LÊDA GUIMARÃES
“No se apasione.
La máscara de la femineidad contemporánea”
Reseña de AGNÈS WEHR
Lêda Guimarães nos acerca a la forma actual de la histeria y de la
máscara de la femineidad. Propone cómo entenderla desde el psicoanálisis; desde
el goce femenino y la omnipresencia del superyó. Sugiere pasar de la pregunta de Lacan “qué es
una mujer” a “hacerse una mujer” ante el enigma de la femineidad. Finalmente
hace una propuesta para que funcionen les relaciones amorosas.
La máscara actual de la femineidad tiene un lema: “¡no se apasione!”,
renuncie a la pasión para ser una mujer ideal (autónoma, independiente… hasta
más potente que el hombre). Pero en este ideal está actuando el superyó exigente y feroz.
La propuesta que formula Guimarães será: "salir de la tragedia de lo
imposible de la relación entre mujer y hombre” y entrar en “la comedia
divertida de caer en la cuenta de que hay relación sexual".
***
El conocimiento sobre la subjetividad y la estructura no es una verdad
universal y debe replantearse en función de cada época. Actualmente está
ocurriendo con la femineidad que se da por verdad universal una proposición , la
versión feminista, que es el producto actual de la neurosis histérica. El
riesgo de avalar este goce para el psicoanálisis seria su propia muerte.
La perspectiva actual de la
histeria
Freud enunció: “Las mujeres representan los intereses de la familia y
de la vida sexual. El trabajo de civilización se volvió cada vez más un asunto
masculino, confrontando a los hombres con tareas cada vez más difíciles y
obligándoles a ejecutar sublimaciones pulsionales de las cuales las mujeres son
poco capaces”.
Guimarães dice que Freud tiene razón pero es impreciso. Las mujeres son
capaces y lo han demostrado con grandes conquistas en diferentes campos. La
cuestión es que: aún habiendo conseguido satisfacción con estas conquistas,
siguen centralizando la función de excepción de la feminidad en el amor. Este
es el punto en que Freud tiene razón.
En la relación amorosa hay dos vertientes paradójicas entre las cuales Guimarães apunta a la acción del superyó.
El sueño del Ideal
inalcanzable de “La
mujer”, única , especial
entre todas ante
el deseo masculino.
|
La caída de este sueño, que
se traduce
por el goce superyoico del
estrago relativo al sentimiento de exclusión.
|
¿Cómo es la máscara de la
femineidad contemporánea?
Porqué la máscara? Porque no hay respuesta en lo simbólico a la pregunta
“Qué es una mujer?”. El goce femenino que no se encuadra medidas fálicas no se
puede aprehender. Entonces lo propio de la máscara es que funcione como
semblante para la femineidad. Este semblante tiene por objeto, en la relación
amorosa, conseguir ser el falo, es decir
ser el significante del deseo del Otro. De
este modo la máscara lleva lo femenino al campo de la significación fálica y ,
apunta Guimarâes, lo aparta de la función de extimidad, donde se localiza el
horizonte de la femineidad.
La máscara actual es fálica, es multifacética, multifálica, de una
súper-súper mujer, que incluso muchas veces pretende ser más potente que el
hombre. La profesional realizada, La politizada-culta-intelectual, La
administradora del hogar, La madre psicopedagogizada, La gimnasta diet, La
amante liberada…
Pero la amante apasionada? Fue excomulgada de la lista…
Del lado de las relaciones amorosas, esta máscara que pretendía poder
ser el falo, el significante del deseo del Otro, se ha convertido en una
multiplicación de falos, o sea una multiplicación de símbolos de castración,
que como la cabeza de Medusa hace huir al hombre.
Pero también hace surgir a un nuevo hombre, el que no desiste de la
adorable lucha entre los sexos. El hombre posmoderno, metro-sexual, que intenta
feminizarse y formula la demanda de amor utilizando los adornos estéticos
propuestos por las histéricas contemporáneas, para convertirse en su nuevo
juguete. Y la relación se mueve en torno a “discutir la relación”, discusión
inacabable en que se cuestiona todo lo mal que actúa el hombre, lo cual tiene
por objetivo castrar al compañero con la navaja afilada del feminismo.
A pesar del discurso feminista y de la nueva posición de las mujeres para
con los hombres, ellas no se libran de la condición de la pasión en la histeria,
que es erotomaníaca (ilusión delirante de ser amada). La pasión acelera el goce
erotomaníaco que se convierte en un imperativo de goce fuera de control del
sujeto . Imperativo que está fuera de control por una infiltración de la cara
mortífera del superyó. El goce erotomaníaco adquiere estatuto de demanda
incondicional de amor, porque el amor es el velo que recubre el goce mientras
está inhibido o latente.
El superyó
Los obsesivos creen en la ley, en la regla universal para todos. Las
histéricas creen más en el juez: proyectan imaginariamente en el compañero
(medio precioso de goce) la figura obscena y feroz del superyó. Desde la
expresión más absoluta -“los hombres son todos unos monstruos”- a su
manifestación más leve -"¿qué va a pensar de mí si pienso en privilegiar mis
propios deseos?"-.
Esta proyección sobre el compañero fomenta defensas que son las del
discurso feminista, con el objetivo de castrar a cualquiera que se asemeje a
esta imagen del superyó.
Para el psicoanalista, se trata de no encarnar la figura obscena del
superyó para la histérica, de “reducir
la potencia del Otro”.
El hombre se presenta como ya castrado, destituido de cualquier
potencia fálica, cultivando la declinación de lo viril para preservar el amor
en relación con la mujer multifálica.
El superyó, la paradoja
El feminismo no libra a las mujeres del estatuto del superyó en la
histeria. Sino al contrario. “No se apasione” es renunciar al goce pulsional
para que el Ideal de Mujer superpotente pueda ser mantenido. Renunciar a la
pulsión a favor de un Ideal. Esta defensa ante la pulsión es proporcional al
peligro que supone la pasión. Peligro de que la invasión de goce femenino haga
imperar el impulso de entregarse a un hombre sin límite. El imperativo “No se
enamore” muestra la presencia del imperativo “Enamórese, muera de pasión”. Así
pues, la proposición “La pasión es una
patología” es una proposición histérica. Si se avala desde el psicoanálisis, se
estará avalando la lógica infernal de la paradoja del superyó, y se lleva el
psicoanálisis a la muerte.
Guimarães entonces afirma
que la patología devastadora no es la pasión, es la patología del superyó. El
goce exigido por el superyó es esencialmente mortífero.
¿Cuál es la salida para la
sexualidad femenina?
No es suficiente decir que es una salida singular, única para cada
mujer. ¿Cómo transformar el goce mortífero en goce vivificante? ¿Cómo libertar
la pasión del yugo mortífero del superyó? Operación que remite al final de
análisis en la histeria. Salida que no es respondiendo a “que es una mujer”
sino “hacerse mujer”.
Hacerse mujer
Disyunción que sustenta dos posiciones de goce radicalmente diferentes
en relación a la femineidad.
Hacerse
mujer
|
Preguntarse
qué es una mujer
|
Por
la vía de la pasión
|
Lógica
fálica
Juicio
de valor sobre el objeto del deseo masculino
(pasiva,
castrada..)
|
Consentimiento
al
impulso
pulsional
vivificante
|
La
significación fálica es mortificante sólo si responde
a una economía de goce
|
La clínica psicoanalítica es pues
una clínica del superyó
La entrada en análisis será instituida como una anticipación a la
salida. El acto analítico deberá producir un salto en el que el sujeto tome
distancia de su posición de objeto sujetado al imperativo de goce superyoico, y
se pueda ubicar en una posición de sujeto del deseo. Entonces la fuerza
compulsiva de un imperativo devastador deja el lugar a un deseo de hacerse
objeto causa del deseo masculino. “Sólo así, el juego erótico de los semblantes
masculino y femenino podrá salir de la tragedia para la comedia divertida de
caer en la cuenta que hay relación sexual.”
* * *
Síntesis de la sesión de trabajo
¡No se apasione!
En la
actualidad nos encontramos con un fenómeno curioso,
que es la desvalorización del amor. La lucha feminista por los derechos de la
mujer ha traído consigo cierta dificultad en relación al amor. Para evitar los
fenómenos de estrago manifiestos en que caen muchas mujeres en las relaciones
de pareja[1],
el feminismo ha creído necesario poner en tela de juicio la pasión amorosa y tiende
a proponer un modelo de feminidad que prescinda del "amor romántico", la pasión amorosa. Las
mujeres tienden, en general, a la erotomanía; el feminismo se lo quiere prohibir. El
feminismo se sitúa, en general, en la lógica fálica. Sostiene un discurso
universalista; reivindica satisfacciones que valen para todas. No contempla la
función de excepción que es precisamente lo específico de la feminidad. Hay un imperativo
que circula en la actualidad, que dice a las mujeres algo así como: “¡no te
enamores!”, “¡no te apasiones!”, “evita las trampas del amor”. Podemos
imaginarnos cuál acaba siendo su revés, qué es lo que el superyó leerá en él: un “¡muere
de amor!”, un imperativo mortífero. Donde estaba la prohibición de enamorarse,
aparece el imperio de la pasión sin límites.
Amor y superyó
Las mujeres, a
pesar de las exhortaciones del feminismo, parecen aún centrarse en las
relaciones amorosas, localizar en ellas su goce. En las mujeres el superyó
parece ejercer su ferocidad precisamente en el campo del amor. O bien aparece
en el campo del amor el ideal de ser La
mujer, la única, la especial, la inigualable, ideal ciertamente aplastante; o
bien aparece directamente el estrago: en nombre del amor la mujer consiente una
relación oblativa con la pareja. En cambio en los hombres el superyó no ejerce,
en general, su ferocidad en el campo del amor; parece más bien localizarse en los ideales sociales,
respecto a los cuales el neurótico obsesivo adopta una posición de
mortificación, anulación de su deseo, rutina obsesiva[2].
La superwoman medusa y el
hombre feminizado
En la
actualidad, circula un nuevo ideal de feminidad. Es el ideal de la superwoman, multifacética, autónoma,
independiente, profesional realizada, politizada, culta, intelectual,
proveedora económica del hogar, madre especializada en saberes psi, gimnasta diet, guapa, saludable, contable de
calorías y nutrientes, amante liberada, “especializada en fórmulas de
inclusión del orgasmo clitoridiano en el acto sexual”, etc.
Pero de la lista de las características
de la superwoman se excluye la
de mujer enamorada, la de amante apasionada. El resultado de la acumulación de tantas
virtudes, tantas potencias, es que la superwoman
finalmente aparece como una figura hiperfálica, una especie de Medusa. La
multiplicación del falo es en sí un símbolo de la castración[3].
La superwoman petrifica a los hombres
como la Medusa de la mitología. Ella no se da cuenta y se lamenta más bien diciendo:
“ya no quedan hombres”... Mientras, ¿cuál es la posición de los hombres?
Ante la furia de las superwomen, muchos
hombres declinan de lo viril; tienden a feminizarse. Se presentan como
castrados, destituidos de cualquier potencia fálica. Lo hacen, porque es su modo de apelar al amor. Así que la pareja paradigmática de la
época es la de la mujer medusa y el hombre feminizado.
Ya
conocemos la estrategia histérica típica de erigir un amo, para castrarlo
después. Las tácticas son infinitas. Algunas mujeres acuden al desafío
feminista; otras se encallan en una demanda incondicional de amor: ámame, ámame
más y más y más y más… Otras se colocan en el lugar de la víctima y ven en los
hombres a unos monstruos. Se trata de una proyección imaginaria paranoica:
proyectan en el semblante del hombre la figura obscena y feroz de su propio superyó.
Etc., etc., etc.
La posición femenina
Las neurosis
tienen, en general, la estructura de una pregunta. La neurosis obsesiva se
estructura en torno a la pregunta “¿ser o
no ser?”. El sujeto obsesivo gira en torno a las preguntas: “¿qué es estar vivo?”, “¿estoy vivo o
muerto?”, “¿estoy muerto en vida?”, etc. Hay una especie de “cadaverización
en el interior de la armadura obsesiva”[4].
La histeria, en cambio, se asienta sobre la pregunta “¿qué es ser una mujer?” y sus corolarios: “¿qué soy en el fondo: un hombre o una mujer?”, “¿soy realmente una
mujer?”, etc. No hay respuesta a
esta pregunta en el campo simbólico, que es el campo de la lógica fálica. La
feminidad no está inscrita en el inconsciente. Sólo está inscrito el falo y la
feminidad no puede aparecer más que como falta, como alteridad. Pero ella no
puede de entrada asumirse a sí misma en un lugar de alteridad. Se constituye en
la mismidad, dentro de la lógica fálica. Ella también aspira a las
realizaciones fálicas. Entonces ella solo podrá adoptar una posición femenina, solo
accederá al goce femenino, haciéndose Otra para sí misma, mediante la mediación
del hombre. Por tanto, la feminidad no puede ser más que una mascarada, un
disfraz, un semblante que ella erija, ¿para qué? Para hacerse causa del deseo
de un hombre, para satisfacer justamente sus propias pulsiones de fines pasivos
(ser poseída), en definitiva, para dejarse invadir por el goce femenino. Ella,
en lugar de pretender tener el falo, tiene
que hacer como que es el falo y que carece fehacientemente de él, para
causar el deseo del hombre. Ser mujer no es más que desear hacerse objeto causa
del deseo masculino, consentir al impulso pulsional de fines pasivos.
¿Cómo? La solución es singular. En todo caso, la posición femenina ofrece una
ventaja importante: a ella le costará bastante menos que al hombre ir más allá
del falo.
O bien preguntarse, o bien hacerse una mujer
En definitiva no se trata de atascarse histéricamente en el preguntar(se) indefinidamente qué es ser
mujer, sino hacerse una mujer. Entiéndase,
la feminidad pasa por un acto –y todo acto comporta un
atravesamiento, implica una mutación subjetiva, tiene algo de inesperado,
imprevisible, indescifrable[5]–.
La pregunta “qué es ser mujer”, repetida una y otra vez, no puede más que llevar
a una respuesta que difame la feminidad (lo simbólico no da para más) y acabe
identificando lo femenino con lo castrado, pasivo, golpeado, degrado, excluido,
etc.
Alín Salom
[1]
No hay límite al sacrificio, a las concesiones que una mujer puede hacer por un
hombre, de su alma, de su cuerpo, de sus bienes, dice Lacan. Voici el estrago.
[2]
El ejemplo más claro es el del
Hombre de las ratas, Ernst Lanzer, que acabó muriendo en la Primera Guerra
Mundial.
[3] S. FREUD, “La cabeza de Medusa” (1922), O. C., Madrid, Biblioteca Nueva, 1981,
vol. III, p. 3697.
[4]
JACQUES-ALAIN MILLER, citado por LÊDA GUIMARÃES, Goces de la mujer, Petrópolis, KBR,
2014, p. 28.
[5] JACQUES-ALAIN MILLER: “Jacques
Lacan: observaciones sobre su concepto de pasaje al acto”.