El eclipse de la ética en la
hipermodernidad
En el siglo XXI, nos hallamos con un aparente
eclipse tanto de la culpa y la vergüenza como de la responsabilidad. Vivimos en una época de “incertidumbre
moral”, en términos de Bauman. Nadie se declara culpable, ni avergonzado, ni responsable
de nada. Asistimos también al “ocaso del pudor”. Vivimos en una sociedad
impúdica, una sociedad del espectáculo, de la transparencia, una sociedad post-privacy. En definitiva, una
sociedad fundamentalmente exhibicionista y voyeurista.
Surge la pregunta: ¿por qué se ha dado este eclipse
de la ética? Por dos razones. En primer lugar, porque el imperativo de goce que
enarbola esta sociedad es poco compatible con los sentimientos de culpa,
vergüenza o responsabilidad. El imperativo de goce eclipsa la ética; no la deja
ver. Tengamos en cuenta que el
imperativo de goce es una exigencia del capitalismo. Y en función de ese
imperativo de goce, se ha montado una sociedad narcisista, de orgullos y selfies. En segundo lugar, hay un eclipse de la ética, porque la ciencia,
el discurso científico o, en todo caso, cientifista, tiende a borrar al sujeto
y por ende erosionar la ética. Explicar “científicamente”, es explicar objetivamente:
genética, hormonal, neurológicamente… No hay espacio para el sujeto en el discurso
de la ciencia. El discurso de la ciencia desresponsabiliza. A lo sumo facilita el victimizar al sujeto.
Ética y Psicoanálisis
El psicoanálisis toma partido por la ética: por la
culpa, la vergüenza y la responsabilidad. No pretende rehuir el tema de la
culpa. No la niega, ni la deniega, ni la reprime, ni la forcluye. La pone a
hablar. Esto marca la diferencia con otros discursos. Si el analista dis-culpa
las culpas menores que el neurótico trae al análisis, cierra el camino de la
cura. Interrogar la culpa permite acceder al corazón del síntoma. Pretender
extirparla supone disolver la subjetividad.
Por eso Eric Laurent dice: no hay que
desculpabilizar al sujeto, sino desangustiarlo. No se trata de anular la culpa
sino de interrogarla, porque, en términos freudianos, la culpa condensa el conflicto;
en términos lacanianos, orienta hacia lo real, hacia lo que el sujeto no puede
soportar, simbolizar, metabolizar.
En la base de la relación psicoanálisis-ética está
la afirmación absolutamente radical de Lacan: “de nuestra posición de sujetos
somos siempre responsables”.
La culpa
El término “culpa”, en Freud, es otro nombre para
la “pulsión de muerte”, del Thanatos.
La culpa es fundamentalmente inconsciente y consiste en la voluntad inconsciente
del sujeto de castigarse. A nivel
consciente, el yo suele declararse inocente. Banalmente inocente. Con
frecuencia no tiene conciencia de sus propios sentimientos de culpa. El sujeto
no se siente culpable, se siente enfermo.
¿Cómo juega la culpa en las diferentes estructuras
clínicas? Salvo en la paranoia, en todas las demás estructuras, la culpa está
omnipresente. En la melancolía hay una
culpa abrumadora. La sombra del objeto ha caído sobre el yo. El sujeto no logra deslindarse del otro;
dirige hacia sí los reproches que tiene contra el Otro. La melancolía parece el
negativo de la paranoia. En la paranoia el sujeto conserva una eterna
inocencia, arrojando contra el Otro toda la culpa y recibiendo desde fuera la
persecución. En el lugar de la culpa está la persecución. En cambio en la
melancolía, con la culpa el sujeto se persigue a sí mismo.
La culpa en la neurosis obsesiva está omnipresente.
Es estructural. El obsesivo es una máquina de generarse culpas. La culpa está
atada en el obsesivo al temor a hacer daño al Otro con sus pensamientos. Quiere
destruir al Otro, pero con la culpa en el fondo lo que hace es sostenerle. El
obsesivo está capturado en la dialéctica infernal del deseo agresivo y la culpa.
De allí el que el Hombre de las ratas, por ejemplo, asuma una deuda (la del
padre) y que no la pague. La deuda está allí para sostener al Otro: este es el
objetivo esencial del obsesivo. En la histeria, la culpa es menos consciente,
menos ruidosa, pero está igualmente. En el caso que presenta Berenguer, en
“L’ética en psicoanàlisi”, se ve con toda claridad cómo la culpa genera un
síntoma de agorafobia. Ella ha sido
abusada por su padre en la adolescencia. A la angustia se ha sumado un goce
edípico por su victoria sobre la madre. Después de la situación de abuso, pasa
un período en que se dedica a hacer la
calle con hombres mayores. Pero finalmente abandona esa modalidad de goce, se
deslinda de todo aquello, y se casa con un hombre bueno. Mire por donde, genera
un síntoma agorafóbico, y no puede salir a la calle.
Un fragmento del Sem. XXIV de Lacan elucida el
problema de la culpa. Lacan dice que “de lo real somos más o menos culpables”. ¿Por
qué de lo real íbamos a ser culpables? Frente a lo real, de entrada lo que surge
es la angustia. Pero la angustia destituye al sujeto. Si el sujeto insiste en
responsabilizarse de aquello, si pretende restituirse como sujeto frente a lo
real, ¿qué va a surgir? Va a surgir en él la culpa. De lo que no puede metabolizar simbólicamente, el sujeto se hace
cargo con la culpa –eso nos parece entender que dice Lacan.
Hemos hecho un abordaje de la Shoah con estas
herramientas conceptuales. La culpa fue forcluida en el nazismo.Era del Otro,
del judío, el gitano, el subhombre al cual había que excluir, eliminar. Hemos
intentado distinguir entre la culpa real y la culpa semblantizada. Por un lado,
hubo una culpa semblantizada (imaginaria-simbólica), en los alemanes que
declararon que “no sabían” lo que estaba ocurriendo en los campos de
concentración. Era un semblante de culpa, ya que se escamotearon como sujetos. De
lo real se sentían “menos culpables”. Por otro lado, estaba la culpa real que
sentían los supervivientes del Holocausto. Muchos se suicidaron después de la
liberación. De lo real, los que volvieron de los campos se sentían “más
culpables”. Porque ellos no pudieron, no quisieron, obviar su implicación en
aquello. Y porque la Shoah causó la debacle de lo simbólico. La culpa real es la
culpa de la víctima.
¿Qué pasa con la culpa en la cura psicoanalítica? Un
análisis comienza con una rectificación subjetiva. En lugar de reprimir la
culpa y quedarse en el limbo de una supuesta inocencia, el sujeto tiene que
ocuparse de su propia implicación subjetiva en su propio malestar. Interrogar
la falta, preguntarse cómo ha colaborado en su propio malestar. Tiene que hacerse
cargo de la culpa, es decir, pasar de la culpa a la responsabilidad. Allí está
la dimensión trágica del análisis. Por eso un análisis es tan doloroso. Es más fácil reprimir la culpa y
castigarse, que hacerse cargo de la culpa, hacerla consciente, responsabilizarse
de ella.
En segundo lugar, el sujeto ha de deslindar su
culpa de la culpa del Otro. En la neurosis la culpa inconsciente es prestada,
dice Freud. Deriva de las faltas del padre. El sujeto pretende pagar deudas que
él no contrajo, pero que lo encadenan a un linaje. Pretende pagar las deudas
del padre, deudas del Otro, deudas de la estructura. Si queda en esta posición,
queda hipotecado para siempre. Responsabilizarse implica hacer el proceso al
padre. No cargar con sus faltas, con sus deudas. Soportar la inconsistencia del
padre ideal. Este es el saldo del fin del análisis. (Esto es lo que el Hombre
de las Ratas se muestra incapaz de hacer.) Si no se hace el proceso al padre,
el sujeto puede pasarse la vida cargando
sobre sí todas las culpas y deudas prestadas.
Sacrificándose para hacer del Otro un garante pleno. Responsabilizarse
es hacer el proceso al padre ideal, hacer el duelo por la caída de ese padre.
Confrontarse con ese Otro que no puede brindar garantías.
El problema de la responsabilidad es posicionarse no
solo ante falta del Uno sino también la falta del Otro. En definitiva, en la
cura lo que se hace es pasar de la culpa a la responsabilidad, primero asumir
la culpa, luego limitar la culpa.
La vergüenza
¿Qué
diferencia hay entre la vergüenza y la culpa? No hay duda de que son parecidos. Forman parte
de la misma serie. Pero la vergüenza es un afecto primario de la relación con
el Otro; la culpa es un afecto más complejo. La vergüenza es como el grado cero
de la moral. En la vergüenza, el Otro primordial ve; en la culpa, el Otro habla
y juzga. La vergüenza está en relación con el goce (toca lo más íntimo del
sujeto); en cambio la culpa está en relación con el deseo. En la vergüenza hay
un desfallecimiento del lado del yo-ideal; en la culpa, del lado del super-yo.
La vergüenza siempre tiene que ver con la falta en ser. Por eso los adolescentes parecen a veces abrumados por la vergüenza. La vergüenza tiene que ver
con la revelación de la falta en ser (más que con la falta en tener) bajo la
mirada de un gran Otro. Hay mortificación, herida narcisística. La vergüenza
afecta el sujeto en el sentimiento de existir
más íntimo. La vergüenza tiene poder de destitución subjetiva, poder de
melancolización del sujeto. El sujeto queda degradado, como un desecho ante la
mirada del Otro. La vergüenza tiene una dimensión fuertemente imaginaria.
El análisis invita
al sujeto a abandonar el pudor en el diván, exponer su intimidad. Al hacerlo el
sujeto desvela su castración, se confronta con la falta. En el análisis, hay una destitución subjetiva diferente ya que está
acompañada por la elaboración de un saber nuevo. Y aquí la vergüenza disminuye, al admitir finalmente el sujeto una
modalidad de goce propia. El
psicoanálisis aligera el peso de la vergüenza permitiendo asumir tanto la
falta en ser, como la modalidad propia de goce, reconocer detrás de la falta,
de la impotencia del sujeto, lo imposible.
La responsabilidad
Miller, en Cause
et consentement, pone de manifiesto una ambigüedad, una aparente
contradicción del discurso psicoanalítico. Por un lado, los analistas usan un
discurso determinista, hablan del sujeto-sujetado, efecto de la palabra, del
lenguaje, del Edipo, de la estructura, etc.; y, por otro lado, usan un discurso
de la responsabilidad, hablan de la buena o mala voluntad del analizando de sus
intenciones, decisiones, etc. Es decir, por un lado, parece que el sujeto es
efecto, está determinado, está en una posición como de objeto –“el sujeto de la
ciencia”. Por otro lado, parece que el
sujeto sí que tiene iniciativa, espontaneidad, margen de maniobra más allá de
sus determinaciones y servidumbres, sí que tiene responsabilidad. A este sujeto
Miller lo llama el “sujeto de la ética”.
El discurso psicoanalítico no hace más que oscilar entre los dos
enfoques, las dos perspectivas, los dos sujetos: entre el sujeto de la ciencia
y el sujeto de la ética. ¿Cómo pensar
los dos a la vez? ¿Cómo compatibilizarlos? Dice Miller : “los analistas pasamos de un lado a otro, muy muy deprisa, de tal
manera que nadie se da cuenta [de la contradicción], ni siquiera nosotros
mismos”.
¿Finalmente el
sujeto está determinado, o bien es libre y responsable? Miller dice que el
psicoanálisis es un existencialismo al revés: se trata, no de asumir mi
libertad, sino mi causalidad. No se trata de que el sujeto reconozca su libertad,
sino que reconozca su causalidad, que se disponga a investigar cómo ha sido
causado, cómo ha sido cómplice de su malestar. Asumir ese haber sido causado es el quid de la cuestión. Allí está la posición del sujeto.
Hay dos afirmaciones básicas respecto a la
responsabilidad: (1) La de Freud: “Allí donde era el ello, el yo debe advenir.”
Para Freud, el sujeto es responsable de ese “advenir”. (2) La de Lacan, que
mencionamos anteriormente: “De nuestra posición de sujetos somos siempre
responsables.” Como recalca Chemama, “el estatuto del inconsciente es ético, no
óntico”.
En definitiva
El psicoanálisis aspira a ampliar el campo de la ética
y el campo de la responsabilidad del sujeto. Navega contra corriente, contra el
eclipse y la erosión de la ética. El sujeto es
más ético de lo que se piensa. Hay más culpa, más vergüenza y más capacidad de
responsabilizarse de lo que creemos. El psicoanálisis no hace más que recoger ese
reto. Le da una “chance” al sujeto.
Freud dice en El
yo y el ello: “Si alguien sostuviera la paradoja de que el hombre normal no
es tan sólo mucho más inmoral de lo que él cree, sino [que es] también mucho
más moral de lo que supone el psicoanálisis, en cuyos descubrimientos se basa
la primera parte de tal afirmación, yo no tendría tampoco nada que objetar
contra su segunda mitad.” Freud agrega un pie de página y aclara más aún: “Este
principio es sólo aparentemente paradójico. En realidad, se limita a afirmar que,
tanto en el bien como en el mal, va la
naturaleza humana mucho más allá de lo que el individuo supone; esto es, de
lo que el yo conoce por la percepción consciente.” Es decir, el sujeto es mucho
más inmoral y mucho más moral de lo que pretende la sociedad actual.