Expondré los
capítulos 5, 6 y 7 de la obra de Cecilia Hoffman. El capítulo 5, titulado “Un momento constituyente”, es el núcleo
del caso Dídac. Este momento álgido de la cura tiene lugar tras dos meses y
medio de tratamiento, cuando el niño tiene un poco menos de 3 años.
Eso vale oro
El relato de Cecilia tiene una fuerza tremenda:
"Una mañana a la hora de entrar, en la sala de espera que está junto a la puerta de acceso al local, una niña, Sandra, que había llegado con mucha antelación a la hora de su cita, había dejado sobre una mesa baja unas llaves de juguete. Dídac las había cogido sin que ella reaccionara en contra. Formulé la demanda en nombre de Dídac y ella asintió: se las prestaba. Le di las gracias. Durante la sesión, Dídac pareció olvidar las llaves sobre la mesa baja del despacho y se dedicó a sus cosas: el coche rojo, el paseo, las cortinas y canciones, la pelota y otros objetos en la dinámica mencionada de tocarlos y dejarlos caer. Cuando le dije que era la hora de salir no estábamos en el despacho, pero habíamos dejado, como siempre la puerta abierta. A toda velocidad, entró, cogió las llaves y las aferró contra su pecho. Fue un gesto sorprendente. El suelo por donde habíamos pasado estaba lleno de pequeños objetos olvidados. Este era diferente, recordado y recogido. Todo ocurría de prisa. Él corría y se hacía presente en la sala de espera, a la que llegué rezagada.
El relato de Cecilia tiene una fuerza tremenda:
"Una mañana a la hora de entrar, en la sala de espera que está junto a la puerta de acceso al local, una niña, Sandra, que había llegado con mucha antelación a la hora de su cita, había dejado sobre una mesa baja unas llaves de juguete. Dídac las había cogido sin que ella reaccionara en contra. Formulé la demanda en nombre de Dídac y ella asintió: se las prestaba. Le di las gracias. Durante la sesión, Dídac pareció olvidar las llaves sobre la mesa baja del despacho y se dedicó a sus cosas: el coche rojo, el paseo, las cortinas y canciones, la pelota y otros objetos en la dinámica mencionada de tocarlos y dejarlos caer. Cuando le dije que era la hora de salir no estábamos en el despacho, pero habíamos dejado, como siempre la puerta abierta. A toda velocidad, entró, cogió las llaves y las aferró contra su pecho. Fue un gesto sorprendente. El suelo por donde habíamos pasado estaba lleno de pequeños objetos olvidados. Este era diferente, recordado y recogido. Todo ocurría de prisa. Él corría y se hacía presente en la sala de espera, a la que llegué rezagada.
Daba la casualidad, contingencias que ocurren, de que Sandra se le
parecía en la globalidad de la imagen: el color de la piel, el color y tipo de
cabello, el color de los ojos, la altura. Contrastaba, eso sí, en el talante:
quietecita, callada, tímida.
Él y ella se miraban seriamente. Él, en posesión de las llaves,
que cada vez aferraba con más decisión contra su pecho; ella, en actitud que,
silenciosamente, nos hacía saber que esperaba que le fueran retornadas. Ellos
captaban perfectamente la situación. Recordemos que esta se producía, además,
en el momento en que era la hora de entrar para la niña y de salir para Dídac,
lo cual deslizaba cierto tono de premura en la demanda, también silenciosa, de
los padres respectivos. Quien haya trabajado o convivido con niños sabe que la
situación de rivalidad sobre un objeto es de lo más frecuente. Pero en el
autismo se trata de algo muy delicado. En concreto, en el caso de Dídac, es la
primera vez que, en el centro donde le atendemos, está en esa actitud, tan
decidido a no dejar un objeto. Y es la primera vez que no solo da señal de
percatarse de la presencia de un semejante, sino que se sitúa respecto a él
(ella, en este caso) en franca relación de rivalidad; incluso, diremos, de
desafío. De alguna manera, eso vale oro.
[…]
Tenemos entonces a Dídac en
posesión de un objeto que ya no es cualquiera; que ha cobrado un nuevo y
exorbitado valor. En la escena, marcada por la participación de la mirada,
nadie dice nada. Todo se inmoviliza. El gesto de Dídac de acercar las llaves a
su pecho nos paraliza a todos. Sandra no se las quita, ni pide, ni da. Esperan.
Serán unos segundos. Es como si los niños se encomendaran a los adultos, que
encarnan al Otro en ese momento. La tensión creada transmite la pregunta sobre
quién es cada uno de ellos dos para los demás. No es una pregunta formulada,
pero eso es lo que les estaremos diciendo con nuestra respuesta.
Así que, con calma, nos
disponíamos a iniciar una negociación, a abrir un tiempo. Pero, repentinamente
y sin palabras, las llaves le fueron arrebatadas a Dídac de las manos y
entregadas a la niña, que pasó a tomar posesión en silente convicción. El
aullido inmediato de angustia de Dídac fue brutal, acompañado de toda la
cohorte de fenómenos de agitación, los ojos girados, la cabeza hacia atrás...
El tiempo para propuestas se
había terminado.
Tampoco dije nada. Corrí al otro
extremo del local, a su sala de «alelapá», cogí unas llaves parecidas a las de
Sandra, e inicié el regreso, corriendo, oyéndolo gritar. Al llegar, le entregué
las llaves. Al obtenerlas, dejó de gritar, me miró de manera sostenida por primera vez, sonrió establemente por
primera vez, se secó las lágrimas con el puño, dijo «¡Gracias!» —con voz muy
alta, sosteniendo la sonrisa y con una fonética que revelaba su poca destreza
en el ejercicio fonemático— y pasó a contemplar las llaves con un brillo
indudablemente nuevo en la mirada, que dirigía también a mí, de manera
alternativa. Conmocionada, le contesté: «De nada».
Estaba radiante. Comparaba su
objeto y el de la niña, la miraba a ella, con sus llaves, y miraba las suyas.
Nos despedimos. Se despidió alegre, llevándoselas en la mano a casa, volviendo
la mirada atrás cuando se alejaba” [pp.
87-93].
Tenemos aquí el relato de un "momento constituyente" en la cura de Dídac. El concepto de “momento
constituyente” es fundamental en el libro de Cecilia. ¿Qué es un momento
constituyente? ¿Qué se constituye en este momento, para Dídac? Prácticamente
todo: el sujeto, el objeto, el Otro con mayúscula, el otro con minúscula, el
cuerpo, la sonrisa, la mirada, el discurso, el deseo… quedan anudados por
primera vez de una forma clara. Desglosemos los elementos de la constitución de la subjetividad en ese momento constituyente:
- Dídac se percata de la existencia de otro y se enfrenta a ese otro similar a él.
- Hay extracción de un objeto. Dídac carga libidinalmente un objeto. No lo deja caer, como hacía con los demás objetos, a los que dejaba caer dejando un reguero de juguetes por el suelo a su paso, objetos apenas mirados, apenas tocados y abandonados inmediatamente, objetos que se le caían de las manos. Dídac desea ese objeto en concreto, objeto que recorta en el otro.
- Dídac habla en voz alta, sosteniendo el lugar de la enunciación. No de una forma mecánica, robótica, sin implicación subjetiva, como suele ocurrir en muchos sujetos autistas. Dice “gracias” a Cecilia –implícitamente “yo, Dídac, te doy las gracias a ti”. Hay “yo”, hay “tú”, el lenguaje se hace expresivo, el niño sonríe.
- Dídac reconoce nítidamente a un Otro benévolo, en lugar del Otro feroz de la psicosis.
- Dídac sostiene la mirada de Cecilia, también la de la niña.
- Dídac se apropia de su cuerpo, se seca las lágrimas de la mejilla, lágrimas que siente sobre la mejilla, mejilla que reconoce como suya.
- Se pone feliz, “radiante”, contento pero de forma contenida. Hay pacificación, un menos de goce y un más de placer, una satisfacción contenida por ser reconocido en su deseo y dignidad.
Sin duda ese momento "vale oro".
El deseo de analista de Cecilia Hoffman
Cecilia dice a continuación: "Sin temor a exagerar, creemos que es en cierto modo un privilegio de los profesionales de atención precoz ser testigos, en la clínica, de hechos de esta naturaleza". Se ve aquí que Cecilia consideraba su profesión como un “privilegio”, un trabajo donde ella encontraba pepitas de oro. El deseo que Cecilia Hoffman ponía en su trabajo nos contagió a todos. Quedamos atrapados por el deseo de aprender y la emoción de acercarnos al fulgor de la verdad subjetiva.
Ella brinda en este libro un horizonte de optimismo al trabajo terapéutico con niños. Cree en “la plasticidad de los primeros años”, lo cual promueve una clínica creativa y esperanzada. Afirma en este capítulo:
El deseo de analista de Cecilia Hoffman
Cecilia dice a continuación: "Sin temor a exagerar, creemos que es en cierto modo un privilegio de los profesionales de atención precoz ser testigos, en la clínica, de hechos de esta naturaleza". Se ve aquí que Cecilia consideraba su profesión como un “privilegio”, un trabajo donde ella encontraba pepitas de oro. El deseo que Cecilia Hoffman ponía en su trabajo nos contagió a todos. Quedamos atrapados por el deseo de aprender y la emoción de acercarnos al fulgor de la verdad subjetiva.
Ella brinda en este libro un horizonte de optimismo al trabajo terapéutico con niños. Cree en “la plasticidad de los primeros años”, lo cual promueve una clínica creativa y esperanzada. Afirma en este capítulo:
En edades más avanzadas las cosas se anudan ya de un modo más
estable; las fijaciones de la libido se van consolidando. Aunque los cambios
siempre son posibles, la plasticidad de estos primeros años es de enorme valor,
por su ingente potencial terapéutico [p. 93].
El estadio del espejo en el
momento constituyente
El momento
constituyente parece introducir una especie de encrucijada estructural, un
estadio del espejo con su telón de fondo de agresividad1. Ha surgido
en Dídac, un yo-moi, que se
identifica con el otro, que rivaliza con el otro y desea el objeto del otro. Pero
lo valioso en este caso es que Cecilia pone las condiciones para que surja
también un yo-je –de la palabra. Cecilia
insiste en el hecho del parecido físico de Sandra con Dídac. “Dídac se halla
identificado especularmente hasta la confusión con la niña, que le resulta
fascinante y, al mismo tiempo, le aparece como rival; Dídac, decíamos, desea y
no puede/no quiere renunciar a ese objeto en tanto ella lo desea” [p.
91].
Cuando las
llaves le son arrancadas, para ser devueltas a Sandra, Dídac cae en una crisis
terrible; lanza un alarido, deja los ojos en blanco, tira la cabeza para atrás.
Cecilia dice que en esta situación un sujeto “puede sentirse morir”. Cecilia Hoffman nunca cae en reflexiones educativas banales. Ella interpreta la situación como una situación de sufrimiento terrible para el niño. Es una
virtud fundamental de Cecilia, a lo largo de todo el libro, el mostrar respeto
y reconocimiento del sufrimiento de los sujetos a los que atiende.
En principio,
el estadio del espejo no se resuelve simbólicamente en la psicosis. La libido sigue
circulando en el circuito imaginario y lleva a situaciones de rivalidad
extrema, hasta el delirio. De allí que Miller hable de “estado del espejo” en
la psicosis2. En cambio, en un estadio del espejo no psicótico, la
tensión imaginaria encuentra un límite, una resolución, un abrochamiento de lo
imaginario y lo simbólico. El sujeto no se atasca en un “o yo, o él”. Si hay
castración simbólica, abrochamiento RSI, el sujeto consiente un “yo y él”, por
medio de la asunción de cierta alteridad o, en este caso, la posesión de dos
objetos parecidos. Si el estadio del espejo no concluye, los efectos son:
-
no reconocimiento de la propia imagen
especular,
-
transitivismo (no identificación, sino confusión
con el otro),
-
fenómenos de rivalidad extrema
La problemática del lenguaje en el autismo
Hasta ese
momento Dídac había inventado palabras en una lengua propia (“alela”,
lavadora, y “alelapá”, pelota
Bobath). En el momento constituyente, Dídac dice “gracias”, utilizando una
palabra de la lengua común. Hay,
pues, un paso de la lengua propia a la lengua común. Dídac consiente alienarse
en la lengua del Otro, para darle las gracias. Hasta entonces él había sido amo
del lenguaje. A partir de este momento constituyente, Dídac muestra interés por
someterse a la lengua del Otro, comienza a entrar en el discurso.
Muchos
sujetos autistas abandonan su mutismo, para pronunciar una frase perfectamente
construida en un momento de crisis. Sin embargo, a pesar de las expectativas
que genera un acontecimiento como ese en su entorno, ellos vuelven a su mutismo
implacable. Queda patente de este modo que sí están en el lenguaje, si bien no
están en el discurso. Dídac, a diferencia de los que vuelven al mutismo, no se replegará; emprenderá primero una
especie de diálogo silencioso con Cecilia, pidiéndole que ella nomine las
imágenes impresas en unas fichas que él le irá mostrando una por una. Luego irá
aprendiendo a hablar.
Los
problemas de lenguaje en el autismo son muchos: mutismo, ecolalia, lengua
propia inventada, voz impostada con tono y timbre extraños, locuacidad extrema,
etc., etc. Estos fenómenos tienen su origen en lo constitutivo del autismo, es
decir, la defensa contra el Otro. Esta defensa se concreta, por un lado, en el
lugar de la voz en su economía libidinal, por otro lado, en el esfuerzo constante de elisión de la
subjetividad en su lenguaje.
Comencemos
por el mutismo. Cecilia da el ejemplo de Mirko.
A los dos años y medio no había pronunciado palabra. Mirko llegó
aproximadamente un año más tarde a hablar y a ser muy locuaz, pero ausente en
lo que decía. Por ejemplo, construía un relato sobre todos los letreros que
veía en los trayectos habituales que hacía en coche con sus padres, eludiendo
así la enunciación. Más tarde, hablaba en inglés con una fonética excelente.
Más bien, cantaba: sabía de memoria todas las canciones de moda que sus padres
y él escuchaban durante esos trayectos. Leía los títulos de las canciones en
inglés con fonética correcta, y los escribía en YouTube para buscar los vídeos
donde podían verse muchachas jóvenes cantando en actitud sensual, para su
fascinación.
Hay matices, siempre, y en este caso también
hubo momentos muy especiales, en los que la enunciación entró en juego, pero
queremos referirnos ahora a un momento en concreto para comentar la dificultad
del sujeto autista con la voz: hubo una temporada, antes de que hablara, en
que, especialmente a la hora de despedirse, es decir, un momento de separación,
Mirko hacía un esfuerzo notable por emitir algo de voz: ponía la mirada vacía,
levantaba los brazos en paralelo sobre su cabeza, abría la boca y bajaba con
fuerza los brazos hasta dejarlos en ángulo recto a la altura de la cintura, los
dedos extendidos, insistiendo varias veces en la operación, manifestando luego
su frustración con expresión de tristeza, y mirando con intensidad a las
personas que estaban con él, al comprobar que no podía hacerlo. Finalmente,
enfurruñado, cogía de la mano a su madre y se iba, dando algún signo de
escuchar las pocas y cuidadas palabras de consuelo que le dirigíamos en tono
muy bajo” [p. 96].
La voz es un
objeto pulsional. No está falicizada para el autista; por eso le angustia y le
horroriza. Por eso hace tantos esfuerzos por esconderla. La voz es la carne
pulsional de la palabra. No se pueden cerrar los oídos como los ojos; la voz invade
el cuerpo como un magma. Por eso a menudo los autistas se tapan los oídos con
las manos. El autista se defiende tanto de su propia voz como de la voz del
Otro. Utiliza el mutismo o bien la verborragia, y evita la interlocución. Por
otro lado es muy importante tener presente que en tanto que objeto pulsional, la voz no es la sonoridad de la palabra,
es más bien lo que acarrea la presencia del sujeto en el decir.
“El sujeto autista tiene dificultad para
soportar la subjetividad propia y ajena en el lenguaje”, dice Cecilia [p.
93]. De allí que algunos opten por la verborragia. Hablan sin parar, con una
voz alta e impersonal, a menudo de forma ecolálica. No dicen nada. A nadie. Hay
una especie de goce autoerótico, puro placer sonoro y rítmico, un medio arcaico
de apaciguar la angustia. El autista no consiente en renunciar al goce vocal.
No cede. Como los niños que no consienten el control de esfínteres, no aceptan
renunciar al goce anal. En cambio, en la otra orilla, la castración simbólica
–que el sujeto autista no consiente– borraría la voz de lo real. El neurótico
se vuelve sordo a la voz real; en cambio oye el sentido de lo que se dice.
Cuando bloquea el sentido y se fija en la voz, la faliciza.
La verborragia
y la impersonalidad en el habla es particularmente clara en un caso relatado
por Cecilia en el primer capítulo de la obra. También recoge un “momento
constituyente”.
“Es un niño de dos años y medio. Habla mucho,
con voz alta, aguda y despersonalizada. Su mirada es huidiza. De sus padres y
familia extensa, menciona siempre el coche que posee cada uno. Se nombra a sí
mismo en tercera persona, por su nombre. Es asustadizo. Los ruidos,
especialmente en la oscuridad, como en el aparcamiento de su casa, lo
sobresaltan.
En las sesiones juega con coches en un
aparcamiento con recorridos interiores, rampas móviles, ascensores. A menudo se
oyen ruidos provenientes del exterior del despacho, próximo a la sala de
espera. Él se sobresalta. Entonces, abro la puerta, me asomo y pregunto
jugando, sin hacerme oír realmente por la gente de la sala: «¿Quién ha hecho
ese ruido?». Luego cierro la puerta y le digo a él: «Ha sido un nene», y voy
variando de respuesta cuando vuelve a ocurrir. Cada vez más, la secuencia se va
convirtiendo en un juego y él espera mi participación. Se percibe claramente
una satisfacción lúdica en ello.
Un día, al escapársele una de las rampas
interiores del aparcamiento y golpear un coche metálico, con el aparcamiento
convertido en caja de resonancia, el ruido se amplificó produciendo un
estrépito. Su sobresalto fue mayúsculo. Su mirada se perdió, perpleja, unos
instantes, tras los cuales dijo, sin dar lugar a mi participación: «He sido
yo». Su voz al decirlo no tenía el tono agudo, monótono, que usaba normalmente.
Esta vez era una voz grave y poco articulada. Daba la sensación de que la voz,
como viento, había salido de su cuerpo.
Momentos como este son muy delicados en el
autismo. Una frase así, en este caso, tiene una gran carga subjetiva. Vemos que
él había evitado hasta entonces nombrarse en primera persona, lo que testimonia
su gran dificultad para reconocerse en lo que dice. Es un momento de riesgo. Él
podría simplemente haber retrocedido y volver a las marcas de los coches. Pero
fue lo que llamamos un momento constituyente. Por eso decimos que son momentos
delicados. Hay un riesgo, pero al mismo tiempo constituyen una oportunidad
preciosa. Él hizo algo. Por lo tanto, no estamos en la dimensión del
pensamiento sino del acto. Dio un paso con el que atravesó algo que nunca había
atravesado.
El «he sido yo» vale para el ruido que se le escapa de las manos,
pero especialmente para el ruido que se le escapa por la boca, y que él elige
reconocer como su voz, su palabra. Se reconoce en esa voz, en esa frase. Así
se constituye, en ese instante, él mismo. Antes de eso, de algún modo él no
estaba allí” [p. 30].
Alienación y separación. El autismo como límite de la libertad
Desde luego
la interlocución es pura alienación. “Hablar en nombre propio significa, en
alguna medida, quedar a merced del Otro, del sentido que vaya a escuchar en
nuestro mensaje” [p. 94], dice Cecilia. Sumergirse en el lenguaje es dar el
consentimiento al Otro. Aceptar hablar para un niño es aceptar toda una serie
de obligaciones: obligación de atender a su nombre, responder, obedecer, etc. El
sujeto autista rechaza cualquier tipo de dependencia respecto al Otro. Se
resiste radicalmente a alienar su ser en el lenguaje. Y también en la mirada.
No oye al Otro y lo atraviesa con la mirada. El niño autista evita la mirada
materna. Gana libertad, pero a un precio exorbitante. No hay alienación al Otro
en el autismo, solo separación. El autismo es el límite de la libertad. De esa
libertad a la que sigue la locura “como su más fiel compañera”, “como una
sombra”, como dice Lacan3.
Pero la
constitución plena del sujeto exige las dos operaciones: la de la alienación y
la de la separación. El sujeto se ha de imbricar en el Otro, debe pasar por el
Otro para constituirse como sujeto, consentir encontrar en el Otro el lenguaje
y los significantes que lo definirán. El sujeto se constituye dejándose
nominar, marcar por el Otro. Aceptando identificarse al Otro. Por ejemplo, de
los Otros primordiales el sujeto coge su voz (Agnès Wehr). El sujeto no es nada
sin el Otro, por mucho que en el Otro no pueda encontrar nada capaz de representar
la verdad de su deseo. Cuando el Otro se revela como faltante (como deseante),
entonces se da la separación. El sujeto se separará “lo suficiente como para
tener su propio cuerpo, sus propios modos de satisfacción”. Dice Cecilia: “El
sujeto habrá de realizar dos operaciones de las que resultarán su inclusión el
Otro y su separación. En una, el sujeto se pierde un poco a sí mismo,
alienándose, enajenándose. En la otra, se recupera, pero ha perdido algo en la
casa, en el lugar del Otro” [p. 106].
En el
neurótico el proceso de alienación-separación no concluye. Es permanente, como la
palpitación de su ser. En cambio en las psicosis las dos operaciones son
defectuosas. O hay solo alienación y falta la separación, como, por ejemplo, en
las psicosis simbióticas. O hay solo separación, como en los autismos, e
incluso una separación extrema, por ejemplo, en los autistas encapsulados.
El discurso
En el
capítulo 6, “Pacificación, vivificación, demanda”, Cecilia introduce el
concepto de “discurso”, como el orden que imprime lo simbólico al mundo. Ese
orden, hecho de conceptos y categorías, es, además, “un aparato
que ordena los modos de satisfacción y que, de alguna manera, pone las cosas en
su lugar” [p. 105]. Si no entra en el discurso, el autista ha de
invertir un plus de trabajo para producir un orden. Por ejemplo, Laura, una
niña de cinco años, pinta los troncos de los árboles de verde y las hojas de
marrón. No se queda pegada a la "norma" que rige para los dibujos infantiles. Habla con una verborrea sin puntos, ni comas, ni apartes. Le dice a
Cecilia: ‘Sí me acuerdo de ti y me acuerdo
que jugábamos con los puzles de las mellizas y que había una mesita y que la
pared estaba al lado y el suelo abajo como en el patio que hay suelo y pared y
no hay techo arriba pero en la clase sí...’ [p. 107]. Laura desarrolla un trabajo
ingente para aprehender el espacio. No da por supuesto, como lo haría un niño neurótico, el suelo, la pared, el techo. Ella ha de desplegar cada vez el marco imaginario elemento por elemento. En general, el trabajo de ordenamiento conceptual es difícil para los sujetos autistas. Muchos autistas, como Temple Grandin,
piensan, no con conceptos, sino con imágenes4.
Dídac se
dedica durante varios meses a juegos de fabricar series con fichas, imágenes, dibujos imantados, etc., pidiendo a Cecilia que vaya nombrando cada uno de las imágenes,
de los objetos. Esta operación de nominación es fundamental en el desarrollo
del lenguaje y la subjetividad. Dídac adhiere palabras a las imágenes,
construye conceptos a través ordenar series. Hace “un remedo de la alienación
por la vía de lo imaginario” [p. 110]. Un día nombra la ausencia de un objeto.
Vacía un coche rojo que contiene figuras geométricas y se da cuenta que falta
un triángulo en el hueco donde debería ir encajado.
“Estaba
bastante claro lo que ocurría, pero se lo pregunté. «¿Qué pasa, Dídac?». Me
contestó: «No está», señalando el hueco del triángulo que, según mencionamos,
al inicio no se percataba de que faltaba, no se daba cuenta de que formaba
parte de la serie «figuras del interior del coche». Mostré mi sorpresa, y
juntos lo buscamos por los rincones del local. Y no lo encontramos, claro.
Así, Dídac
nombraba por primera vez, que sepamos, la ausencia del objeto, lo que —según
vimos respecto al fort-da, el juego
infantil— es fundamental” [p. 111].
En la sesión siguiente Cecilia
propone que Dídac entre en el consultorio solo, sin estar acompañado por su
madre. Esta separación se hace posible, porque la falta comienza a inscribirse,
aunque sea en el registro de lo imaginario. La subjetividad de Dídac ha
adquirido un fuste considerable. “Muchas, muchas veces –dice Cecilia,
repitiendo el “muchas”– es necesario esperar e inventar” [p. 112] “Esperar e
inventar” allí está la sabiduría y el arte de la gran analista que fue Cecilia
Hoffman.
ALÍN SALOM
Notas
1. LACAN escribe en “La agresividad en psicoanálisis” de los Escritos: “Hay aquí una especie de
encrucijada estructural, en la que debemos acomodar nuestro pensamiento para
comprender la naturaleza de la agresividad en el hombre y su relación con el
formalismo de su yo y de sus objetos. Esta relación erótico en que el individuo
humano se fija en una imagen que lo enajena a sí mismo, tal es la energía y tal
es la forma en donde toma su origen esa organización pasional a la que llamará
su yo. Esta forma se cristalizará en
efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que determina el despertar
de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso primordial se
precipita en competencia agresiva, y de ella nace la tríada del prójimo, del yo
y del objeto, que, estrellando el espacio de la comunicación espectacular, se
inscribe en él según un formalismo que le es propio. […] San Agustín se adelanta al psicoanálisis al
darnos una imagen ejemplar de un comportamiento tal en estos términos: “Vidi ego et expertus sum zelantem parvulum:
nondum loquebatur et intuebatur pallidus amaro aspecto conlactaneum suum”:
“Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No
hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su
hermano de leche”. Así anuda imperecederamente, con la etapa infans (de antes de la palabra) de la
primera edad, la situación de absorción espectacular: contemplaba, la reacción
emocional; todo pálido, y esa reactivación de las imágenes de la frustración
primordial; y con una mirada envenenada, que son las coordenadas psíquicas y
somáticas de la agresividad original”. LACAN, Jacques, Escritos.
Barcelona, RBA, 2006, pp.106-107.
2. MILLER, Jacques-Alain, “Lacan hace del estadio del espejo
un estado de orden psicótico”. La
Psicosis ordinaria, Buenos Aires, Paidós, 2003, p. 267.
3. “Lejos,
pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su
organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su
esencia. Lejos de ser ‘un insulto’ para
la libertad [como sugería Ey], es su más fiel compañera; sigue como una sombra su
movimiento. Y al ser del hombre no se le
puede comprender sin la locura, sino que ni siquiera sería el ser del hombre,
si no llevara en sí la locura como límite de su libertad.” LACAN, Jacques, Escritos, op. cit., p.
166.
4. “Todos los individuos incluidos en el espectro del autismo/asperger
tienen dificultades para crear conceptos.” GRANDIN, Temple, Pensar con imágenes. Mi vida con el autismo.
Barcelona, Alba, 2006, p. 55.