Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




jueves, 3 de julio de 2014

Conclusiones curso 2013-14: Culpa, vergüenza y responsabilidad

El eclipse de la ética en la hipermodernidad

En el siglo XXI, nos hallamos con un aparente eclipse tanto de la culpa y la vergüenza como de la responsabilidad.  Vivimos en una época de “incertidumbre moral”, en términos de Bauman. Nadie se declara culpable, ni avergonzado, ni responsable de nada. Asistimos también al “ocaso del pudor”. Vivimos en una sociedad impúdica, una sociedad del espectáculo, de la transparencia, una sociedad post-privacy. En definitiva, una sociedad fundamentalmente exhibicionista y voyeurista.

Surge la pregunta: ¿por qué se ha dado este eclipse de la ética? Por dos razones. En primer lugar, porque el imperativo de goce que enarbola esta sociedad es poco compatible con los sentimientos de culpa, vergüenza o responsabilidad. El imperativo de goce eclipsa la ética; no la deja ver. Tengamos en cuenta que el imperativo de goce es una exigencia del capitalismo. Y en función de ese imperativo de goce, se ha montado una sociedad narcisista, de orgullos y selfies. En segundo lugar, hay un eclipse de la ética, porque la ciencia, el discurso científico o, en todo caso, cientifista, tiende a borrar al sujeto y por ende erosionar la ética. Explicar “científicamente”, es explicar objetivamente: genética, hormonal, neurológicamente… No hay espacio para el sujeto en el discurso de la ciencia. El discurso de la ciencia desresponsabiliza.  A lo sumo facilita el victimizar al sujeto.


Ética y Psicoanálisis

El psicoanálisis toma partido por la ética: por la culpa, la vergüenza y la responsabilidad. No pretende rehuir el tema de la culpa. No la niega, ni la deniega, ni la reprime, ni la forcluye. La pone a hablar. Esto marca la diferencia con otros discursos. Si el analista dis-culpa las culpas menores que el neurótico trae al análisis, cierra el camino de la cura. Interrogar la culpa permite acceder al corazón del síntoma. Pretender extirparla supone disolver la subjetividad.

Por eso Eric Laurent dice: no hay que desculpabilizar al sujeto, sino desangustiarlo. No se trata de anular la culpa sino de interrogarla, porque, en términos freudianos, la culpa condensa el conflicto; en términos lacanianos, orienta hacia lo real, hacia lo que el sujeto no puede soportar, simbolizar, metabolizar.

En la base de la relación psicoanálisis-ética está la afirmación absolutamente radical de Lacan: “de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables”.

La culpa

El término “culpa”, en Freud, es otro nombre para la “pulsión de muerte”, del Thanatos. La culpa es fundamentalmente inconsciente y consiste en la voluntad inconsciente del sujeto de castigarse.  A nivel consciente, el yo suele declararse inocente. Banalmente inocente. Con frecuencia no tiene conciencia de sus propios sentimientos de culpa. El sujeto no se siente culpable, se siente enfermo.

¿Cómo juega la culpa en las diferentes estructuras clínicas? Salvo en la paranoia, en todas las demás estructuras, la culpa está omnipresente. En la melancolía  hay una culpa abrumadora. La sombra del objeto ha caído sobre el yo. El sujeto no logra deslindarse del otro; dirige hacia sí los reproches que tiene contra el Otro. La melancolía parece el negativo de la paranoia. En la paranoia el sujeto conserva una eterna inocencia, arrojando contra el Otro toda la culpa y recibiendo desde fuera la persecución. En el lugar de la culpa está la persecución. En cambio en la melancolía, con la culpa el sujeto se persigue a sí mismo.

La culpa en la neurosis obsesiva está omnipresente. Es estructural. El obsesivo es una máquina de generarse culpas. La culpa está atada en el obsesivo al temor a hacer daño al Otro con sus pensamientos. Quiere destruir al Otro, pero con la culpa en el fondo lo que hace es sostenerle. El obsesivo está capturado en la dialéctica infernal del deseo agresivo y la culpa. De allí el que el Hombre de las ratas, por ejemplo, asuma una deuda (la del padre) y que no la pague. La deuda está allí para sostener al Otro: este es el objetivo esencial del obsesivo. En la histeria, la culpa es menos consciente, menos ruidosa, pero está igualmente. En el caso que presenta Berenguer, en “L’ética en psicoanàlisi”, se ve con toda claridad cómo la culpa genera un síntoma de agorafobia. Ella ha sido abusada por su padre en la adolescencia. A la angustia se ha sumado un goce edípico por su victoria sobre la madre. Después de la situación de abuso, pasa un período en que se dedica a  hacer la calle con hombres mayores. Pero finalmente abandona esa modalidad de goce, se deslinda de todo aquello, y se casa con un hombre bueno. Mire por donde, genera un síntoma agorafóbico, y no puede salir a la calle.

Un fragmento del Sem. XXIV de Lacan elucida el problema de la culpa. Lacan dice que “de lo real somos más o menos culpables”. ¿Por qué de lo real íbamos a ser culpables? Frente a lo real, de entrada lo que surge es la angustia. Pero la angustia destituye al sujeto. Si el sujeto insiste en responsabilizarse de aquello, si pretende restituirse como sujeto frente a lo real, ¿qué va a surgir? Va a surgir en él la culpa. De lo que no puede metabolizar simbólicamente, el sujeto se hace cargo con la culpa –eso nos parece entender que dice Lacan.

Hemos hecho un abordaje de la Shoah con estas herramientas conceptuales. La culpa fue forcluida en el nazismo.Era del Otro, del judío, el gitano, el subhombre al cual había que excluir, eliminar. Hemos intentado distinguir entre la culpa real y la culpa semblantizada. Por un lado, hubo una culpa semblantizada (imaginaria-simbólica), en los alemanes que declararon que “no sabían” lo que estaba ocurriendo en los campos de concentración. Era un semblante de culpa, ya que se escamotearon como sujetos. De lo real se sentían “menos culpables”. Por otro lado, estaba la culpa real que sentían los supervivientes del Holocausto. Muchos se suicidaron después de la liberación. De lo real, los que volvieron de los campos se sentían “más culpables”. Porque ellos no pudieron, no quisieron, obviar su implicación en aquello. Y porque la Shoah causó la debacle de lo simbólico. La culpa real es la culpa de la víctima.

¿Qué pasa con la culpa en la cura psicoanalítica?  Un análisis comienza con una rectificación subjetiva. En lugar de reprimir la culpa y quedarse en el limbo de una supuesta inocencia, el sujeto tiene que ocuparse de su propia implicación subjetiva en su propio malestar. Interrogar la falta, preguntarse cómo ha colaborado en su propio malestar. Tiene que hacerse cargo de la culpa, es decir, pasar de la culpa a la responsabilidad. Allí está la dimensión trágica del análisis. Por eso un análisis es tan doloroso. Es más fácil reprimir la culpa y castigarse, que hacerse cargo de la culpa, hacerla consciente, responsabilizarse de ella.

En segundo lugar, el sujeto ha de deslindar su culpa de la culpa del Otro. En la neurosis la culpa inconsciente es prestada, dice Freud. Deriva de las faltas del padre. El sujeto pretende pagar deudas que él no contrajo, pero que lo encadenan a un linaje. Pretende pagar las deudas del padre, deudas del Otro, deudas de la estructura. Si queda en esta posición, queda hipotecado para siempre. Responsabilizarse implica hacer el proceso al padre. No cargar con sus faltas, con sus deudas. Soportar la inconsistencia del padre ideal. Este es el saldo del fin del análisis. (Esto es lo que el Hombre de las Ratas se muestra incapaz de hacer.) Si no se hace el proceso al padre, el sujeto  puede pasarse la vida cargando sobre sí todas las culpas y deudas prestadas.  Sacrificándose para hacer del Otro un garante pleno. Responsabilizarse es hacer el proceso al padre ideal, hacer el duelo por la caída de ese padre. Confrontarse con ese Otro que no puede brindar garantías.
                
El problema de la responsabilidad es posicionarse no solo ante falta del Uno sino también la falta del Otro. En definitiva, en la cura lo que se hace es pasar de la culpa a la responsabilidad, primero asumir la culpa, luego limitar la culpa.

La vergüenza

¿Qué diferencia hay entre la vergüenza y la culpa?  No hay duda de que son parecidos. Forman parte de la misma serie. Pero la vergüenza es un afecto primario de la relación con el Otro; la culpa es un afecto más complejo. La vergüenza es como el grado cero de la moral. En la vergüenza, el Otro primordial ve; en la culpa, el Otro habla y juzga. La vergüenza está en relación con el goce (toca lo más íntimo del sujeto); en cambio la culpa está en relación con el deseo. En la vergüenza hay un desfallecimiento del lado del yo-ideal; en la culpa, del lado del super-yo.

La vergüenza siempre tiene que ver con la falta en ser. Por eso los adolescentes parecen a veces abrumados por la vergüenza. La vergüenza tiene que ver con la revelación de la falta en ser (más que con la falta en tener) bajo la mirada de un gran Otro. Hay mortificación, herida narcisística. La vergüenza afecta el sujeto en el sentimiento de existir  más íntimo. La vergüenza tiene poder de destitución subjetiva, poder de melancolización del sujeto. El sujeto queda degradado, como un desecho ante la mirada del Otro. La vergüenza tiene una dimensión fuertemente imaginaria.

El análisis invita al sujeto a abandonar el pudor en el diván, exponer su intimidad. Al hacerlo el sujeto desvela su castración, se confronta con la falta. En el análisis, hay una destitución subjetiva diferente ya que está acompañada por la elaboración de un saber nuevo. Y aquí la vergüenza disminuye, al admitir finalmente el sujeto una modalidad de goce propia. El psicoanálisis aligera el peso de la vergüenza permitiendo asumir tanto la falta en ser, como la modalidad propia de goce, reconocer detrás de la falta, de la impotencia del sujeto, lo imposible.

La responsabilidad

Miller, en Cause et consentement, pone de manifiesto una ambigüedad, una aparente contradicción del discurso psicoanalítico. Por un lado, los analistas usan un discurso determinista, hablan del sujeto-sujetado, efecto de la palabra, del lenguaje, del Edipo, de la estructura, etc.; y, por otro lado, usan un discurso de la responsabilidad, hablan de la buena o mala voluntad del analizando de sus intenciones, decisiones, etc. Es decir, por un lado, parece que el sujeto es efecto, está determinado, está en una posición como de objeto –“el sujeto de la ciencia”.  Por otro lado, parece que el sujeto sí que tiene iniciativa, espontaneidad, margen de maniobra más allá de sus determinaciones y servidumbres, sí que tiene responsabilidad. A este sujeto Miller lo llama el “sujeto de la ética”.  El discurso psicoanalítico no hace más que oscilar entre los dos enfoques, las dos perspectivas, los dos sujetos: entre el sujeto de la ciencia y el sujeto de la ética.  ¿Cómo pensar los dos a la vez? ¿Cómo compatibilizarlos? Dice Miller : “los analistas pasamos de un lado a otro, muy muy deprisa, de tal manera que nadie se da cuenta [de la contradicción], ni siquiera nosotros mismos”.

¿Finalmente el sujeto está determinado, o bien es libre y responsable? Miller dice que el psicoanálisis es un existencialismo al revés: se trata, no de asumir mi libertad, sino mi causalidad. No se trata de que el sujeto reconozca su libertad, sino que reconozca su causalidad, que se disponga a investigar cómo ha sido causado, cómo ha sido cómplice de su malestar. Asumir ese haber sido causado es el quid de la cuestión. Allí está la posición del sujeto.

Hay dos afirmaciones básicas respecto a la responsabilidad: (1) La de Freud: “Allí donde era el ello, el yo debe advenir.” Para Freud, el sujeto es responsable de ese “advenir”. (2) La de Lacan, que mencionamos anteriormente: “De nuestra posición de sujetos somos siempre responsables.” Como recalca Chemama, “el estatuto del inconsciente es ético, no óntico”.

En definitiva

El psicoanálisis aspira a ampliar el campo de la ética y el campo de la responsabilidad del sujeto. Navega contra corriente, contra el eclipse y la erosión de la ética. El sujeto es más ético de lo que se piensa. Hay más culpa, más vergüenza y más capacidad de responsabilizarse de lo que creemos. El psicoanálisis no hace más que recoger ese reto. Le da una “chance” al sujeto.

Freud dice en El yo y el ello: “Si alguien sostuviera la paradoja de que el hombre normal no es tan sólo mucho más inmoral de lo que él cree, sino [que es] también mucho más moral de lo que supone el psicoanálisis, en cuyos descubrimientos se basa la primera parte de tal afirmación, yo no tendría tampoco nada que objetar contra su segunda mitad.” Freud agrega un pie de página y aclara más aún: “Este principio es sólo aparentemente paradójico. En realidad, se limita a afirmar que, tanto en el bien como en el mal, va la naturaleza humana mucho más allá de lo que el individuo supone; esto es, de lo que el yo conoce por la percepción consciente.” Es decir, el sujeto es mucho más inmoral y mucho más moral de lo que pretende la sociedad actual.

Neurosis obsesiva en "Función y campo de la palabra y del lenguaje" - Lacan, 1953

 Alfredo Ramos

En la sesión del mes de abril trabajamos sobre algunas citas del texto de J. Lacan “Función y campo de la palabra y del lenguaje” que se refieren a la neurosis obsesiva, a partir del comentario que hace del caso de Freud del Hombre de las ratas.  Este texto, Función y campo. con el cual  J. Lacan inaugura su enseñanza, es del año 1953.  Se trata de una época todavía influenciada por algunos conceptos hegelianos como por ejemplo su concepción del deseo como deseo de reconocimiento en la relación con el otro, clave de la realización subjetiva, o la diferenciación entre lo universal y lo particular.  Siguiendo esta estela, Lacan desarrollará su concepción de la neurosis y del tratamiento psicoanalítico.  La neurosis entendida como una pregunta dirigida al Otro en relación a la existencia y a la sexualidad, no encuentra respuesta ya que en el conjunto de los significantes no hay ninguno que pueda representar ni a la muerte ni a la mujer, haciendo así presente la dimensión de la falta en el universo simbólico.   Las diferentes respuestas del sujeto frente a esa falta, encarnada en el deseo del otro, darán lugar a un tipo u otro de neurosis, defendiéndose del deseo en el caso del a neurosis obsesiva, o moviéndose hacia el deseo del otro, en el caso de la neurosis histérica.  El tratamiento psicoanalítico consistiría, en ese momento, en reintegrar la palabra particular de un sujeto, palabra reprimida, amordazada, en lo universal del lenguaje, de lo simbólico.

Lacan destaca las diferencias que ya S. Freud había encontrado en la  modalidad de defensa que caracteriza cada una de las neurosis, así en la histeria predominaría la represión, y en la neurosis obsesiva las formaciones reactivas de carácter directo, sin articulación con el Inconsciente.  Formaciones reactivas ubicadas en el Yo del sujeto, como puede ser la incorporación del síntoma al Yo, el fortalecimiento del Yo, la idealización de sí mismo, etc. Siempre bajo una fuerte tensión agresiva fruto del narcisismo en el que se basan estas formaciones.

Las citas trabajadas se encuentran en las páginas 290, 291 y 292, de la edición española de los Escritos, de Jacques Lacan, Ed. Paidós. 

La primera de ellas, la de la página 290, se refiere a la interpretación de Freud sobre la incidencia en el sujeto de la propuesta de matrimonio que le hace su madre, atribuyéndola al padre.  Interpretación inexacta incluso en el hecho de que el padre estaba ya muerto, pero que consigue un efecto subjetivo determinante para introducir en el discurso del sujeto un elemento que permite la conexión entre lo que le ocurre y el campo del Otro.  Como afirma Lacan, esta interpretación permite levantar los símbolos mortíferos que ligan narcisístamente al sujeto a la vez con su padre muerto y con la dama idealizada. La interpretación de Freud no tiene que ver con la exactitud de los hechos sino con la verdad del sujeto, es decir, con la función que el padre desempeñó en la estructura de la neurosis.

La siguiente cita que trabajamos, página 291, se refiere a la subjetivación forzada de la deuda que lleva a cabo el neurótico obsesivo.  En su caso, la falta estructural a todo ser hablante, la falta en ser que determina  la estructura del lenguaje, se presenta como culpa o deuda. En el caso del Hombre de las ratas, podemos ver cómo el intento de pagar las 3,80 coronas que debe, se vuelve tarea imposible.  Este argumento está determinado por la historia del padre, deudor de amor y de honor, ya que se casó con la madre por el dinero de ésta y además, dejó de devolver una deuda económica. Esta estructura constituye la determinación simbólica inconsciente que retornará en el síntoma del hombre de las ratas, como la deuda imposible de pagar.   De esta manera, el sujeto traslada al campo de lo imaginario, de la escena cotidiana de su vida, aquello que se le ha transmitido de forma simbólica a través de la historia paterna. Es una manera de hacerse cargo de eso que, por estructura, no se puede suturar, la falta en ser.

La tercera y última cita, en la página 292, nos supuso una dificultad añadida a la ya de por sí costosa lectura del texto de Lacan.  En esta cita, Lacan hace referencia a la pregunta de la que hablábamos al principio, la pregunta por la existencia que el neurótico obsesivo se dirige y dirige al Otro a través de diferentes “figuras mortales”, mortales por el lugar que el obsesivo les otorga, figuras en las que querría anular el deseo que le angustia.  Desde “la jaula de su narcisismo” intenta no implicarse subjetivamente, por lo que todo lo que lleva a cabo es mera coartada para permanecer al margen.  Eso sí, intentará domesticar gracias a un yo fuerte su relación con el Otro, mostrándole de qué “alta voltereta” es capaz,  en un “homenaje ambiguo”, ya que le querría muerto aunque por otro lado también lo necesite. 

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Texto trabajado:

“Freud va hasta tomarse libertades con la exactitud de los hechos, cuando se trata de alcanzar la verdad del sujeto. En un momento, percibe el papel determinante que desempeñó la propuesta de matrimonio presentada al sujeto por su madre en el origen de la fase actual de su neurosis.  Tiene además la iluminación de esto, como lo mostramos en nuestro seminario, debido a su experiencia personal.  Sin embargo, no vacila en interpretar para el sujeto su efecto como el de una prohibición impuesta por su padre difunto contra su relación con la dama de sus pensamientos.
Esto no es sólo materialmente inexacto.  Lo es, también, psicológicamente, pues la acción castradora del padre, que Freud afirma aquí con una insistencia que podría juzgarse sistemática, no desempeñó en este caso sino un papel de segundo plano.  Pero la percepción de la relación dialéctica es tan justa que la interpretación de Freud expresada en ese momento desencadena el levantamiento decisivo de los símbolos mortíferos que ligan narcisistamente al sujeto a la vez con su padre muerto y con la dama idealizada, y que sus dos imágenes se sostienen, en una equivalencia característica del obsesivo, la una por una agresividad fantasiosa que la perpetúa, la otra por el culto mortificante que la transforma en un ídolo”.   P.290

“de igual manera, reconociendo la subjetivación forzada de la deuda obsesiva cuya presión es actuada por el paciente hasta el delirio, en el libreto, demasiado perfecto en la expresión de sus términos imaginarios para que el sujeto intente siquiera realizarlo, de la restitución vana, es como Freud llega a su meta: o sea hacerle recuperar en la historia de la indelicadeza de su padre, de su matrimonio con su madre, de la hija “pobre, pero bonita”, de sus amores heridos, de la memoria ingrata del amigo saludable, con la constelación fatídica, que presidió su nacimiento mismo, la hiancia imposible de colmar de la deuda simbólica de la cual su neurosis constituye el protesto”.   P.291

“El obsesivo arrastra en la jaula de su narcisismo los objetos en que su pregunta repercute en la coartada multiplicada de figuras mortales y, domesticando su alta voltereta, dirige su homenaje ambiguo hacia el palco donde tiene él mismo su lugar, el del amo que no puede verse”.  P. 292


J. Lacan, Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis, 1953