Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




viernes, 19 de febrero de 2021

"Desde el registro de lo atormentado hasta el maltrato de toda manifestación del deseo del otro..."

 

MUERTO Y VIVO EN LA NEUROSIS OBSESIVA*

Yves Vanderveken

 

 

En una alternancia Freud situaba la interrogación de pensamiento del neurótico obsesivo sobre su ser: ¿estoy muerto o vivo? Así la distinguía, en el registro de la neurosis, de la cuestión sobre el ser que se plantea el sujeto histérico: ¿soy hombre o mujer? Esta interrogación de vida o muerte del obsesivo ¿a qué se refiere? A su relación con el deseo, deseo con el cual mantiene relaciones de lo más complejas.

                Lacan, tras Freud, nunca cambió respecto a lo que se podía esperar de la experiencia de un análisis. En el Seminario de La Angustia, precisa con concisión: un psicoanálisis “siempre ha tenido y sigue teniendo como objeto el descubrimiento de un deseo”1.

                Pero este deseo tiene un alcance totalmente específico en el campo del psicoanálisis. No es para nada un deseo que se aprehenda como tal y que vaya a especificarse, por ejemplo, con un lo que yo quiero. Se inscribe incluso en ruptura con eso –por lo cual puede ser llamado inconsciente. En este sentido, no es que se pueda alcanzar al término de un análisis. Sino que su elucidación, su cercar no deja de producir un aligeramiento sintomático seguro.

Lejos de confundirse con el querer del sujeto, es incluso un deseo que se opone a ello. Se impone al sujeto en una dimensión de división subjetiva, como un más fuerte que yo. Un no puedo más que que no cesa, al mismo tiempo, de repetirse y no escribirse. No encuentra forma de decirse o expresarse más que de una manera desviada y disfrazada por las vías de las formaciones del inconsciente (sueños, lapsus, actos fallidos), o también por las vías –que se pueden calificar con Lacan de torcidas2– de las manifestaciones sintomáticas. Allí encuentra el modo tanto de decirse como de abrirse camino hacia una satisfacción substitutiva, que no emerge más que en ruptura, en corte, incluso en infracción de las intenciones y normas del individuo mismo. Lejos de ser un deseo donde uno se reconoce en su manifestación, se trata más bien de un efecto, de una consecuencia, donde uno se desconoce. En este sentido, es un deseo, no que se alcanza, que se identifica, por ejemplo, en un objeto, sino un deseo en obra, que causa. Que causa [y parlotea], a la vez, en tanto que en sus manifestaciones habla, pero también determina éstas en un modo de satisfacción ajena al yo del sujeto.

De allí los enredos que el sujeto obsesivo mantiene respecto a él. Es porque se opone a otro deseo, neurótico, que caracteriza la estructura de la defensa del neurótico obsesivo: el deseo de control y retención. Coordenadas que le dan su carácter anal y que apunta a aplastar el deseo, en tanto que refunda el yo y su deseo de control en el único registro de la demanda.

Esta dimensión defensiva es un mata-deseo con el cual el sujeto neurótico mantiene relaciones de lo más alambicadas. De allí el carácter “rompepelotas” del obsesivo, yendo desde el registro de lo atormentado hasta el maltrato de toda manifestación del deseo del otro, lo cual no engaña en general a las mujeres y su relación más real y directo con el deseo. El neurótico obsesivo se sitúa así siempre en una relación desplazada respecto a su deseo. No lo siente en sí cuando se manifiesta; incluso padece su caída cuando se acerca a él.

Todo colabora en él a la mortificación de su deseo, así como a la mortificación o bien anulación de toda manifestación del deseo del Otro, para evitar el encuentro con ese deseo demasiado angustioso e inhibidor, que escapa a todo control y medida. Salvo si integra su síntoma obsesivo en su fortaleza yoica y encuentra en él identificación, esta relación mortificada al deseo y el retorno por contrabando de la satisfacción causan el tormento del pensamiento del sujeto neurótico y su relación con el hastío. Lacan sitúa en este punto la máxima analítica según la cual no se puede ser culpable más que de haber cedido en su deseo3. De allí la culpabilidad que carcome al obsesivo. Ninguna perspectiva hedonista en el horizonte, sino, como indicado, una elucidación de las coordenadas de este deseo otro que abre a un posible saber hacer menos costoso y mortificante para el sujeto.

Esta cuestión de lo muerto viviente en cuanto al propio deseo –si es que podemos bromear con una ocurrencia–, Lacan generalizará su alcance al conjunto del campo clínico. Es lo que anticipa, en el Seminario La angustia, al que ya nos hemos referido, situando el registro del deseo del obsesivo como lo que anuncia la estructura fundamental del deseo4.

Para hacer eso, Lacan volverá a tomar la psicosis como punto de perspectiva del conjunto del campo de la clínica. Elevará el “desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”5, que aísla de la clínica del desencadenamiento psicótico del presidente Schreber, al rango de paradigma alrededor del cual se articularía el conjunto de las estructuras clínicas. Es la propuesta que extrae Jacques-Alain Miller en su texto “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”6, precisando que es un sentimiento experimentado por todos. Y que esta experiencia está ligada al encuentro siempre discordante, discordante por estructura, entre el significante y el cuerpo.

Este encuentro proporciona el sentimiento de vida que, si no, relegaría a un puro organismo al cuerpo, de aquel que a partir de allí Lacan denomina parlêtre. En cierto sentido, este encuentro da cuerpo. Pero en el mismo movimiento, más allá de la dimensión conocida de su primera enseñanza de Lacan, que acompaña el Aufhebung significante con una mortificación –el significante mata la Cosa–, sitúa, por el encuentro del significante y el cuerpo, la fijación de un desorden en el sentimiento de vida. En su contingencia singular, el impacto del encuentro del significante con el cuerpo viene a fijar allí una modalidad de goce que no cesará de conmemorarse. Este goce, declinación más libidinal y pulsional del deseo, se presenta siempre, al igual que el deseo para el obsesivo, como un goce que no hay que. Nunca es conforme y no responde para nada a las normas. A fortiori, ni del Otro de la sociedad, sino a las normas  del sujeto mismo. Se presenta a él siempre como un exceso o una falta, nunca el adecuado. Anuda a la vez un demasiado de vida y un horizonte de pulsión de muerte, en la medida en que va al encuentro del o de los bienes del sujeto. Alrededor de este punto de goce Otro, en función de los modos de defensa, ciertamente siempre de lo más singulares, pero que pueden también reagruparse en categorías, es donde se distribuyen los tipos clínicos.

Lacan produce así una nueva definición del inconsciente. Lo corporeiza en su relación con el decir: “Hablo con mi cuerpo y sin saber. Luego, digo siempre más de lo que sé”7. Es allí donde sitúa de allí en adelante el inconsciente.

Es diferente de la mera producción del sujeto del inconsciente en término significante. Aloja el inconsciente en su punto de unión pulsional, como la grapa entre un decir que divide y una substancia gozante –resultado de lo que había intentado atrapar en su escritura del fantasma–. Es otro abordaje de la división subjetiva.

Aloja en este decir siempre más de lo que sé del inconsciente, por su goce, un punto de insoportable que no demanda más que ser desconocido, incluso rechazado. El psicoanálisis, en cambio, se apoya en su cercamiento.

 

Notas

 

* Artículo publicado en la revista La cause du désir, nº 96 (2017), disponible on-line.

1. Lacan, J., La angustia, El Seminario 10, Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 301.

2. Cf. Lacan, J., El sinthome, El Seminario 23, Buenos Aires: Paidós, 2006, pp. 134-137. Cf también el comentario de J.-A. Miller en este mismo seminario: “Nota paso a paso”, pp. 203-206.

3. Cf. Lacan, J., La ética del psicoanálisis, El Seminario 7, Buenos Aires: Paidós, 1988, p. 379.

4. Cf. Lacan, J., La angustia, El Seminario 10, ibid.

5. Lacan, “De un discurso preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos, México, Siglo XXI, 1998, vol. 2, p. 540.

6. Cf. Miller, J.-A., “Efecto retorno sobre la psicosis ordinaria”, Consecuencias, nº 15 (2015), revista digital disponible on-line.

7. Lacan, J., Aun, El seminario 20, Buenos Aires: Paidós, 1981, p. 144.    

 

Traducción: Alín Salom

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