Jorge Sosa
distribuyó su conferencia en dos batientes, un primer batiente sobre las
operaciones primarias del proceso de estructuración psíquica, y un segundo batiente
sobre la adolescencia, yendo y viniendo de la neurosis a la psicosis.
TRAGARSE EL VACÍO
Jorge Sosa comenzó
señalando un texto temprano de Lacan: “Los complejos familiares en la formación
del individuo”. Allí Lacan señala claramente que es la falta del objeto, y no
su presencia, lo que moviliza al sujeto, lo que lo empuja a pensar. Cuando el
bebé tiene el pecho, se limita a gozar; cuando al bebé se le quita el pecho,
entonces piensa, entonces se plantea el problema de qué hacer con la pulsión.
El ser humano piensa porque hay algo traumático que rompe su homeostasis. Así
empieza a existir el sujeto.
La primera operación de estructuración psíquica es la represión primaria. Resulta fundamental la primera simbolización de la falta. Por ejemplo, en el fort-da, el niño intenta hacerse cargo de la ausencia de su madre, representando
esta ausencia en el juego. Repite la desaparición del objeto; pasa de la
pasividad a la actividad; se hace amo de la experiencia, subiéndose ya,
precozmente, encima del escabel; se hace sujeto. El fort-da
es la matriz del fantasma, lo que le permite no estar a merced de lo real. El bebé
extrae un significante (ooo, daaa); luego hay otras significaciones
que quedan elididas (represión primaria). Simboliza, interioriza la falta. Introyecta un elemento
tercero, el significante, entre él y la madre. Allí se establece la alienación
primordial. En el fort-da, el sujeto
subjetiva algo del deseo del Otro, de ese Otro primordial que no se queda con
él, se larga, parece querer otra cosa. En el fort-da hay una primera simbolización del goce del Otro. Tragarse
el vacío es lo que le permitirá más tarde pasar por el complejo de Edipo.
EXISTIR, SALIR DE LA POSICIÓN DE OBJETO
EXISTIR, SALIR DE LA POSICIÓN DE OBJETO
En cambio en la
psicosis, algo de eso no ocurre, dijo Jorge Sosa. El
sujeto queda atrapado en el circuito, como objeto del goce del Otro. Se trata
de un goce mortificante, persecutorio o erotomaníaco: el Otro o bien le persigue, o bien le quiere. Sea
como sea, de él no puede separarse. El sujeto se queda encerrado con la madre,
sin un tercer elemento, sin poder sustraer un significante, hacerse representar
por un significante y reprimir otro. Si no hay represión, se le presentan todas
las significaciones; no adviene el inconsciente. El sujeto queda a merced de lo
real. De allí las resonancias, las epifanías, las perplejidades que se producen
en la psicosis –intrusiones de lo real, cosas no simbolizadas, a las cuales el
sujeto responderá en un segundo tiempo, o bien con el delirio, o bien con el
lenguaje de órgano, o bien con la construcción de un borde, etc. El problema es
existir, salir de la posición de objeto.
UN DESORDEN EN LA JUNTURA MÁS ÍNTIMA DEL SENTIMIENTO DE LA VIDA
A continuación Jorge Sosa planteó el problema el problema del narcisismo y la identificación primaria, segunda operación en el proceso de la estructuración psíquica. El pequeño
neurótico se identifica a las palabras de la madre; desea ser el objeto que
colme el deseo de la madre, su falo. En cambio, en la psicosis el sujeto no se
pone en el lugar del objeto de deseo
del otro, sino como objeto del goce
del Otro. No es que en la neurosis el narcisismo del sujeto sea consistente, pero
va tirando más o menos. En cambio, en la psicosis hay un defecto narcisístico
grave.
Jorge Sosa señaló una diferencia entre Freud y Lacan. Para Freud, en la psicosis hay una regresión al narcisismo, un plus narcisístico. En cambio, para Lacan, en la psicosis hay un menos narcisístico, “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”. Por ejemplo, cuando a James Joyce le pegan unos camaradas, a él ni siquiera le importa, no se lo reprocha. El joven James no ama su cuerpo.
Jorge Sosa señaló una diferencia entre Freud y Lacan. Para Freud, en la psicosis hay una regresión al narcisismo, un plus narcisístico. En cambio, para Lacan, en la psicosis hay un menos narcisístico, “un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”. Por ejemplo, cuando a James Joyce le pegan unos camaradas, a él ni siquiera le importa, no se lo reprocha. El joven James no ama su cuerpo.
El
sujeto psicótico tiene un defecto narcisístico que ha de reparar de alguna
forma. Schreber lo hace por medio de la megalomanía –lo imaginario
se desata en la psicosis fuera de los límites simbólicos. Joyce lo hace con un ego de suplencia: se construye un ego, se monta la película de que va a
ser “el Artista”. Lo cual le permite
socializarse, engancharse al Otro. No se limita a escribir y gozar
autoeróticamente de la lengua, sino que publica. Se hace representar por su Obra
ante el otro. Se inscribe en lo social.
EL PADRE, UN ARTIFICIO PARA RENUNCIAR AL GOCE PERDIDO
A continuación Jorge Sosa planteó la tercera y la cuarta operación de la estructuración psíquica del sujeto: el Edipo y la castración. Si hay complejo de
Edipo y de castración (neurosis), la pulsión autoerótica se hace sexual, conecta con
otros, conecta con la función fálica. El sujeto subjetiva la pérdida,
conectándola con la diferencia sexual. Todos los objetos parciales se ponen en
línea con el falo, vienen a representar el objeto perdido, de la falta
fundamental.
Hay una diferencia
importante entre Freud y Lacan respecto a la concepción de la función paterna.
Para Freud, el padre está del lado de la prohibición; el padre prohíbe gozar. “De
eso que yo estoy privado, él goza”, piensa el neurótico, creyendo al Otro completo.
En cambio, para Lacan, el padre no está del lado de la prohibición, sino del permiso. Es
un artificio para renunciar al goce perdido.
El padre permite otro goce, el deseo. Da su versión del goce, de cómo gozar de una mujer. El padre
socializa el goce, el cual deja de ser autista. Esta versión sirve tanto para
el varón como para la mujer, tanto para el heterosexual como para el homosexual
–pues para él/ella también está la dimensión heterosexual en juego. Con la función
paterna el goce perdido se recupera en la escala invertida del deseo. Para
desear hay que perder algo: renunciar a ser el falo para poder tenerlo, o bien
para desear tenerlo por medio del hombre o del niño. La mujer necesita del
Otro, para poder asomarse al misterio de la feminidad. En definitiva, el padre
anuda lo real del goce pulsional con lo simbólico; y permite inscribirse en la
cadena simbólica de las generaciones. Mas el goce de la mujer queda forcluido –inefable
e insimbolizado. El padre –versión del goce– no es más que un síntoma: suple la imposibilidad de la relación
sexual. Cuando no hay padre, hay otros síntomas. Entramos en el campo de las
psicosis. Ojo, precisó Jorge Sosa, la estructura no es la enfermedad, sino que queda revelada con
la enfermedad. A continuación, pasó a tratar la cuestión de la adolescencia.
EL ADOLESCENTE, CONFRONTADO AL VACÍO
El tiempo de la
adolescencia, en el cual se desatan con virulencia las exigencias del otro
social, las de lo pulsional y el cuerpo, es un tiempo de crisis. Exige una
nueva armadura, dijo Sosa. ¿Con qué cuenta el adolescente?
Si tiene una
estructura neurótica contará con un recorrido:
(1) habrá perdido algo, (2) se habrá identificado narcisísticamente con el
falo, (3) habrá asumido no serlo (complejo de castración) y (4) podrá contar
con la versión del padre, la père-version. Este es el recorrido expuesto en la primera
parte de la conferencia; éstas son las operaciones primarias del proceso de estructuración psíquica: represión primaria, identificación primaria, complejo de castración y Edipo.
En cambio, el
adolescente con una estructura psicótica se ve confrontado al vacío: ¡tiene que
tomar decisiones, tomar la palabra! ¿Cómo?, si el sujeto psicótico no tiene deseo, no se ama a sí mismo más que a cualquier otra cosa, tiene dificultades para hacer el duelo del objeto primordial –que no ha perdido, dijo Jorge Sosa, exponiendo con claridad meridiana la coyuntura de crisis de la adolescencia. Si no se anuda una suplencia, podrá venirse
abajo todo el edificio. La catástrofe, el trauma, puede ser grave, vivida como una
muerte subjetiva. Pueden entonces surgir síntomas más o menos
discretos: desconexión de los amigos, perplejidad, o bien, finalmente, fenómenos elementales más pesarosos.
Puede el sujeto
responder a la catástrofe de formas diferentes. Puede reconstruir su relación
con el mundo a través del delirio, la emasculación (en la paranoia); con el lenguaje de órgano, donde un órgano condensa el goce y
se separa de él (en la esquizofrenia); construyendo un borde para separarse del
otro (en el autismo), como señala Eric Laurent, etc., etc. El autista no quiere saber
nada del Otro; no habla. Se defiende de la polisemia del lenguaje, que le abruma. Al no
haber represión, escucha todo el lenguaje, todas las significaciones. En el Otro no está el objeto de su
deseo; lo tiene él "en el bolsillo". "No quiere nada de ti, él está preocupado con sus cosas...", explicó Sosa de forma llana. Le agradecemos enormemente que vuelva al Grupo de psicoanálisis del Garraf, a explicarnos conceptos muy complejos y abstractos con
su estilo tan desenfadado y diáfano, de una claridad y una concreción pasmosas.
Alín Salom
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