Amor y deseo en Gide
MONTSERRAT GUARDIOLA
La sexuación depende del significante fálico, pero es necesaria también la posición del sujeto en relación con ese significante. Para Lacan, la identificación no agota el campo de la sexuación, asumir el propio sexo implica que uno puede hacerlo o no.
Iván Ruiz en su texto plantea la existencia de una sexualidad perversa que podemos encontrar en todos los sujetos con una referencia a J.A. Miller cuando éste habla de lo que viene al lugar de la inexistencia de la formula sexual fija.
Freud planteó que las fantasías que los perversos tienen de manera consciente coinciden con las fantasías inconscientes de los histéricos, lo que lo llevará a decir en su texto de 1.905: “La neurosis es, por así decir, el negativo de la perversión” “…en la vida anímica inconsciente de todos los neuróticos puede comprobarse una tendencia a la inversión y a la fijación de la libido sobre personas del mismo sexo”
Así también encontramos referencias en Colette Soler que habla de perversión generalizada para dar cuenta de la fórmula de Lacan “no hay proporción sexual” y diferenciar la estructura propiamente perversa de la disposición a la perversión no como una rara particularidad sino como algo que sería inherente a la constitución del sujeto.
Amor, deseo y goce se encuentran en Gide. Lacan en su
texto “la Juventud de Gide” nos sorprende por la poca dedicación a la elección
de objeto homosexual del escritor que queda en segundo plano. Todo su análisis
está centrado en el amor único de Gide, es decir, su elección de heterosexual.
Hubo una sola mujer verdaderamente amada. “Ese amor embalsamado a un objeto,
las cartas, unas cartas sin copia escritas a Madeleine y en las que Gide puso
su alma”.
André Gide nace en 1869 en el seno de una familia
burguesa y según todas las apariencias no puede ser más afortunado: unos padres
que le adoran, una posición económica muy desahogada y un ambiente de cultura
fuera de lo común, sobre todo gracias a su padre.
Los biógrafos dicen de Gide que era un niño de carácter
frágil, propenso a las crisis nerviosas y la muerte de su padre cuando tenía 11
años acentuó su inestabilidad. A la madre la describen como una mujer envarada,
de rasgos ingratos y de aspecto sorprendentemente hombruno que se casó tarde
por amor pero que no supo despertar los sentimientos amorosos del padre de
Gide. Poco antes de morir, escribió una carta a su hijo donde escribía: “tu
padre nunca me hizo ni la sombra de un cumplido, nunca hubo una palabra de
amor”. Una madre que no pudo anudar e deseo al amor. Una madre para quien
el amor se identificaba con los mandatos del deber.
Gide fue un niño amado, pero no deseado. Tenemos entonces
un amor separado del deseo y, por otro lado, identificado al deber. Para Lacan,
la disociación amor/deseo y esta identificación al deber tiene una
consecuencia: la negación del goce.
En uno de sus escritos Gide nos habla de la escisión
amor-deseo: “El amor, es cosa del alma. El deseo, es cosa de los sentidos”.
En su vida, encontramos también esta escisión el amor y la virtud del lado de
su madre, mujer estricta en la educación del joven Gide, y por otra el deseo de
su tía quien lo seduce de adolescente, y que el mismo Gide describe en su libro
la Puerta estrecha. Una puerta hacia el otro sexo, verdaderamente estrecha.
Ese encuentro de seducción con su tía será vivido por él
como la primera vez en posición de niño deseado. Ese encuentro con la madre del
deseo, lo salva de quedar petrificado en el dolor de la existencia.
Podemos encontrar dos madres en él: la del amor y la del
deseo.
Lacan refiriéndose al padre dice que no es un padre
ausente, en absoluto, pero la pregunta clínica que debemos plantearnos no es
quién está ausente o presente, sino la de saber en qué lugar de la pareja se
sitúa la autoridad. Parece que en la pareja Gide, la presencia del padre, por
tierno que fuera, no tiene nada que ver con lo que funciona de manera
operatoria. Así que la pregunta que lanza Lacan es: ¿qué fue para ese niño, en
particular, su madre? Una madre que no pudo anudar el deseo al amor ¿qué acceso
a la mujer ha permitido esta madre a ese sujeto? Lacan da una respuesta sin
equívocos: le permitió el acceso a una sola mujer.
¿Qué lugar ocupan las cartas de Gide en su estructura
perversa? Lacan utiliza por una única vez la palabra fetiche para referirse a
las famosas cartas de amor del escritor.
Pierre Bruno en su texto sobre perversión explicita: “para
Freud el paradigma de la perversión es el fetichismo. En el fetichismo, la
castración de la madre no está reprimida, sino que es el objeto de una desmentida.
Para Lacan, el paradigma de la perversión es el masoquismo: máxima del goce que
puede dar lo real.”
Tanto para Freud como para Lacan, la perversión es una
estructura, es decir, marca una relación específica del sujeto con el Otro y
con el goce.
Con la desmentida, el perverso organiza su goce como si
fuera posible lograr que la madre (la mujer) alcance el goce. Lacan: un hombre
sólo se encuentra con la mujer cayendo en la perversión.
Colette Soler en su libro sobre perversión habla de la
madre y el lugar que ocupa: “la madre es el blanco de las pulsiones
parciales del pequeño polimorfo perverso, pues es del lado de la madre que se
buscan los objetos pulsionales, al principio en el juego entre madre y niño.
Por eso, Lacan puede hablar de lo que llama el servicio sexual de la madre, que
funciona en los dos sentidos: la madre puede utilizar su niño como un objeto
pene, un objeto sustituto del pene, es decir un objeto erótico, pero también el
niño va a buscar los objetos pulsionales del lado de la madre.
Es de su lado que descubrir el agujero de goce, la
significación de una falta de goce tiene efectos de revelación”
El impacto proviene del hecho que la falta de órgano se
vuelve sinónimo de falta de goce del lado de la potencia materna, y esto Lacan
lo llama abismo, y todo el problema es ver, en cada caso, cómo el sujeto
respondió”.
Gide fue la desmentida viviente del lugar común según el
cual no se puede tenerlo todo. Conoció el amor con su mujer, las alegrías de la
paternidad con otra, el placer con los muchachos. “Es tremendo, querida
amiga: nunca me ha faltado nada en la vida”, exclamó en cierta oportunidad.
En referencia a su escritura, Gide mismo no se
consideraba un gran novelista, de hecho, denominaba relatos a sus escritos.
Podemos hablar de un estilo singular como una solución a su síntoma. Las piezas
del conjunto de sus escritos tienen, en su mayoría, el carácter de una
narración egológica continua. La creación literaria recoge episodios de su vida
y los formaliza.
La paradoja, dice Miller, es que, desde el punto de
vista sexual Gide era un anormal, mientras que su estilo funcionó, en el siglo,
como modelo ideal de la lengua francesa.
Tanto es así que, al parecer, sus últimas palabras fueron
una muestra de puntillosidad expresiva expresada a Jean Delay: “tengo miedo de
que mis frases se vuelvan gramaticalmente incorrectas. Siempre el mismo miedo a
perder su lenguaje, sus palabras, su sintaxis, preocupación eminentemente
respetable de viejo obrero de las letras que nota cómo le abandona la herramienta
que él ha forjado pacientemente y que le ha hecho ser lo que es”.
Para terminar un
telegrama que recibió Mauriac pocos días después de la muerte de Gide:
“No hay infierno. Puedes pecar a destajo. Díselo a
Claudel. André Gide”
Bibliografía
S. Freud: Tres ensayos para
una teoría sexual.
S. Freud: “Fetichismo”.
A. Gide: El inmoralista.
A. Gide: La puerta estrecha.
A. Gide: Si la semilla no muere.
J. Lacan: “Juventud de Gide o
la letra y el deseo”. Escritos 2.
J.-A. Miller: “Acerca del Gide
de Lacan”.
I. Ruiz: “Del amor y del deseo
en la perversión de Gide”.
C. Soler: “¿A qué se llama perversión?”