MUERTO Y VIVO EN LA NEUROSIS
OBSESIVA*
Yves Vanderveken
Lacan,
tras Freud, nunca cambió respecto a lo que se podía esperar de la experiencia
de un análisis. En el Seminario de La Angustia, precisa con concisión: un
psicoanálisis “siempre ha tenido y sigue teniendo como objeto el descubrimiento
de un deseo”1.
Pero
este deseo tiene un alcance totalmente específico en el campo del
psicoanálisis. No es para nada un deseo que se aprehenda como tal y que vaya a
especificarse, por ejemplo, con un lo que
yo quiero. Se inscribe incluso en ruptura con eso –por lo cual puede ser
llamado inconsciente. En este sentido,
no es que se pueda alcanzar al término de un análisis. Sino que su elucidación,
su cercar no deja de producir un aligeramiento sintomático seguro.
Lejos de
confundirse con el querer del sujeto, es incluso un deseo que se opone a ello.
Se impone al sujeto en una dimensión de división subjetiva, como un más fuerte que yo. Un no puedo más que que no cesa, al mismo
tiempo, de repetirse y no escribirse. No encuentra forma de decirse o
expresarse más que de una manera desviada y disfrazada por las vías de las
formaciones del inconsciente (sueños, lapsus, actos fallidos), o también por
las vías –que se pueden calificar con Lacan de torcidas2– de las manifestaciones sintomáticas. Allí
encuentra el modo tanto de decirse como de abrirse camino hacia una satisfacción
substitutiva, que no emerge más que en ruptura, en corte, incluso en infracción
de las intenciones y normas del individuo mismo. Lejos de ser un deseo donde
uno se reconoce en su manifestación, se trata más bien de un efecto, de una
consecuencia, donde uno se desconoce. En este sentido, es un deseo, no que se
alcanza, que se identifica, por ejemplo, en un objeto, sino un deseo en obra,
que causa. Que causa [y parlotea], a
la vez, en tanto que en sus manifestaciones habla, pero también determina éstas
en un modo de satisfacción ajena al yo del sujeto.
De allí los
enredos que el sujeto obsesivo mantiene respecto a él. Es porque se opone a
otro deseo, neurótico, que caracteriza la estructura de la defensa del
neurótico obsesivo: el deseo de control y retención. Coordenadas que le dan su
carácter anal y que apunta a aplastar el deseo, en tanto que refunda el yo y su
deseo de control en el único registro de la demanda.
Esta dimensión
defensiva es un mata-deseo con el cual el sujeto neurótico mantiene relaciones
de lo más alambicadas. De allí el carácter “rompepelotas” del obsesivo, yendo
desde el registro de lo atormentado hasta el maltrato de toda manifestación del
deseo del otro, lo cual no engaña en general a las mujeres y su relación más
real y directo con el deseo. El neurótico obsesivo se sitúa así siempre en una
relación desplazada respecto a su deseo. No lo siente en sí cuando se
manifiesta; incluso padece su caída cuando se acerca a él.
Todo colabora
en él a la mortificación de su deseo, así como a la mortificación o bien anulación
de toda manifestación del deseo del Otro, para evitar el encuentro con ese
deseo demasiado angustioso e inhibidor, que escapa a todo control y medida. Salvo
si integra su síntoma obsesivo en su fortaleza yoica y encuentra en él
identificación, esta relación mortificada al deseo y el retorno por contrabando
de la satisfacción causan el tormento del pensamiento del sujeto neurótico y su
relación con el hastío. Lacan sitúa en este punto la máxima analítica según la
cual no se puede ser culpable más que de haber cedido en su deseo3.
De allí la culpabilidad que carcome al obsesivo. Ninguna perspectiva hedonista
en el horizonte, sino, como indicado, una elucidación de las coordenadas de
este deseo otro que abre a un posible saber hacer menos costoso y mortificante
para el sujeto.
Esta cuestión
de lo muerto viviente en cuanto al
propio deseo –si es que podemos bromear con una ocurrencia–, Lacan generalizará
su alcance al conjunto del campo clínico. Es lo que anticipa, en el Seminario La angustia, al que ya nos
hemos referido, situando el registro del deseo del obsesivo como lo que anuncia
la estructura fundamental del deseo4.
Para hacer
eso, Lacan volverá a tomar la psicosis como punto de perspectiva del conjunto
del campo de la clínica. Elevará el “desorden provocado en la juntura más
íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”5, que aísla de la
clínica del desencadenamiento psicótico del presidente Schreber, al rango de
paradigma alrededor del cual se articularía el conjunto de las estructuras
clínicas. Es la propuesta que extrae Jacques-Alain Miller en su texto “Efecto
retorno sobre la psicosis ordinaria”6, precisando que es un
sentimiento experimentado por todos. Y que esta experiencia está ligada al
encuentro siempre discordante, discordante por estructura, entre el
significante y el cuerpo.
Este encuentro
proporciona el sentimiento de vida que, si no, relegaría a un puro organismo al
cuerpo, de aquel que a partir de allí Lacan denomina parlêtre. En cierto sentido, este encuentro da cuerpo. Pero en el mismo movimiento, más allá de la dimensión
conocida de su primera enseñanza de Lacan, que acompaña el Aufhebung significante con una mortificación –el significante mata
la Cosa–, sitúa, por el encuentro del significante y el cuerpo, la fijación de
un desorden en el sentimiento de vida. En su contingencia singular, el impacto
del encuentro del significante con el cuerpo viene a fijar allí una modalidad
de goce que no cesará de conmemorarse. Este goce, declinación más libidinal y
pulsional del deseo, se presenta siempre, al igual que el deseo para el
obsesivo, como un goce que no hay que. Nunca
es conforme y no responde para nada a las normas. A fortiori, ni del Otro de la sociedad, sino a las normas del sujeto mismo. Se presenta a él siempre
como un exceso o una falta, nunca el adecuado. Anuda a la vez un demasiado de
vida y un horizonte de pulsión de muerte, en la medida en que va al encuentro
del o de los bienes del sujeto. Alrededor de este punto de goce Otro, en
función de los modos de defensa, ciertamente siempre de lo más singulares, pero
que pueden también reagruparse en categorías, es donde se distribuyen los tipos
clínicos.
Lacan produce
así una nueva definición del inconsciente. Lo corporeiza en su relación con el
decir: “Hablo con mi cuerpo y sin saber. Luego, digo siempre más de lo que sé”7.
Es allí donde sitúa de allí en adelante el inconsciente.
Es diferente
de la mera producción del sujeto del inconsciente en término significante.
Aloja el inconsciente en su punto de unión pulsional, como la grapa entre un
decir que divide y una substancia gozante –resultado de lo que había intentado
atrapar en su escritura del fantasma–. Es otro abordaje de la división
subjetiva.
Aloja en este decir siempre más de lo que sé del
inconsciente, por su goce, un punto de insoportable que no demanda más que ser
desconocido, incluso rechazado. El psicoanálisis, en cambio, se apoya en su
cercamiento.
Notas
* Artículo publicado en la
revista La cause du désir, nº 96
(2017), disponible on-line.
1. Lacan, J., La angustia, El Seminario 10, Buenos
Aires: Paidós, 2006, p. 301.
2. Cf. Lacan, J., El sinthome, El Seminario 23, Buenos Aires: Paidós, 2006, pp. 134-137. Cf
también el comentario de J.-A. Miller en este mismo seminario: “Nota paso a
paso”, pp. 203-206.
3. Cf. Lacan, J., La ética del psicoanálisis, El Seminario
7, Buenos Aires: Paidós, 1988, p. 379.
4. Cf. Lacan, J., La angustia, El Seminario 10, ibid.
5. Lacan, “De un discurso
preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos, México, Siglo XXI, 1998, vol. 2, p. 540.
6. Cf. Miller, J.-A., “Efecto
retorno sobre la psicosis ordinaria”, Consecuencias,
nº 15 (2015), revista digital disponible on-line.
7. Lacan, J., Aun, El seminario 20, Buenos Aires:
Paidós, 1981, p. 144.
Traducción: Alín Salom
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