Dedicó el primer batiente de su
conferencia a Freud. Expuso el planteamiento freudiano respecto a la diferencia
sexual en los años 1920-1930: hay en el niño un primer momento de
indiferenciación; un segundo momento de observación de la diferencia en
términos de “hay o no hay falo”; un tercer momento de defensa o desmentido de
la falta; un cuarto momento de caída de la defensa y constatación de la
castración de la madre y un quinto momento de desenlace: el niño acepta la
castración y sale del Edipo; en cambio la niña acepta la castración y entra en
el Edipo. Voilà el planteamiento
freudiano.
Myriam Chang señaló que el Edipo no
es, entonces, un tiempo cronológico, sino un tiempo lógico, jalonado por el
instante de ver, el tiempo para comprender y el momento de concluir. No
obstante, la conclusión deriva de “una insondable decisión del ser”, donde queda elegido una modalidad de defensa concreta: ya sea la
represión, ya sea la denegación, ya sea la forclusión. Así es como se definirá
no solo la estructura clínica del sujeto, sino también su “ser para el sexo”.
Lo que importa entonces, más que el
complejo de Edipo, es el complejo de castración. Y más que la castración del
sujeto, lo que entra en juego es la castración materna, la cual pone en juego
la mujer que hay en la madre. Myriam Chang hizo allí un paréntesis lacaniano:
el niño está muy interesado en la relación entre sus padres; se ha de
confrontar con la “no relación sexual”; pero estas figuras enmascaran el
misterio de su unión o de su desunión.
Volvimos tras este paréntesis a Freud. En la querella
del falo Freud sostiene la primacía del falo, pero reduciéndola a tener o no tener el falo. La niña le parece igual de orientada que el niño
por el significante del falo y pasa, como él, por la castración. La diferencia
es que para ella castración no es una amenaza sino un hecho consumado. Surge
entonces en la mujer la envidia del pene, la cual desemboca en tres
consecuencias: (1) un sentimiento de inferioridad, o sea, una herida narcisista
contra la cual la mujer probablemente se va a revolver; (2) celos, que suelen
desempeñar un papel importante en la vida anímica de la mujer; y (3) un
estrago, un desasimiento de la madre.
Según Freud, ante esta coyuntura tres posibilidades se
abren ante la niña: (1) una renuncia a la sexualidad en general; (2) un
complejo de masculinidad que puede eventualmente concretarse en homosexualidad; o bien (3) una orientación hacia el padre y hacia la maternidad, acompañada de una posición
masoquista en relación con los hombres. Todo ello forma una constelación que se
yergue ante Freud como un “continente negro”.
Myriam Chang dedicó el segundo
batiente de su conferencia a la disensión surgida respecto a este planteamiento de
Freud. Surge en el interior mismo del movimiento psicoanalítico una
reivindicación feminista, una puesta en tela de juicio de la posición
freudiana. Algunas psicoanalistas denuncian la injusticia que resulta de hacer
de la falta fálica el núcleo del ser femenino. Karen Horney atribuye el penisneid a un factor meramente cultural;
Josephine Müller da primacía a la vagina, insiste en que hay una investidura de
la vagina, prefálica, preclitoridiana; Melanie Klein invierte la tesis
freudiana afirmando que hay una posición femenina primaria no solo en la niña
sino también en el niño, debida a la receptividad de la primera relación con el
seno, la cual estructura todas las relaciones objetales futuras, tanto del niño
como de la niña. Klein rechaza la primacía del falo, que queda como un objeto
pulsional más, entre otros. Del otro lado, Jeanne Lampl de Groot, Helen Deutsch y Joan Rivière
hasta cierto punto apoyan la visión freudiana, es decir, el papel predominante
del clítoris y la tesis de la ignorancia de la vagina en la niña.
El tercer batiente de la
conferencia fue dedicada al desenredo de la querella del falo por Lacan. En
primer lugar, Lacan aclara que el falo es el significante lógico (no un mero
elemento anatómico) de la diferencia sexual. En segundo lugar, Lacan señala que
no solo se puede tener o no tener el
falo (lado masculino), sino que se puede ser
el falo (lado femenino). En tercer lugar, Lacan ubica lo femenino al final de
su enseñanza del lado de un no-todo fálico, un goce imposible de regular y que
hace a la mujer Otra para sí misma. Un
goce en más, que divide tanto a hombres como a mujeres, dijo Myriam Chang. La
mediación fálica no drena lo que puede manifestarse de pulsional en las
mujeres.
En Lacan, dijo Myriam Chang, ¡para una mujer la relación con la castración no es lo esencial! Éste es el peine que desenreda la querella del falo. Ella tiene acceso a un goce que se sitúa más allá: un goce de fuera de lo simbólico, que surge del vacío que deja la forclusión del significante de la mujer.
En Lacan, dijo Myriam Chang, ¡para una mujer la relación con la castración no es lo esencial! Éste es el peine que desenreda la querella del falo. Ella tiene acceso a un goce que se sitúa más allá: un goce de fuera de lo simbólico, que surge del vacío que deja la forclusión del significante de la mujer.
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Myriam Chang trajo a colación el
testimonio de pase de Hélène Bonnaud, mortificada por el relato de una madre que
contaba que gritaba de dolor cuando le daba el pecho a su hija a causa de un
absceso.
Chang recogió también la reflexión de François Ansermet en torno a la compleja nebulosa de la maternidad. Ansermet distingue entre deseos que suelen ser confundidos: el deseo de estar embarazada, el deseo de llegar a ser madre, el deseo de tener un niño. No son lo mismo. ¿Todos esos deseos responden a una decisión? ¿Un deseo? ¿Una voluntad? ¿Ella tiene un niño con un hombre? ¿Con otra mujer? ¿Con una tecnología? ¿Con ella misma? ¿Por qué devenir madre? ¿Cuál es la causa de este deseo? Hay allí una constelación de enigmas. Myriam Chang señaló que el ejemplo más extremo del enigma del amor materno es, como lo menciona Éric Laurent, el filicidio.
Chang recogió también la reflexión de François Ansermet en torno a la compleja nebulosa de la maternidad. Ansermet distingue entre deseos que suelen ser confundidos: el deseo de estar embarazada, el deseo de llegar a ser madre, el deseo de tener un niño. No son lo mismo. ¿Todos esos deseos responden a una decisión? ¿Un deseo? ¿Una voluntad? ¿Ella tiene un niño con un hombre? ¿Con otra mujer? ¿Con una tecnología? ¿Con ella misma? ¿Por qué devenir madre? ¿Cuál es la causa de este deseo? Hay allí una constelación de enigmas. Myriam Chang señaló que el ejemplo más extremo del enigma del amor materno es, como lo menciona Éric Laurent, el filicidio.
Myriam Chang presentó un hermoso
texto de Rosa Montero donde la escritora explica cómo una generación de mujeres
en España, entre las cuales ella misma se ubica, vivió bajo el influjo de
madres que soportaron la pesada carga del patriarcado, asistieron a un
movimiento de emancipación femenina de la cual no pudieron participar y
educaron a sus hijas “soplando en sus oídos un susurro poderoso de protesta:
“No te cases, no tengas hijos, sé libre, por mí”. “Haz todo lo que yo no pude
hacer”, susurraron esas madres. Es así como Rosa Montero y muchas mujeres de su
generación se abstuvieron de tener hijos.
Myriam Chang recogió también las
“Dos notas sobre la feminidad” de Rose-Paule Vinciguerra, donde el estrago
madre-hija pasa unas veces por las vías de una complicidad de tipo conyugal, otras
veces por las de una fascinación horrorizada de la madre frente a la falta
fálica de la hija.
Myriam Chang nos habló de la
escritora Natalia Ginzburg que señala el pozo de melancolía donde las mujeres
tienen la mala costumbre de caer. Pueden hablar de sus hijos y mucho, pero de
este pozo no pueden decir nada. Pueden intentar nombrarlo diciendo: nariz fea,
boca fea, piernas feas, aburrimiento, hijos sí, hijos no... A lo cual podríamos
añadir: no tengo nada que ponerme, nada me queda bien, etc., etc., etc. Dice Lacan: “ella está entre centro y ausencia”,
o sea, en el centro de la función fálica y en la ausencia de centro de sí
misma, nos explicó Myriam Chang. Siente un goce del que no dice nada, donde se
experimenta como Otra para sí misma, donde permanece en la ignorancia y necesariamente
en la soledad. Contrasta en ella ese estar más allá de la castración, “como pez
en el agua”, con el estrago que padece en relación a la madre. ¡Ravage, ruina, daño, asolamiento!:
relación tormentosa con la madre que aparece en muchos casos. ¡Poderosa ligazón
preedípica, para decirlo en términos freudianos, que ata la hija a la madre, a
pesar de que la considera como agente primordial de castración, a pesar de que
le reprocha no haberla amado lo suficiente. Ella demanda a la madre más
substancia. Mas la feminidad es imposible
de compartir. Y para Lacan, nos explicó Myriam Chang, lo que da fuerza y
magnitud al estrago es precisamente ese “Otro goce”.
Myriam Chang terminó su conferencia
señalando que el estrago es lo más difícil para el final de análisis, para una
mujer. Dependerá de ella el “refutarse, inconsistirse, indemostrarse, indecidirse”,
dice Lacan en el “Atolondradicho”. En definitiva, tolerar la inconsistencia de
la feminidad.
Myriam Chang tejió con delicadeza en
su conferencia referencias analíticas con viñetas clínicas y referencias
literarias. No solo impartió esta magnífica conferencia, sino que tuvo la
amabilidad de compartir con nosotros sus notas, seguidas por una bibliografía
extensa y precisa, que se prolonga en una serie de obras literarias en torno al
tema del estrago madre-hija –bibliografía que ponemos inmediatamente a disposición del Grupo y el lector–. Estamos infinitamente agradecidos a Myriam Chang.
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