, México, Siglo XXI, 1998, vol. 2, p. 540.

6. Cf. Miller, J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Consecuencias, nº 15 (2015), revista digital disponible on-line.

7. Lacan, J., Aun, El seminario 20, Buenos Aires: Paidós, 1981, p. 144.    

 

Traducción: Alín Salom