“Modalidades del rechazo de lo femenino”
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La cuestión del sí o el no, la aceptación o el rechazo, es
absolutamente fundamental en la constitución de la subjetividad[1].
Por un lado está el sí inaugural del
sujeto, la Bejahung, por el que
consiente a la alienación, consiente eventualmente hablar y, por otro lado, está
toda la serie de los noes: el no de la represión, el no de la denegación, el no de la forclusión, en fin, el no del rechazo. Dice Miller, en una
conferencia que se titula precisamente “Modalidades del rechazo”, que una vida
humana se puede pensar y esquematizar como el conjunto de los síes y los noes que uno pronuncia en la vida[2]:
¿a qué uno ha dicho sí, a qué uno ha
dicho que no? ¿Qué ha aceptado y qué
ha rechazado?
Antes del rechazo de la feminidad, hay otro rechazo primordial: el
rechazo al saber, que es otro nombre del inconsciente. Estamos todos habitados
por el rechazo del saber. ¿Y el rechazo de la feminidad? Lo damos por hecho. Pero ¿no hay también un rechazo de la
masculinidad? ¡Sí! ¿Y un rechazo de la homosexualidad? Sin duda. También hay homofobia,
transfobia, lgtbfobia, etc. El rechazo a las identidades sexuales es una condición
inherente a la relación del ser hablante con la sexualidad. El rechazo parece
palpitar en el corazón de la sexualidad; recae sobre cada una de las
modalidades de goce. El rechazo de la feminidad es una modalidad particular de un rechazo más amplio de la sexualidad.
Algo en la sexualidad suscita rechazo. Freud decía: “por extraño que parezca,
habremos de sospechar que en la naturaleza misma del instinto sexual existe
algo desfavorable a la emergencia de una plena satisfacción”[3].
En la sexualidad hay algo traumático, incompatible con la armonía, la
homeostasis, algo que suscita incomodidad, disgusto, rechazo. Y Lacan dice algo
similar en el “Atolondradicho”: “no hay relación sexual”. Eso es lo que
agujerea la satisfacción, la hace imposible. Es difícil sostener esta tesis
fuera del ámbito del psicoanálisis. Uno no se la imagina en los periódicos. Salvo
tal vez en Buenos Aires, donde podría aparecer el titular: Última hora: ¡se suspende el Mobile World Congress y, además, no hay relación sexual! Sería
cuestión de proponer que se celebrase un día mundial, dijo jocosamente Panés; así
conmemoraríamos que no hay relación sexual…
¿Quién rechaza y qué rechaza? fueron las siguientes preguntas que
planteó Panés. El agente puede ser hombre o mujer. El objeto del rechazo puede
ser la falta o el goce femenino. Alrededor de estos ejes surgen diferentes
modalidades de rechazo.
Si el agente del rechazo es un hombre y el objeto del rechazo es la
falta, se ve el hombre ante la amenaza de castración. Por ejemplo, en la clínica
aparecen a veces niños que describen el susto que se pegan, cuando descubren la
diferencia sexual: sembli que li ho hagin
tallat…, le susurraba a JMP un niño. La diferencia sexual introduce en lo
imaginario una falta. La mujer encarna la dimensión de la falta y, por ende, de
lo deseante y demandante –con la
subsiguiente angustia que suele generar el deseo del Otro. El hombre, como
propietario asustado, al rechazar la falta, lo que hace es proteger su tener.
Si el objeto del rechazo es, no la falta, sino el goce, estamos ante un
rechazo similar al racismo. ¿Pero por qué el otro goce genera rechazo? El
hombre ataca una modalidad de goce, la femenina, que le resulta extraña o,
mejor dicho, extrañamente íntima. Él desconoce, extimiza su propio goce
femenino que es más bien íntimísimo. El rechazo es una operación de exclusión
interna. El neurótico quiere desconocer su propio goce. Cuando el hombre de las
ratas rechaza la crueldad (de la tortura de introducir ratas por el ano), Freud
dice que detecta en su cara los signos de un goce desconocido para él. Según Miller,
el trayecto de un análisis se puede plantear como el camino necesario para que
un sujeto se reconcilie con su goce. Eso que yo venía imputando al otro y me
hacía sufrir, esa “maldad” es mía; ese goce es mío –descubre el analizante. La
mujer se presta a encarnar, a hacer surgir en el mundo esta dimensión de lo
éxtimo. El rechazo de la falta en la mujer, el rechazo del goce femenino son
elementos de la neurosis obsesiva. Sabemos cómo trata el obsesivo el objeto: lo
desdobla, o más bien lo escinde entre la madre y la puta. Sobrestima o bien degrada
a la mujer. No solo la degradación genera malestar; también lo hace la sobrestimación.
Se abren ante la mujer sobrestimada dos caminos: o bien acepta y sufre ese
ideal a la altura del cual ella tiene
que mantenerse –y puede quedar aplastada
bajo el peso del ideal–, o bien hace caer el velo y confronta al hombre con la
falsedad de sus idealizaciones, con la mentira de sus sublimaciones. La mujer
es la hora de la verdad para el hombre, dijo Panés, con una fórmula lapidaria. ¡Wow!
Si el agente del rechazo es una mujer y el objeto del rechazo es la
feminidad, el rechazo puede manifestarse como odio de sí. Algunas mujeres
asumen la difamación, retoman a su cuenta la calumnia de las mujeres, que suele
venir del lado masculino. Dicen: “todas una víboras…”, “ten cuidado con las
mujeres, hijo…”, etc.[4] Ahí la mujer difama su propio goce como mujer
y se excluye de la serie. Algunas veces el sujeto capta el alcance de lo que
dice, en el análisis.
En cambio, si el rechazo recae sobre la falta, va articulado a un
discurso sobre el agravio comparativo, a un discurso de demanda de justicia
distributiva, etc. (adquiere un sesgo feminista, entiendo). Hacer de hombre,
rivalizar con el hombre son consecuencias de esta posición. En este tipo
rechazo de la feminidad estamos el campo de la histeria, señaló Panés.
La falta puede ser abordada de otra forma por una mujer. Ella puede servirse
del atractivo erótico de la falta. “Parecer ser el falo a partir de la nada”, voilà el talento de la posición
femenina, dijo Panés.
Panés dedicó la última parte de su conferencia a Las tribulaciones del joven Werther de Goethe. Se trata de una obra
de juventud de Goethe, basada en elementos autobiográficos. Como en la novela,
Goethe se enamoró de la novia de un amigo al cual admiraba; como en la novela
sufrió graves tribulaciones. Pero no se suicidó sino que escribió el Werther y posiblemente fue la escritura
la que le permitió a Goethe separarse de ese goce mortífero, le libró del
pasaje al acto. En todo caso Werther es un alter
ego de Goethe[5]. La
constelación era clásica: una mujer como falso enlace entre dos hombres. La
novela tuvo consecuencias: causó una auténtica epidemia de suicidios.
Goethe fue en su infancia un niño rebelde; intentó oponerse a un padre
de una severidad extrema, que pretendía formar a sus hijos de acuerdo con los
más altos ideales de la cultura en todos los campos. En algún momento hay un
corte y Goethe consiente “la inmisión del adulto en el niño”, es decir, hace
suyo el ideal del padre. Si buscó refugio en la madre, no lo encontró: la madre
no era especialmente acogedora. Algunas veces, el pasaje al acto suicida puede estar inscrito en el inconsciente del sujeto, si experimenta algo del orden de un rechazo primordial en su llegada al mundo, en el Otro, dijo Panés.
En Las tribulaciones del joven
Werther, Goethe construye los parámetros románticos (y neurótico obsesivos)
de la sobrestimación de la mujer. Charlotte aparece, como es de esperar,
encarnando una figura materna, una mujer del lado del tener. En cuanto Werther
la ve repartiendo pan a unos niños, se queda prendado de ella[6].
Panés llevó a cabo un análisis pormenorizado de la novela, que desafortunadamente
no podemos retomar en todo su detalle en el marco de una reseña. Señalemos
solamente que comentó la coyuntura que desencadena el pasaje al acto, cómo
Charlotte intenta alejar a Werther y, además, le hace una interpretación: “Por
qué he de ser yo, precisamente yo…, que pertenezco a otro hombre?” “Temo que la
imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión”, etc. Encima lo
conmina a “ser un hombre”[7],
cuando él se ve reducido a encarnar el objeto caído. En fin… Panés ilustró
magníficamente el sentido de la afirmación de Lacan (siguiendo a Freud) según
el cual “el artista siempre precede”[8]
al psicoanálisis. Vimos cómo efectivamente el artista le desbroza el camino también en este terreno de las modalidades
del rechazo de lo femenino.
Josep Maria Panés impartió esta conferencia precisamente el día de San
Valentín, día de los enamorados. Y nos trajo la siguiente anécdota. Es una
festividad cristiana; no es una festividad consumista, recién inventada, como
podría creerse. Parece que existió como celebración y liturgia desde el siglo V
y tiene un lado ilustrativo. La Iglesia estaba interesada en suprimir unas
fiestas paganas: las lupercales. Los jóvenes sacrificaban en estas fiestas
animales; luego fabricaban unas correas con la piel del animal sacrificado e iban
azotando con esas correas ensangrentadas a las mujeres que se cruzaban por su camino. Para aumentar su
fertilidad… Parece que había un gran apego popular a las lupercales. Para velar
tanto real, el Vaticano recuperó la historia de ese santo, Valentín, que en el
siglo III ascendió a mártir. En época en que el emperador Claudio había
prohibido la liturgia cristiana, Valentín seguía celebrando matrimonios. El
antropólogo Walter Burkert, al plantear la cuestión de los sacrificios, tan
centrales en las religiones, define al hombre como homo necans, hombre que mata. ¿Cómo no! Incluso a sí mismo…
Josep Maria Panés sorprendió una vez más al Grupo con la excelencia de
su conferencia, que se supera de año en año, y encima va acompañada de una modestia,
una sobriedad, una discreción en la generosidad, por su parte, que nos alucina
cada vez que tenemos el honor y el placer de recibirlo. Le estamos inmensamente
agradecidos.
Alín Salom
[1]
Panés, con mucho sentido del humor,
se entretuvo en comentar las consecuencias de decir sí a una invitación a dar
una conferencia. Cuando uno dice “sí” a una invitación a una conferencia, y no la
rechaza, eso tiene consecuencias… Nuestro estimado Panés lleva tiempo cargando
con las consecuencias de consentir a las demandas de nuestro Grupo.
[2]
La cita precisa es: “Eso que
llamamos una vida, en el sentido de una biografía, se puede resumir mediante
esos dos significantes, el “sí” y el “no”, cuándo uno ha dicho que “sí” y
cuándo uno ha dicho que “no”; no se necesitan muchas más palabras (Jacques-Alain
MILLER, “Modalidades del rechazo”, Introducción a la clínica lacaniana. Conferencias en España, Madrid, RBA,
2006, p. 272).
[3]
Sigmund FREUD,
“Una degradación de la vida erótica”, Obras
Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1981, vol. II, p. 1716.
[4]
Un ejercicio espectacular de
difamación es la canción del rapero Porta: “Las niñas de hoy en día todas son
unas guarras” (observación exterior a la conferencia).
[5]
La
novela parte de dos líneas de acontecimientos. Por un lado, Goethe se enamora de
la novia de un amigo al cual admira; por otro lado, ese mismo amigo presta sus pistolas
a otra persona, externa al triángulo, un hombre que finalmente se suicida, porque
también él está capturado en un triángulo amoroso muy doloroso. Goethe junta
las dos líneas.
[6]
“Atravesé el patio y avancé hacia la casa: cuando hube subido la escalinata y
llegué a la puerta contemplaron mis ojos el espectáculo más encantador que he
visto en mi vida. En el vestíbulo, seis niños, desde dos hasta once años de
edad, saltaban alrededor de una hermosa joven, de mediana estatura, vestida con
un sencillo vestido blanco, adornado con lazos de color rosa en las mangas y en
el pecho. Tenía en la mano un pan moreno, del que a cada uno de los niños
cortaba un pedazo proporcionado a su edad y a su apetito. Les repartía las
rebanadas con el mayor agrado y ellos, gritando, le daban las gracias, después
de haber tenido un buen rato las manitas levantadas, aun antes de que el pan
estuviese cortado.” (Madrid: Alianza, 1974, pp. 31-32)
[7]
“Os suplico –añadió cogiéndole la mano– que procuréis dominaros. Vuestro
talento, vuestras relaciones, vuestra instrucción os tienen reservados muchos
goces. Sed hombre… y triunfaréis de esa fatal inclinación que os arrastra hacia
una mujer que todo lo que puede hacer por vos es compadecerlos. […] Tened calma
–le dijo–. ¿No comprendéis que corréis voluntariamente a vuestra ruina? ¿Por
qué he de ser yo, precisamente yo…, que pertenezco a otro hombre?... ¡Ah! Temo
que la imposibilidad de obtener mi amor es lo que exalta vuestra pasión. Werther
retiró su mano y miró a Carlota con disgusto” (ed. cit., pp. 126-127).
[8]
“La única ventaja que un psicoanalista tiene derecho a sacar de su posición,
aun cuando esta le fuera pues reconocida como tal, es la de recordar con Freud
que en su materia, el artista siempre lo precede, y que no tiene por qué
hacerse entonces el psicólogo allí donde el artista le abre el camino.” LACAN, Jacques, “Homenaje a Marguerite
Duras”, Otros escritos, Buenos Aires:
Paidós, 2012, p. 211.