Associació per l'estudi i la difusió de la psicoanàlisi d'orientació lacaniana, fundada per Cecilia Hoffman. Quadern de bitàcola




sábado, 29 de abril de 2017

"El momento constituyente". Sesión de trabajo del 28 de abril de 2017

Expondré los capítulos 5, 6 y 7 de la obra de Cecilia Hoffman. El capítulo 5, titulado “Un momento constituyente”, es el núcleo del caso Dídac. Este momento álgido de la cura tiene lugar tras dos meses y medio de tratamiento, cuando el niño tiene un poco menos de 3 años. 

Eso vale oro

El relato de Cecilia tiene una fuerza tremenda: 

"Una mañana a la hora de entrar, en la sala de espera que está junto a la puerta de acceso al local, una niña, Sandra, que había llegado con mucha antelación a la hora de su cita, había dejado sobre una mesa baja unas llaves de juguete. Dídac las había cogido sin que ella reaccionara en contra. Formulé la demanda en nombre de Dídac y ella asintió: se las prestaba. Le di las gracias. Durante la sesión, Dídac pareció olvidar las llaves sobre la mesa baja del despacho y se dedicó a sus cosas: el coche rojo, el paseo, las cortinas y canciones, la pelota y otros objetos en la dinámica mencionada de tocarlos y dejarlos caer. Cuando le dije que era la hora de salir no estábamos en el despacho, pero habíamos dejado, como siempre la puerta abierta. A toda velocidad, entró, cogió las llaves y las aferró contra su pecho. Fue un gesto sorprendente. El suelo por donde habíamos pasado estaba lleno de pequeños objetos olvidados. Este era diferente, recordado y recogido. Todo ocurría de prisa. Él corría y se hacía presente en la sala de espera, a la que llegué rezagada.

     Daba la casualidad, contingencias que ocurren, de que Sandra se le parecía en la globalidad de la imagen: el color de la piel, el color y tipo de cabello, el color de los ojos, la altura. Contrastaba, eso sí, en el talan­te: quietecita, callada, tímida.

     Él y ella se miraban seriamente. Él, en posesión de las llaves, que cada vez aferraba con más decisión contra su pecho; ella, en actitud que, silenciosamente, nos hacía saber que esperaba que le fueran re­tornadas. Ellos captaban perfectamente la situación. Recordemos que esta se producía, además, en el momento en que era la hora de entrar para la niña y de salir para Dídac, lo cual deslizaba cierto tono de premura en la demanda, también silenciosa, de los padres respec­tivos. Quien haya trabajado o convivido con niños sabe que la situación de rivalidad sobre un objeto es de lo más frecuente. Pero en el autismo se trata de algo muy delicado. En concreto, en el caso de Dídac, es la pri­mera vez que, en el centro donde le atendemos, está en esa actitud, tan decidido a no dejar un objeto. Y es la primera vez que no solo da señal de percatarse de la presencia de un semejante, sino que se sitúa respec­to a él (ella, en este caso) en franca relación de rivalidad; incluso, dire­mos, de desafío. De alguna manera, eso vale oro.  […]

     Tenemos entonces a Dídac en posesión de un objeto que ya no es cualquiera; que ha cobrado un nuevo y exorbitado valor. En la escena, marcada por la participación de la mirada, nadie dice nada. Todo se inmoviliza. El gesto de Dídac de acercar las llaves a su pecho nos para­liza a todos. Sandra no se las quita, ni pide, ni da. Esperan. Serán unos segundos. Es como si los niños se encomendaran a los adultos, que encarnan al Otro en ese momento. La tensión creada transmite la pre­gunta sobre quién es cada uno de ellos dos para los demás. No es una pregunta formulada, pero eso es lo que les estaremos diciendo con nuestra respuesta.

     Así que, con calma, nos disponíamos a iniciar una negociación, a abrir un tiempo. Pero, repentinamente y sin palabras, las llaves le fueron arrebatadas a Dídac de las manos y entregadas a la niña, que pasó a tomar posesión en silente convicción. El aullido inmediato de angustia de Dídac fue brutal, acompañado de toda la cohorte de fenómenos de agitación, los ojos girados, la cabeza hacia atrás...

     El tiempo para propuestas se había terminado.

     Tampoco dije nada. Corrí al otro extremo del local, a su sala de «alelapá», cogí unas llaves parecidas a las de Sandra, e inicié el regreso, corriendo, oyéndolo gritar. Al llegar, le entregué las llaves. Al obtener­las, dejó de gritar, me miró de manera sostenida por primera vez, sonrió establemente por primera vez, se secó las lágrimas con el puño, dijo «¡Gracias!» —con voz muy alta, sosteniendo la sonrisa y con una foné­tica que revelaba su poca destreza en el ejercicio fonemático— y pasó a contemplar las llaves con un brillo indudablemente nuevo en la mi­rada, que dirigía también a mí, de manera alternativa. Conmocionada, le contesté: «De nada».

     Estaba radiante. Comparaba su objeto y el de la niña, la miraba a ella, con sus llaves, y miraba las suyas. Nos despedimos. Se despidió alegre, llevándoselas en la mano a casa, volviendo la mirada atrás cuando se alejaba” [pp. 87-93].

     Tenemos aquí el relato de un "momento constituyente" en la cura de Dídac. El concepto de “momento constituyente” es fundamental en el libro de Cecilia. ¿Qué es un momento constituyente? ¿Qué se constituye en este momento, para Dídac? Prácticamente todo: el sujeto, el objeto, el Otro con mayúscula, el otro con minúscula, el cuerpo, la sonrisa, la mirada, el discurso, el deseo… quedan anudados por primera vez de una forma clara. Desglosemos los elementos de la constitución de la subjetividad en ese momento constituyente:
  • Dídac se percata de la existencia de otro y se enfrenta a ese otro similar a él.
  • Hay extracción de un objeto. Dídac carga libidinalmente un objeto. No lo deja caer, como hacía con los demás objetos, a los que dejaba caer dejando un reguero de juguetes por el suelo a su paso, objetos apenas mirados, apenas tocados y abandonados inmediatamente, objetos que se le caían de las manos. Dídac desea ese objeto en concreto, objeto que  recorta en el otro.
  • Dídac habla en voz alta, sosteniendo el lugar de la enunciación. No de una forma mecánica, robótica, sin implicación subjetiva, como suele ocurrir en muchos sujetos autistas. Dice “gracias” a Cecilia –implícitamente “yo, Dídac, te doy las gracias a ti”. Hay “yo”, hay “tú”, el lenguaje se hace expresivo, el niño sonríe.
  • Dídac reconoce nítidamente a un Otro benévolo, en lugar del Otro feroz de la psicosis.
  • Dídac sostiene la mirada de Cecilia, también la de la niña.
  • Dídac se apropia de su cuerpo, se seca las lágrimas de la mejilla, lágrimas que siente sobre la mejilla, mejilla que reconoce como suya.
  • Se pone feliz, “radiante”, contento pero de forma contenida. Hay pacificación, un menos de goce y un más de placer, una satisfacción contenida por ser reconocido en su deseo y dignidad.
Sin duda ese momento "vale oro". 


El deseo de analista de Cecilia Hoffman

Cecilia dice a continuación: "Sin temor a exagerar, creemos que es en cierto modo un privilegio de los profesionales de atención precoz ser testigos, en la clínica, de hechos de esta naturaleza". Se ve aquí que Cecilia consideraba su profesión como un “privilegio”, un trabajo donde ella encontraba pepitas de oro. El deseo que Cecilia Hoffman ponía en su trabajo nos contagió a todos. Quedamos atrapados por el deseo de aprender y la emoción de acercarnos al fulgor de la verdad subjetiva. 

Ella brinda en este libro un horizonte de optimismo al trabajo terapéutico con niños. Cree en “la plasticidad de los primeros años”, lo cual promueve una clínica creativa y esperanzada. Afirma en este capítulo:

 En edades más avanzadas las cosas se anudan ya de un modo más estable; las fijaciones de la libido se van consoli­dando. Aunque los cambios siempre son posibles, la plasticidad de estos primeros años es de enorme valor, por su ingente potencial tera­péutico [p. 93].




El estadio del espejo en el momento constituyente

El momento constituyente parece introducir una especie de encrucijada estructural, un estadio del espejo con su telón de fondo de agresividad1. Ha surgido en Dídac, un yo-moi, que se identifica con el otro, que rivaliza con el otro y desea el objeto del otro. Pero lo valioso en este caso es que Cecilia pone las condiciones para que surja también un yo-je –de la palabra. Cecilia insiste en el hecho del parecido físico de Sandra con Dídac. “Dídac se halla identificado especularmente hasta la confusión con la niña, que le resulta fascinante y, al mismo tiempo, le aparece como rival; Dídac, decíamos, desea y no puede/no quiere renunciar a ese objeto en tanto ella lo desea” [p. 91].

Cuando las llaves le son arrancadas, para ser devueltas a Sandra, Dídac cae en una crisis terrible; lanza un alarido, deja los ojos en blanco, tira la cabeza para atrás. Cecilia dice que en esta situación un sujeto “puede sentirse morir”. Cecilia Hoffman nunca cae en reflexiones educativas banales. Ella interpreta la situación como una situación de sufrimiento terrible para el niño. Es una virtud fundamental de Cecilia, a lo largo de todo el libro, el mostrar respeto y reconocimiento  del sufrimiento de los sujetos a los que atiende.

En principio, el estadio del espejo no se resuelve simbólicamente en la psicosis. La libido sigue circulando en el circuito imaginario y lleva a situaciones de rivalidad extrema, hasta el delirio. De allí que Miller hable de “estado del espejo” en la psicosis2. En cambio, en un estadio del espejo no psicótico, la tensión imaginaria encuentra un límite, una resolución, un abrochamiento de lo imaginario y lo simbólico. El sujeto no se atasca en un “o yo, o él”. Si hay castración simbólica, abrochamiento RSI, el sujeto consiente un “yo y él”, por medio de la asunción de cierta alteridad o, en este caso, la posesión de dos objetos parecidos. Si el estadio del espejo no concluye, los efectos son:

-        no reconocimiento de la propia imagen especular,
-        transitivismo (no identificación, sino confusión con el otro),
-        fenómenos de rivalidad extrema


La problemática del lenguaje en el autismo

Hasta ese momento Dídac había inventado palabras en una lengua propia (“alela”, lavadora, y “alelapá”, pelota Bobath). En el momento constituyente, Dídac dice “gracias”, utilizando una palabra de la lengua común. Hay, pues, un paso de la lengua propia a la lengua común. Dídac consiente alienarse en la lengua del Otro, para darle las gracias. Hasta entonces él había sido amo del lenguaje. A partir de este momento constituyente, Dídac muestra interés por someterse a la lengua del Otro, comienza a entrar en el discurso.

Muchos sujetos autistas abandonan su mutismo, para pronunciar una frase perfectamente construida en un momento de crisis. Sin embargo, a pesar de las expectativas que genera un acontecimiento como ese en su entorno, ellos vuelven a su mutismo implacable. Queda patente de este modo que sí están en el lenguaje, si bien no están en el discurso. Dídac, a diferencia de los que vuelven al mutismo,  no se replegará; emprenderá primero una especie de diálogo silencioso con Cecilia, pidiéndole que ella nomine las imágenes impresas en unas fichas que él le irá mostrando una por una. Luego irá aprendiendo a hablar.
Los problemas de lenguaje en el autismo son muchos: mutismo, ecolalia, lengua propia inventada, voz impostada con tono y timbre extraños, locuacidad extrema, etc., etc. Estos fenómenos tienen su origen en lo constitutivo del autismo, es decir, la defensa contra el Otro. Esta defensa se concreta, por un lado, en el lugar de la voz en su economía libidinal, por otro lado, en  el esfuerzo constante de elisión de la subjetividad en su lenguaje.

Comencemos por el mutismo. Cecilia da el ejemplo de Mirko.

A los dos años y medio no había pronunciado palabra. Mirko llegó apro­ximadamente un año más tarde a hablar y a ser muy locuaz, pero ausente en lo que decía. Por ejemplo, construía un relato sobre todos los letreros que veía en los trayectos habituales que hacía en coche con sus padres, eludiendo así la enunciación. Más tarde, hablaba en inglés con una foné­tica excelente. Más bien, cantaba: sabía de memoria todas las canciones de moda que sus padres y él escuchaban durante esos trayectos. Leía los títu­los de las canciones en inglés con fonética correcta, y los escribía en You­Tube para buscar los vídeos donde podían verse muchachas jóvenes can­tando en actitud sensual, para su fascinación.

Hay matices, siempre, y en este caso también hubo momentos muy especiales, en los que la enunciación entró en juego, pero queremos refe­rirnos ahora a un momento en concreto para comentar la dificultad del sujeto autista con la voz: hubo una temporada, antes de que hablara, en que, especialmente a la hora de despedirse, es decir, un momento de sepa­ración, Mirko hacía un esfuerzo notable por emitir algo de voz: ponía la mirada vacía, levantaba los brazos en paralelo sobre su cabeza, abría la boca y bajaba con fuerza los brazos hasta dejarlos en ángulo recto a la altura de la cintura, los dedos extendidos, insistiendo varias veces en la operación, manifestando luego su frustración con expresión de tristeza, y mirando con intensidad a las personas que estaban con él, al comprobar que no podía hacerlo. Finalmente, enfurruñado, cogía de la mano a su madre y se iba, dando algún signo de escuchar las pocas y cuidadas pala­bras de consuelo que le dirigíamos en tono muy bajo” [p. 96].

La voz es un objeto pulsional. No está falicizada para el autista; por eso le angustia y le horroriza. Por eso hace tantos esfuerzos por esconderla. La voz es la carne pulsional de la palabra. No se pueden cerrar los oídos como los ojos; la voz invade el cuerpo como un magma. Por eso a menudo los autistas se tapan los oídos con las manos. El autista se defiende tanto de su propia voz como de la voz del Otro. Utiliza el mutismo o bien la verborragia, y evita la interlocución. Por otro lado es muy importante tener presente que en tanto que objeto pulsional, la voz no es la sonoridad de la palabra, es más bien lo que acarrea la presencia del sujeto en el decir.

 “El sujeto autista tiene dificultad para soportar la subjetividad propia y ajena en el lenguaje”, dice Cecilia [p. 93]. De allí que algunos opten por la verborragia. Hablan sin parar, con una voz alta e impersonal, a menudo de forma ecolálica. No dicen nada. A nadie. Hay una especie de goce autoerótico, puro placer sonoro y rítmico, un medio arcaico de apaciguar la angustia. El autista no consiente en renunciar al goce vocal. No cede. Como los niños que no consienten el control de esfínteres, no aceptan renunciar al goce anal. En cambio, en la otra orilla, la castración simbólica –que el sujeto autista no consiente– borraría la voz de lo real. El neurótico se vuelve sordo a la voz real; en cambio oye el sentido de lo que se dice. Cuando bloquea el sentido y se fija en la voz, la faliciza.

La verborragia y la impersonalidad en el habla es particularmente clara en un caso relatado por Cecilia en el primer capítulo de la obra. También recoge un “momento constituyente”.

“Es un niño de dos años y medio. Habla mucho, con voz alta, aguda y des­personalizada. Su mirada es huidiza. De sus padres y familia extensa, menciona siempre el coche que posee cada uno. Se nombra a sí mismo en tercera persona, por su nombre. Es asustadizo. Los ruidos, especialmente en la oscuridad, como en el aparcamiento de su casa, lo sobresaltan.

En las sesiones juega con coches en un aparcamiento con recorridos interiores, rampas móviles, ascensores. A menudo se oyen ruidos prove­nientes del exterior del despacho, próximo a la sala de espera. Él se sobre­salta. Entonces, abro la puerta, me asomo y pregunto jugando, sin hacerme oír realmente por la gente de la sala: «¿Quién ha hecho ese ruido?». Luego cierro la puerta y le digo a él: «Ha sido un nene», y voy variando de respuesta cuando vuelve a ocurrir. Cada vez más, la secuencia se va convirtiendo en un juego y él espera mi participación. Se percibe clara­mente una satisfacción lúdica en ello.

Un día, al escapársele una de las rampas interiores del aparcamiento y golpear un coche metálico, con el aparcamiento convertido en caja de resonancia, el ruido se amplificó produciendo un estrépito. Su sobresalto fue mayúsculo. Su mirada se perdió, perpleja, unos instantes, tras los cua­les dijo, sin dar lugar a mi participación: «He sido yo». Su voz al decirlo no tenía el tono agudo, monótono, que usaba normalmente. Esta vez era una voz grave y poco articulada. Daba la sensación de que la voz, como viento, había salido de su cuerpo.

Momentos como este son muy delicados en el autismo. Una frase así, en este caso, tiene una gran carga subjetiva. Vemos que él había evitado hasta entonces nombrarse en primera persona, lo que testimonia su gran dificultad para reconocerse en lo que dice. Es un momento de riesgo. Él podría simplemente haber retrocedido y volver a las marcas de los coches. Pero fue lo que llamamos un momento constituyente. Por eso decimos que son momentos delicados. Hay un riesgo, pero al mismo tiempo cons­tituyen una oportunidad preciosa. Él hizo algo. Por lo tanto, no estamos en la dimensión del pensamiento sino del acto. Dio un paso con el que atravesó algo que nunca había atravesado.

El «he sido yo» vale para el ruido que se le escapa de las manos, pero especialmente para el ruido que se le escapa por la boca, y que él elige re­conocer como su voz, su palabra. Se reconoce en esa voz, en esa frase. Así se constituye, en ese instante, él mismo. Antes de eso, de algún modo él no estaba allí[p. 30].


Alienación y separación. El autismo como límite de la libertad

Desde luego la interlocución es pura alienación. “Hablar en nombre propio significa, en alguna medida, quedar a merced del Otro, del sentido que vaya a escuchar en nuestro mensaje” [p. 94], dice Cecilia. Sumergirse en el lenguaje es dar el consentimiento al Otro. Aceptar hablar para un niño es aceptar toda una serie de obligaciones: obligación de atender a su nombre, responder, obedecer, etc. El sujeto autista rechaza cualquier tipo de dependencia respecto al Otro. Se resiste radicalmente a alienar su ser en el lenguaje. Y también en la mirada. No oye al Otro y lo atraviesa con la mirada. El niño autista evita la mirada materna. Gana libertad, pero a un precio exorbitante. No hay alienación al Otro en el autismo, solo separación. El autismo es el límite de la libertad. De esa libertad a la que sigue la locura “como su más fiel compañera”, “como una sombra”, como dice Lacan3.

Pero la constitución plena del sujeto exige las dos operaciones: la de la alienación y la de la separación. El sujeto se ha de imbricar en el Otro, debe pasar por el Otro para constituirse como sujeto, consentir encontrar en el Otro el lenguaje y los significantes que lo definirán. El sujeto se constituye dejándose nominar, marcar por el Otro. Aceptando identificarse al Otro. Por ejemplo, de los Otros primordiales el sujeto coge su voz (Agnès Wehr). El sujeto no es nada sin el Otro, por mucho que en el Otro no pueda encontrar nada capaz de representar la verdad de su deseo. Cuando el Otro se revela como faltante (como deseante), entonces se da la separación. El sujeto se separará “lo suficiente como para tener su propio cuerpo, sus propios modos de satisfacción”. Dice Cecilia: “El sujeto habrá de realizar dos operaciones de las que resultarán su inclusión el Otro y su separación. En una, el sujeto se pierde un poco a sí mismo, alienándose, enajenándose. En la otra, se recupera, pero ha perdido algo en la casa, en el lugar del Otro” [p. 106].

En el neurótico el proceso de alienación-separación no concluye. Es permanente, como la palpitación de su ser. En cambio en las psicosis las dos operaciones son defectuosas. O hay solo alienación y falta la separación, como, por ejemplo, en las psicosis simbióticas. O hay solo separación, como en los autismos, e incluso una separación extrema, por ejemplo, en los autistas encapsulados.

El discurso

En el capítulo 6, “Pacificación, vivificación, demanda”, Cecilia introduce el concepto de “discurso”, como el orden que imprime lo simbólico al mundo. Ese orden, hecho de conceptos y categorías, es, además, “un  aparato que ordena los modos de satisfacción y que, de alguna manera, pone las cosas en su lugar” [p. 105]. Si no entra en el discurso, el autista ha de invertir un plus de trabajo para producir un orden. Por ejemplo, Laura, una niña de cinco años, pinta los troncos de los árboles de verde y las hojas de marrón. No se queda pegada a la "norma" que rige para los dibujos infantiles. Habla con una verborrea sin puntos, ni comas, ni apartes. Le dice a Cecilia: ‘Sí me acuerdo de ti y me acuerdo que jugába­mos con los puzles de las mellizas y que había una mesita y que la pared estaba al lado y el suelo abajo como en el patio que hay suelo y pared y no hay techo arriba pero en la clase sí...’ [p. 107]. Laura desarrolla un trabajo ingente para aprehender el espacio. No da por supuesto, como lo haría un niño neurótico, el suelo, la pared, el techo. Ella ha de desplegar cada vez el marco imaginario elemento por elemento. En general, el trabajo de ordenamiento conceptual es difícil para los sujetos autistas. Muchos autistas, como Temple Grandin, piensan, no con conceptos, sino con imágenes4.

Dídac se dedica durante varios meses a juegos de fabricar series con fichas, imágenes, dibujos imantados, etc., pidiendo a Cecilia que vaya nombrando cada uno de las imágenes, de los objetos. Esta operación de nominación es fundamental en el desarrollo del lenguaje y la subjetividad. Dídac adhiere palabras a las imágenes, construye conceptos a través ordenar series. Hace “un remedo de la alienación por la vía de lo imaginario” [p. 110]. Un día nombra la ausencia de un objeto. Vacía un coche rojo que contiene figuras geométricas y se da cuenta que falta un triángulo en el hueco donde debería ir encajado.

“Estaba bastante claro lo que ocurría, pero se lo pregunté. «¿Qué pasa, Dídac?». Me contestó: «No está», señalando el hueco del triángulo que, según mencionamos, al inicio no se percataba de que faltaba, no se daba cuenta de que for­maba parte de la serie «figuras del interior del coche». Mostré mi sor­presa, y juntos lo buscamos por los rincones del local. Y no lo encontra­mos, claro. Así, Dídac nombraba por primera vez, que sepamos, la ausencia del objeto, lo que —según vimos respecto al fort-da, el juego infantil— es fundamental” [p. 111].

En la sesión siguiente Cecilia propone que Dídac entre en el consultorio solo, sin estar acompañado por su madre. Esta separación se hace posible, porque la falta comienza a inscribirse, aunque sea en el registro de lo imaginario. La subjetividad de Dídac ha adquirido un fuste considerable. “Muchas, muchas veces –dice Cecilia, repitiendo el “muchas”– es necesario esperar e inventar” [p. 112] “Esperar e inventar” allí está la sabiduría y el arte de la gran analista que fue Cecilia Hoffman.
                                                                                                                
                                                                                                     ALÍN SALOM

Notas

1. LACAN escribe en “La agresividad en psicoanálisis” de los Escritos: “Hay aquí una especie de encrucijada estructural, en la que debemos acomodar nuestro pensamiento para comprender la naturaleza de la agresividad en el hombre y su relación con el formalismo de su yo y de sus objetos. Esta relación erótico en que el individuo humano se fija en una imagen que lo enajena a sí mismo, tal es la energía y tal es la forma en donde toma su origen esa organización pasional a la que llamará su yo. Esta forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que determina el despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso primordial se precipita en competencia agresiva, y de ella nace la tríada del prójimo, del yo y del objeto, que, estrellando el espacio de la comunicación espectacular, se inscribe en él según un formalismo que le es propio. […]  San Agustín se adelanta al psicoanálisis al darnos una imagen ejemplar de un comportamiento tal en estos términos: “Vidi ego et expertus sum zelantem parvulum: nondum loquebatur et intuebatur pallidus amaro aspecto conlactaneum suum”: “Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano de leche”. Así anuda imperecederamente, con la etapa infans (de antes de la palabra) de la primera edad, la situación de absorción espectacular: contemplaba, la reacción emocional; todo pálido, y esa reactivación de las imágenes de la frustración primordial; y con una mirada envenenada, que son las coordenadas psíquicas y somáticas de la agresividad original”. LACAN, Jacques, Escritos. Barcelona, RBA, 2006, pp.106-107.

2. MILLER, Jacques-Alain, “Lacan hace del estadio del espejo un estado de orden psicótico”. La Psicosis ordinaria,  Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 267. 

3. “Lejos, pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia.  Lejos de ser ‘un insulto’ para la libertad [como sugería Ey], es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento.  Y al ser del hombre no se le puede comprender sin la locura, sino que ni siquiera sería el ser del hombre, si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.”  LACAN, Jacques, Escritos, op. cit., p. 166.



4. “Todos los individuos incluidos en el espectro del autismo/asperger tienen dificultades para crear conceptos.” GRANDIN, Temple, Pensar con imágenes. Mi vida con el autismo. Barcelona, Alba, 2006, p. 55.

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