Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




domingo, 30 de octubre de 2022

 

 

                 

  Anatomía de la modernidad: despatologización y nuevos estilos de vida

Ester Astudillo

Se trata de un fenómeno ligado a la postmodernidad, que no es otra cosa que una vuelta de tuerca más de la modernidad nacida con el Renacimiento. Algunas características que nos lega que son de por sí ‘positivas’:

  • Talante democrático

  • Abolición de las relaciones patriarcales y de las grandes jerarquías sociales

  • Soberanía del sujeto

  • Autodeterminación e individualidad

  • Fin del autoritarismo y del reinado de la cuna

  • Madurez del sujeto, mayoría de edad y emancipación:

  • Nacimiento del ascensor social

  • Auge de la nueva clase burguesa, en la que a priori todos tenían cabida con el desarrollo del comercio y de las nuevas profesiones a las que daba paso la conquista del saber, el conocimiento y la incipiente ciencia

  • Fin del patriarcado, que coincide con el declive del Nombre-del-Padre que caracteriza el hoy contemporáneo. “La modernidad implica la preterición del Nombre-del-Padre por su esencial odio hacia la excepción.” (Barros, Anatomía…, p. 11) Y esto aporta un tamiz más sombrío a nuestra actualidad, aunque haya quien aplauda su muerte. Porque poner fin a la autoridad no es lo mismo que finiquitar el autoritarismo, aunque haya quien los confunda.

Sin embargo, a nosotros nos llega una modernidad gastada, un sujeto débil como se llamó ya en el último tercio del s. XX, cínico y desengañado, para nada iluminado y soberano como deseaban los ilustrados, sino escéptico y descreído, pero no por ello menos maleable o controlable: “La caída de los grandes relatos que según Lyotard define a la posmodernidad ha producido sujetos desengañados que guiñan el ojo. Pero ellos son a la vez -y por eso mismo- controlables hasta niveles insospechados.” (p. 27) Coincide con el último hombre tal y como lo pensó Nietzsche, y con el hombre del fin de la historia como lo concibió Fukuyama en 1992.

La postmodernidad nos quiere a todos iguales sin excepción, aunque eso no se traduzca en mayor justicia en realidad: iguales en tanto que no se permite la diferencia. A tal fin, periclita la generalidad y hace que todos seamos concebidos como singularidades, cada quien es único e irrepetible. En la clínica eso implica la muerte del diagnóstico, vivido como una injerencia injusta por el paciente. Se da la paradoja de que hay más ‘pacientes’ que acuden a las consultas, pero nadie está dispuesto a aceptar que el suyo es un ‘caso’. “Tres grandes rasgos de la subjetividad actual: la desconexión esquizoide respecto del Otro, la megalomanía, y la increencia en lo real.” (p. 71)

  • Resulta paradójico, pues, que en la ‘tolerante’ modernidad sea relevante el odio por la excepción. Todos debemos ser iguales. Se produjo una caída de los grandes relatos y de los mitos que hace que todo liderazgo sea visto como tiranía. “Retirar de la moneda las figuras de los próceres evita los conflictos inherentes a las épicas en pugna. La operación tiende al aplanamiento de una memoria reducida a la cronología informativa, a una efeméride sin narrativa. La excepcionalidad es disfuncional para el capitalismo.” (p. 26). Y coadyuvante con esa transmisión de la historia sin narrativa es la política de la cancelación, el pretender que ciertos hechos históricos no han ocurrido, y la corrección política en la comunicación y en el lenguaje, evitando toda alusión a los conflictos sociales del momento, borrando cualquier huella que quede de un discurso que no sea el bienpensante. 

    

  • Nominalismo: la palabra, los diagnósticos, son tomados como significantes vacíos, no se asocian a conceptos. “La autoridad del concepto es destituida”. Esa es una tendencia que también se inició en la modernidad, Port Royal fue la primera escuela nominalista antes incluso del inicio del Renacimiento. El uso de términos como psicótico o psicosis es solo a efectos pragmáticos, no tiene ningún valor diagnóstico u otra relevancia o efecto clínico. Barros opone el realismo freudiano al nominalismo postmoderno, que nació en una modernidad que hacía de la libertad irrestricta el máximo valor. Era postmoderna = era post-paterna

  • Dificultad de transferencia: Dificultad de establecer vínculos profundos y duraderos en la vida personal y de respetar todo criterio de autoridad (caída de las figuras de autoridad, como padres y profesionales, que pasan a llamarse expertos, es decir, solo son sabihondos que no pueden ejercer ninguna fuerza sobre el individuo desde su campo de conocimiento; el suyo es solo conocimiento teórico, como praxis. “Cada quien sabe mejor que nadie lo que le conviene”, esa es la máxima que hoy orienta al sujeto. Todo lo que se le imponga desde fuera se considera una injerencia indebida, una muestra de autoritarismo. Aunque es realidad, sea una herida a su narcisismo.

  • Surgimiento del hombre-masa, que trae consigo sus miserias particulares, entre las que destaca la numerosidad y el hecho de que al populacho no los une ni la solidaridad, ni la clase, ni el origen, ni la nación ni la raza ni ningún viejo concepto funcional hasta el s. XX: solo la indiferencia en cuanto a esos viejos términos y el hecho de constituir un inmenso nicho de mercado. La subjetividad de estos individuos está centrada en la demanda y de ello se aprovechan los populistas, tanto el mercado como los políticos. Es la base de los totalitarismos y se trata de un fenómeno típicamente moderno. Su orientación es el goce, el narcisismo exacerbado. Son los últimos hombres de Nietzsche, los votantes de la derecha, los canallas consumados. No se deben a nada ni a nadie más que a su goce, son huérfanos simbólicos, entes autistas incapaces de despertar, y no pertenecen a ningún país ni patria.

  • La realidad se torna simulacro. El capitalismo lo fagocita todo, también las causas legítimas: p. e. camisetas con la cara del Che, o con la leyenda “Pussy power”, de aparente lucha pro-feminista. También los cuerpos devienen simulacros de sí mismos, y los alimentos. Toda experiencia es degradada, pero ello no parece importarnos. Quizás ni siquiera nos percatamos. Solo nos genera indiferencia.

  • El capitalismo es una fuerza revolucionaria como ninguna otra en tanto que empuja al cambio constante: búsqueda de la novedad, cada vez a una velocidad mayor, obsolescencia programada, licuefacción de los bienes. El cuerpo humano se transforma también en bien de consumo, y también el yo, la identidad personal, que es a lo máximo que el mercado puede aspirar, un nicho de mercado sin fin. El ideal del yo se infla, es un superyó absolutamente hipertrofiado y narcisista. ¿Cuáles son sus servidumbres, que el sujeto no percibe como tales?

    • Trabajo sin fin en sí mismo

    • Fin de las barreras entre tiempo de ocio / de trabajo (todo es capital)

    • Empuje al rendimiento creciente

    • Empuje a la inversión de tiempo en sí

    • Demonización / ostracismo de quien se niegue a seguir tal estándar de conducta

    • Aceleración del ritmo de vida

    • Tecnificación creciente del entorno vital

    • Inversión de capital sin fin en el yo

    • Instigación a la satisfacción inmediata (ya), cuando ese ya cada vez es más inmediato gracias a las nuevas tecnologías.

    • Cultura del descarte o desecho. Aunque la ironía es que eso convive con la cultura eco y clean. Generación de ingentes montañas de desechos, no solo materiales, sino personales, de aquellos que se niegan a seguir el modelo imperante y que son excluidos y demonizados. Para no dejarse atrapar por el sistema hay que hacer una pausa en el frenesí que nos circunda y rige nuestras vidas. Lacan ya advirtió que el imperativo categórico de nuestra época estaba en la línea de: “Actúa de tal modo que tu acción pueda ser programada”. Nada puede ser más explícito.

  • El bio-poder (poder sobre la vida) se diferencia del poder tradicional o patriarcal (derecho de muerte o de ordenar la muerte) en que este último no controla todas las instancias de la vida. Es feroz en cuanto que puede decidir matar, pero no tiene protocolizados todos los pormenores que constituyen las prácticas que enhebran nuestras vidas cotidianas bajo los auspicios del capitalismo, cosa que sí hace el bio-poder. B-C Han lo denomina psico-poder más que bio-poder, contraponiéndolo a la terminología de Foucault, porque el poder de hoy apela más a la psique que a las prácticas del cuerpo estrictamente hablando. Hoy el biopoder pretende ser democrático y salvaguardar el derecho a la vida. Sin embargo, bajo nuestras narices y nuestra mirada atónita se sucedes las masacres y los genocidios sin que nadie rechiste. Estos son fenómenos típicos de la modernidad, como lo fue el nazismo; el sujeto ‘liberado de las servidumbres de la cuna’ es capaz de cometer atrocidades sin pestañear, incapaz de decir que no, como demostró Milgram y ya afirmara Arendt en Eichmann en Jerusalén.

La nuestra es llamada por algunos, incluido Han, la ‘sociedad del control’, aunque aparentemente gocemos de la máxima libertad: seamos conscientes de que la transparencia, aunque tampoco sea tanta como nos querrían hacer creer, es un arma de doble filo: permite ver y permite también que seamos vistos.

  • Aun otra característica de la modernidad es el aplastamiento del deseo en virtud de la dimensión cuantitativa por encima de la cualitativa. Ello afecta al lugar que la función sexual ocupa en nuestros tiempos erotómanos. La sexualidad pasa a ser fagocitada también por el capital. Hay una cierta misandria, la izquierda reniega del varón no deconstruido; los varones reniegan de la paternidad, se tiende a la desvirilización. En el discurso social se prioriza la visibilización de las minorías sexuales sobre las minorías de clase, como si estas hubieran desaparecido, ya no están de moda en los discursos, han desfallecido, quedan como rémora de las luchas del pasado. Los sexos están enfrentados y en desencuentro, y dentro del feminismo tampoco hay unidad. “Tener hijos es cada vez más asunto de ‘bárbaros’, de los hombres y mujeres no deconstruidos, y de los pueblos o clases sociales que están del otro lado del muro.” (p. 84). Así, conviven las violaciones en manada con la abstinencia o el autoerotismo, administrado con adminículos técnicos o sintéticos: desfallecimiento de la función paterna a consecuencia de la imposibilidad de decir que no a la función fálica, de ponerle freno al goce, de ponerse freno el varón a sí mismo. Fin del cortejo, ya no hay mediación entre en deseo y el goce, se quiere todo al instante, y se substituye el cortejo por el protocolo y/o reglas políticamente correctas, una demanda de las mujeres ante los abusos y las tropelías cometidas por los hombres.

  • Otra característica de la postmodernidad es el odio a la violencia, pero es un odio hipócrita, puesto que hemos cometido las peores atrocidades teniendo a nuestro alcance todos los medios de los que disponemos. “La exigencia de rendimiento es acaso la forma más difundida de la violencia post-autoritaria.” (p. 96)

  • La modernidad substituyó a Dios por la ciencia / el conocimiento. En realidad, no hay evolución, sino substitución de una divinidad por otra. “Después de todo, […] ha sido la modernidad ilustrada la que entronizó la mierda, esto es, el dinero, como máximo valor y principio rector de todas las cosas.” (p. 106)

El progreso, la técnica y el gusto por la novedad van, pues, de la mano y son indispensables para el capital y factores esenciales del consumismo exacerbado actual.

Estamos ante algo nuevo, algo cualitativamente nuevo y que Freud aventuró bajo el término de “pulsión de muerte”: […] que la catástrofe no es un accidente en el programa de la racionalidad científico-técnica, sino que es intrínseca a dicho programa. […] Lo grave comienza a partir del momento en que la ciencia […] se impone de forma gradual pero imparable como único modo de revelación de la verdad […] cuando los paradigmas tecnocientíficos del mundo físico-matemático se extrapolan al territorio de la subjetividad y del lazo social. […] Resulta triste decirlo de este modo, pero no podemos sustraernos a la evidencia de que Auschwitz fue la fiesta de inauguración de nuevo paradigma histórico, en el que la ideología del progreso ha mostrado su sentido mortal. (Bauman y Dessal, El retorno…, p. 90)

  • Encontronazo entre el principio de placer y el principio de realidad: “La realidad se percibe cada vez más como una irritación temporal que es preciso circunvalar. […] Hoy le toca al principio de realidad ser considerado culpable hasta que demuestre su inocencia.” (Bauman & Dessal, p. 51)

Resumen

Como condensación y resumen de todo lo antedicho, sucede que los mejores exponentes de nuestra época, los jóvenes, prefieren vivir en los universos digitales o virtuales, ya denominados metaverso, que en la vida ‘desconectada’, donde pueden fabricarse identidades siempre revocables, siempre no definitivas y necesariamente desechables, requisito sine qua non para el capital y para la subjetividad actual, acoplados hoy ambos, subjetividad y capital, en perfecta armonía, como nunca fuera antes imaginable, habiendo sido la rebeldía aplacada puesto que el capital entra subrepticiamente en nuestra psique; peor aun, le abrimos nosotros la puerta para que nos produzca goce.



Bibliografía

G. Barros. Anatomía de la modernidad. Buenos Aires, Grama, 2021.

Z. Bauman & G. Dessal. El retorno del péndulo. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económico, 2014.