Introducción
En las últimas sesiones hemos primero
explorado el malestar en el cuerpo en las neurosis, la histeria y la obsesión,
a través de un texto de Araceli Fuentes, “El cuerpo en la histeria y la
obsesión”. Luego leímos una serie de textos: uno sobre el fenómeno psicosomático (de
Araceli Fuentes), otro sobre la fibromialgia (de Santiago
Castellanos) y finalmente uno sobre la anorexia (de Domenico
Cosenza). El proyecto era ir del malestar en el cuerpo en las neurosis al
malestar en el cuerpo en las psicosis. Pero nos hemos encontrado con toda esa
serie de fenómenos transestructurales –los fenómenos psicosomáticos, la
fibromialgia, la anorexia, etc.– que están en todas las estructuras clínicas.
En definitiva, la clínica se revela cada vez más como transestructural; y Lacan
se orienta cada vez más, más allá de la estructura, hacia lo singular: “la
diferencia absoluta”.[1]
En fin, finalmente hoy llegamos a este
texto de “La invención psicótica” de Jacques-Alain Miller[2], para hablar de qué pasa con el cuerpo en las psicosis, tema que ya hemos tocado a inicios de curso, con el capítulo X del Seminario 23 y el Retrato de James Joyce.
Ahora bien, este texto de Miller va más allá del problema del malestar en el cuerpo. Habla también del malestar en el lenguaje y el malestar en el lazo con el Otro. Entiendo que ésos son los 3 bordillos –lenguaje, cuerpo, Otro– contra los que choca el sujeto, un poco como una bola de billar. Tal vez este texto de Miller no era el mejor texto para tratar el problema del cuerpo en las psicosis, pero me pareció un texto particularmente claro.
Ahora bien, este texto de Miller va más allá del problema del malestar en el cuerpo. Habla también del malestar en el lenguaje y el malestar en el lazo con el Otro. Entiendo que ésos son los 3 bordillos –lenguaje, cuerpo, Otro– contra los que choca el sujeto, un poco como una bola de billar. Tal vez este texto de Miller no era el mejor texto para tratar el problema del cuerpo en las psicosis, pero me pareció un texto particularmente claro.
Jacques-Alain MILLER: “La invención psicótica”
Es una conferencia que da Miller en 1999,
en París. ¿Qué dice Miller en esta conferencia? (Tendré que repetir muchas
cosas que ya hemos dicho este año.) Hablaré fundamentalmente de tres cosas:
-
el malestar en el cuerpo,
- el malestar en el lenguaje,
-
las invenciones en las psicosis.
1. El malestar en el cuerpo
¿Por qué hay malestar en el cuerpo? Miller remite el malestar en el cuerpo al lenguaje. En el momento en
que el ser es atravesado por el lenguaje, en el momento en que se convierte en
un sujeto de lo simbólico, o sea en un “je”, el lazo con el cuerpo se
problematiza. Él no es su cuerpo, lo tiene; y como
lo tiene, pues lo tiene mal. No es lo mismo tener algo
que ser algo. Lo que uno tiene, ya lo tiene
perdido. Para tener el cuerpo, el sujeto se tiene que atar a
él, dice Miller, y mantener esta atadura.
Así que el malestar en el cuerpo es
transestructural; porque tiene su origen en el mero hecho de habitar el
lenguaje; y el lenguaje, lo habitamos todos, en todas las estructuras clínicas.
¿Cómo hacer para “tener” (mantener
atado) el cuerpo? Miller dice en este texto que el
sujeto neurótico se ata al cuerpo mediante “el discurso establecido”.[3] En eso consiste “la educación”. La educación nos dice qué hay que
hacer y qué no hay que hacer con el cuerpo (cómo cuidar de él, limpiarlo,
nutrirlo, ejercitarlo, adornarlo, moverlo), cómo hacer un buen uso del cuerpo.
Pero el sujeto esquizofrénico no dispone del “discurso establecido”. No le
sirve. (Hay que ver por qué.) Se queda solo ante el problema. Tiene que
inventar algo para atarse su cuerpo.
Esquizofrenia/Paranoia. Miller dice que si queremos hablar del malestar en el cuerpo en la
psicosis, tenemos que ir a la esquizofrenia –y no a la paranoia–. En
la paranoia el cuerpo no da tanto problema; el problema que prevalece es la
relación con el Otro. En cambio, en la esquizofrenia, el malestar en el cuerpo
es central.
¿Cómo es el malestar en el cuerpo en la
esquizofrenia? Así lo describe Miller: en el sujeto
esquizofrénico la función de cada uno de sus órganos se problematiza. El
cuerpo queda “enigmatizado”. El esquizofrénico tiene el sentimiento de
estar fuera de su cuerpo. Entonces en cierto sentido y hasta cierto punto,
todos somos esquizofrénicos… Todos estamos locos –como dice Miller y nos
ilustró el año pasado Marta Serra–. Los sujetos neuróticos adoptan soluciones
“típicas”; a los esquizofrénicos las soluciones típicas no les funcionan,
tienen que “inventar”.
Recursos para atarse el cuerpo. Se pueden utilizar todo tipo de recursos: anillos, cintas, vendas,
ataduras diversas. Hoy en día, tatuajes. Yo me preguntaba mientras preparaba
esta exposición: ¿Por qué hay tanta obsesión con la ropa en los seres humanos,
especialmente en la actualidad? Entiendo que, en cierto sentido la ropa, los
adornos, los peinados, etc. son formas de atarse el cuerpo, de mantenerlo
ligado. Falicizarlo es la solución de los neuróticos -entiendo.
Cuerpo / órganos. El cuerpo no es el conjunto de órganos. Cuando decimos –lo hemos
repetido hasta la saciedad este año– que hay que distinguir entre cuerpo y
organismo, lo que queremos decir es que, de entrada, el cuerpo en tanto que
imaginario no tiene órganos. Cuando uno descubre que tiene un órgano, es porque
molesta, duele o está sobreexcitado. Entonces aparece como fuera del cuerpo.
¡El pene es un órgano! Hace lo que le da la gana, “obra a su antojo”, dice
Miller en esta conferencia. Es una molestia: ¡así no hay quien tenga un cuerpo!
Por eso han inventado la viagra: para someter el pene al yo-amo. El método
tradicional que utilizan algunas religiones para reintegrar el pene es la
circuncisión. Es un “recurso simbólico” que utilizan el judaísmo y el Islam.
Miller cita a Lacan que dice que el sujeto
“está reducido a encontrar que su cuerpo no es sin órganos”. ¿Qué quiere decir
esta frase? De entrada, el sujeto ignora los órganos; o sea, tiene un
cuerpo compacto. Tarde o temprano se ve “reducido”, obligado –¡qué
remedio!– a enfrentarse con el hecho de que sí tiene órganos,
que el cuerpo no es tan compacto. Se ve “reducido”, o sea, "obligado"
y "disminuido".
El sujeto neurótico de entrada sólo
tiene un órgano-fuera-de-cuerpo: sólo lidia con el pene. Y lo
eleva al estatuto de falo. ¡En cambio, el sujeto esquizofrénico se encuentra
con varios de esos órganos fuera-de-cuerpo! Tiene que hacer una “invención”
para reintegrar estos órganos. (Creo que en la enfermedad física también hay
una especie de crisis para el sujeto neurótico, cuando se enfrenta con órganos
fuera del cuerpo. A menudo recurre desesperadamente a un saber científico de
pacotilla via Wikipedia, en sustitución de un delirio cabal,
para dar sentido a esos órganos fuera-del-cuerpo. A menudo la transferencia con
los médicos queda tocada. No solo hay una esquizofrenización por el cuerpo que
se desmonta, sino también una paranoización, de puesta en duda del saber médico.)
Invenciones. El sujeto tiene que inventar recursos para atarse el cuerpo. Lo que
Miller llama “invenciones” son como “suplencias”, en definitiva, formas de
anudamiento de los tres registros.
2. El malestar en el lenguaje
El lenguaje como órgano. Luego Miller dice algo raro en este texto: dice que el lenguaje también
es una especie de órgano. Nos viene de fuera y no acabamos de hacerlo propio.
Ex-siste, de “ex”, prefijo que significa “fuera”. Lo tenemos como “injertado”.
Algunos sujetos se apropian del lenguaje, consiguen hacer de él un buen órgano,
una buena herramienta (ésta es la etimología de la palabra “órgano”; significa
en griego “herramienta”); otros lo padecen, tienen un injerto disfuncional. [Es
decir, entiendo que hay una versión básica del sujeto, anterior al je simbólico,
que es un je imaginario, el del estadio del espejo, al cual
queda injertado el lenguaje.]
Malestar, dolor en el lenguaje. Hay malestar en el cuerpo, pero también hay malestar en el lenguaje, dice
Miller. Y cita a algunos pacientes psicóticos que le dicen:
- “Me han
cortado la palabra, no puedo hablar” –como si se tratara de la
mutilación de un órgano–.
- “Las
palabras no me representan”.
- “Estoy
obligado a escribir. Es el deber del idiota”.
A todos nos pasa hasta cierto punto que no
conseguimos hablar, no podemos hablar, o por lo menos hablar bien, decir lo que
queremos, representarnos mediante la palabra. El lenguaje es un órgano
injertado que no es fácil de utilizar.
Efecto del lenguaje sobre el cuerpo. ¿Qué efecto tiene el lenguaje sobre el cuerpo?
Dice Miller: El lenguaje hace migrar la
libido en el cuerpo; lo desaloja de unos lugares y lo concentra en otras: crea
las zonas erógenas. Incluso hace migrar la libido a otro cuerpo, bajo la forma
del objeto a (el Otro tiene este a que a mí
me falta y que yo deseo).
o El lenguaje enigmatiza el cuerpo; enfrenta al sujeto con órganos rebeldes,
partes del cuerpo donde palpita el goce, dice Miller.
El goce palpita en el cuerpo, de manera
inefable. El lenguaje produce un menos de goce en el cuerpo,
al cual mortifica al significantizar. Es verdad que hay, por otro lado,
un más de goce específico que produce la lengua (el placer del
blablablá, de la poesía, el sufrimiento que producen determinados dichos).
Pero, de entrada, respecto al cuerpo, el lenguaje produce un menos de goce, una
pérdida de goce e inevitablemente su concentración en zonas. Yo lo entiendo
así: entiendo que el silencio de los órganos no es solamente el resultado de la
salud física, sino que es el resultado de la salud psíquica; es producto de la
significantización. Cuando el sujeto habita el lenguaje, si no tiene una
enfermedad física, no oye casi su cuerpo, salvo en momentos de sexo,
libidinización aguda. Este silencio dura lo que dura; es necesariamente finito:
tarde o temprano aparece una enfermedad. Pero hay un punto de sordera respecto
al cuerpo, a las sensaciones que nos vienen de él, las cuales permanecen
amortiguadas, al convertirnos en seres simbólicos que habitan el lenguaje. Hay
un apaciguamiento de la vida corporal, sensitiva por un lado, una
erogeneización de determinadas zonas, eso en la vertiente positiva; una
enigmatización del cuerpo, en la vertiente negativa.
o El lenguaje socava, en general, el vínculo con el cuerpo. Lo
significantiza, lo vuelve problemático; hace que uno se tenga que preguntar qué
hacer con él… Uno pierde el instinto, digamos, por culpa del lenguaje (o
gracias a él -según se mire-).
Traumatismo de lalengua. En definitiva, el lenguaje provoca el traumatismo básico del sujeto. Un
recién nacido aterriza en un lugar donde ¡hablan! Y hablan una lengua
extranjera, que uno nunca acaba de entender del todo ni le es fácil de manejar
bien.
Miller cita el Seminario 3
de Lacan sobre Las psicosis:
“El sujeto psicótico está en una relación
directa al lenguaje en su aspecto formal de significante puro. Todo lo que ha
construido allí no es más que reacciones de afecto al fenómeno
primero, la relación al lenguaje.”
Entiendo que el psicótico tiene una
relación más traumática con el lenguaje. Está más separado del lenguaje. Está
menos empapado de lenguaje que el neurótico. El lenguaje es, para él, más
exterior, más pura estructura formal y lógica (“de significante puro”). El
neurótico no está “en una relación directa al lenguaje en su aspecto formal de
significante puro”… porque, para él los significantes van pegados a los
significados. El neurótico está en una relación indirecta al
lenguaje, mediado por el discurso. Junto con el “aspecto formal de significante puro”,
a él le viene todo el pack de significados del discurso, de
semblantes, imágenes, afectos, etc.
Así que, al psicótico, ese traumatismo de
lalengua, esta exterioridad, le obliga a construir, entiéndase a “inventar”,
dice Miller: inventar una relación al lenguaje, inventar un vínculo con el
cuerpo, inventar un lazo con el Otro, inventar un Otro, etc. Me parece entender
que el sujeto psicótico se ve obligado a inventar un sentido a todo, hacer una
donación de sentido brutal. En cambio al neurótico el sentido le viene ya dado,
preparado, le parece obvio; él no tiene que inventar nada, está empapado de discurso.
(Evidentemente todo eso es relativo, demasiado esquemático. Porque hay momentos
de enigmatización para todos. Hay una forclusión generalizada de la relación
sexual, la muerte, etc. para todos.)
3. Invenciones
Así pues, el traumatismo de la lengua
obliga al sujeto psicótico a la invención. Invenciones de lazo social, de lazo
con el cuerpo, de identidad, de modalidad de goce, de vínculos diversos. A
partir de allí Miller, en esta conferencia, habla de invenciones diversas:
- invenciones
en la paranoia,
-
no invención en la melancolía,
-
invenciones en la psicosis ordinaria.
Además, Miller hace muchas referencias a
la escritura como invención en esta conferencia.
Invenciones en la paranoia. Miller dice que no hay problema con el cuerpo en la paranoia; los problemas
se plantean en relación con el Otro. El sujeto paranoico tiene que inventar, no
formas de atarse el cuerpo, sino formas de lazo con el Otro. Y da el ejemplo de
ROUSSEAU, que era un gran paranoico. Rousseau inventó nuevas modalidades de
lazo social. Escribió El contrato social, La nueva Heloísa,
las Ensoñaciones de un paseante solitario… Cada una de estas
obras es una invención de un tipo de lazo social:
- En El
contrato social. Rousseau inventa un nuevo tipo de lazo social
inédito –la democracia– (cuando el lazo social dominante era la
monarquía y la sociedad de castas) e inventa un nuevo gran Otro.
- En La
nueva Heloísa, Rousseau trabaja en una peculiar versión del
vínculo amoroso, una versión del ménage à trois. Ese relato
lacrimógeno tuvo un impacto cultural importante en su época.
- En
las Ensoñaciones de un paseante solitario, hacia el
final de su vida, Rousseau propone un lazo flojo con el Otro. Mejor cierta
soledad y pasearse por el bosque… Rousseau inventa un contacto bucólico
con la naturaleza, que lo apacigua[4] del tormento, de la
angustia que le crean los lazos sociales, los Otros malignos.
Invenciones en la melancolía. Luego Miller dice, en esta conferencia, que en la melancolía no hay
invención; por eso está deprimido justamente el melancólico. Sin embargo, más
adelante, en el debate que está al final de la conferencia, Miller dice que “en
las psicosis maníaco-depresivas, sí que hay también grandes inventores, grandes
creadores”.
¡Claro que sí! Me he acordado del filósofo
EMILE CIORAN. Este gran nihilista del siglo XX era un melancólico ordinario. Su
obra más importante se titula: Del inconveniente de haber nacido.
Fíjense en otros títulos suyos: Sobre las cimas de la desesperación, Silogismos
de la amargura, Breviario de podredumbre, Manual de antiayuda,
etc. Cioran defiende en su obra el suicidio. Escribe en El mal
demiurgo (un gran Otro malvado, más claro imposible) :
“El instinto de conservación –pura
cabezonería y nada más– debe ser combatido y sus estragos
denunciados. Esto se logrará tanto mejor cuando se rehabilite el
suicidio, cuando se subraye su excelencia y cuando se le haga alegre y
accesible a todos. Acto nada negativo, el suicidio es, por el
contrario, el que rescata, el que transfigura todos los actos cometidos antes
de él. [...]
Por el más inexplicable de los
malentendidos, la existencia ha sido declarada sagrada; no solamente no lo es,
sino que no vale más que en la medida en que se trabaja para deshacerse de
ella. Es, en el mejor de los casos, un accidente –un
accidente que poco a poco se convierte en fatalidad–.
Si este mundo emanase de un dios
honorable, suicidarse sería una audacia, una provocación sin
nombre. Pero como hay todos los motivos para pensar que se trata de
la obra de un infra-dios, no ve uno por qué tendría que preocuparse. ¿Con
quién tener miramientos? […]
Para no atormentarse más, hay que dejarse
arrastrar a un profundo desinterés, dejar de estar intrigado por este mundo o
por el otro, caer en el nada-me-importa de los muertos.
¿Cómo mirar a un vivo sin imaginarlo
cadáver, cómo contemplar a un cadáver sin ponerse en su lugar? Ser supera
el entendimiento, ser da miedo.”
Cioran era de origen rumano. La
Segunda Guerra Mundial lo pilló en París haciendo su tesis doctoral (sobre
Bergson). El régimen comunista prohibió en Rumanía sus libros y lo
declaró persona non grata. Entonces Cioran se quedó a vivir en
París. Vivió muy pobremente. Rechazó todos los premios literarios que le
ofrecieron, salvo uno en 1949. Murió paradójicamente en su cama a la provecta
edad de 84 años (murió en 1995). Así que hizo con su filosofía una suplencia
excelente, ¡pedazo de invención! [5]. No hay duda de que una teoría filosófica puede ser una "invención", una suplencia, un delirio exitoso si permite habitar el lazo social. (Ya lo decía Freud en Tótem y Tabú: una histeria es una obra de arte deformada, una neurosis obsesiva es una religión deformada y un delirio es un sistema filosófico deformado.)
Invenciones en las psicosis ordinarias. Miller dice aquí que los psicóticos ordinarios hacen pequeñas
invenciones, ponen pequeños puntos de capitón, como, por ejemplo, identificaciones,
que forman suplencias y anudan. No como los psicóticos extraordinarios que
hacen grandes invenciones, grandes delirios (o se quedan catatónicos, supongo,
desconectados de su cuerpo y del Otro, no sé si del lenguaje). Miller da dos
ejemplos de invenciones en las psicosis ordinarias:
- El transexualismo: el
sujeto dice que es una mujer cuando físicamente es un hombre o viceversa.
Hace una invención de identificación. De entrada no parece un punto de
capitón pequeño, como dice Miller; es algo
aparatoso –nunca mejor dicho, la cosa va de aparatos–. Pero sí
lo es, en el sentido de que no hay invención de algo nuevo, sino coger
algo del otro.
- La
escritura: Miller recurre a Finnegans Wake.
JOYCE inventa un uso alucinante del lenguaje. Lo convierte en un aparato
de goce, sin ninguna función de comunicación y, a pesar de ello, consigue
hacer con él lazo social.
Por cierto, he descubierto que
Joyce –al que dedicamos una sesión del taller de lectura– dedica cada
capítulo del Ulises, no sólo a un canto de la Odisea que
relata las aventuras de Ulises, como es de esperar, sino a un órgano. ¡Qué
increíble!, ¿verdad? Los riñones, el capítulo dedicado a “Calipso”; el
corazón, el “Hades”; los pulmones, “Eolo”; el esófago, “Lestrigones”; el
cerebro, “Escila y Caribdis”; la sangre, “Rocas errantes”; el oído,
“Sirenas”; los músculos, “El cíclope”; los ojos y la nariz, “Nausicaa”; el
útero, “Los bueyes del sol”; el aparato locomotor, “Circe”; los nervios,
“Eumeo”; el esqueleto, “Ítaca”; y la carne hiperestésica, “Penélope”. Etc.
¡Wow!
Proliferación de las invenciones en la
actualidad. Miller dice que hay mucha invención hoy
en día, porque estamos en “la época del Otro que no existe”. En la época del
Otro que sí existía, el que inventaba era el Otro. El sentido venía prêt-à-porter del
Otro. En la religión. En la moral establecida –cuando había una sola–. El
pensamiento único daba menos trabajo. En cambio, ahora, no queda más remedio
que hacer bricolajes diversos, “instrumentalizar el lenguaje”. Hoy en día, la
gente se ocupa mucho de su cuerpo y escribe mucho. Se inventa y reinventa a sí
mismo y a sus vínculos todo el rato. Fíjense en los instagrams, facebooks,
nobi-narismos sexuales, etc.
La escritura. Escribir es una invención, un modo de anudar RSI. No es fácil, pero
sirve. Miller dice que escribir conduce a asumir la propia singularidad, a ser,
etimológicamente hablando, un idiota. La palabra idiota proviene del
griego ιδιωτης (idiotes); se refiere al ensimismado, a aquel que no se ocupa de
los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados –lo cual les
parecía una estupidez a los griegos que valoraban enormemente la vida social–.
La raíz idio- significa "propio". (Por eso se habla
de los “idiotismos” de una lengua, de sus particularidades, que son lo más
difícil de aprender cuando uno viene desde otra lengua.) Escribir,
dice Miller, es hacer un viaje al país del idiotismo, a la zona de lo más
propio, lo más particular de un sujeto.
Agrego (de fuera de la conferencia de
Miller) que, no obstante, no hay que atribuir automáticamente un poder curativo
a la escritura. Me ha llamado mucho la atención lo que dice Éric Laurent
en Estabilizaciones en las psicosis: escribir no es garantía de
suplencia. Si la escritura no promueve el lazo social, supongo.
“Pensar que un psicótico se cura
escribiendo es insuficiente. Los hospitales psiquiátricos están llenos de
escritos psicóticos, pero la función del analista no es interpretar esos
escritos, sino permitir al sujeto mantenerse en el orden de la palabra,
apoyándose para ello en dicha escritura, la cual es siempre del orden del S1 que
se repite. Nuestra tentativa, por ende, no es la de mantenernos en el orden de
la letra sino en el del significante”. [6]
En definitiva, en la dialéctica entre (a) lenguaje, (b) cuerpo y (c) Otro se juega la
constitución del sujeto hablante. Está muy dicho, pero creo que vale la pena
repetirlo.
Invención versus estereotipia. Cuando no hay invención, ¿qué pasa?
Hay estereotipia, dice Miller. Algunas veces, el sujeto psicótico se queda
bloqueado sobre el traumatismo de la lengua; no inventa nada. Allí, Miller dice
que hay una “experiencia atroz de fuga de sentido”. Y eso me ha impactado y me
hecho pensar en La
náusea de SARTRE donde el
personaje principal se enfrenta justamente con una experiencia atroz de fuga de
sentido, una experiencia enormemente angustiosa. La náusea sartreana es una de las
declinaciones de la angustia.
Alín
Salom
[1]VANDERVEKEN, YVES: “Bajo transferencia”.
http://www.nel-amp.org/Novedades /Textos/La-NEL-Hacia-el-Congreso/Papers-N7-El-ultimisimo-Lacan-con-las-psicosis-hoy.pdf
[2] MILLER, JACQUES-ALAIN, “La invención psicótica”, Cuadernos de
Psicoanálisis. Revista del Instituto del Campo Freudiano en España, nº 30.
También en Virtualia on-line.
[3] En Lacan declina la noción de estructura; aparece la noción de
discurso. Las preguntas clínicas psicosis/neurosis hallan inscripción allí.
[4] Hay un episodio bastante loco en el segundo paseo de
Rousseau. Tiene un accidente. Pierde durante unos
minutos la conciencia de su identidad. Tiene un episodio de despersonalización.
Esta experiencia resulta ser clave. Dice que estos momentos de errancia fueron
los más bellos momentos de su vida. Le sugieren que el hombre sería más feliz
en el estado de naturaleza porque se siente en la mayor proximidad posible a la
naturaleza original del hombre.
[5] Más datos sobre Cioran. En su juventud Cioran fue xenófobo y
antisemita. Luego borró de las traducciones al francés de sus primeras obras
los comentarios antisemitas y llegó a ser amigo de Primo Levi y de Paul Celan. Fue
en general un misántropo. Escribe en su último libro: “Respiraríamos mejor si
un buen día nos dijeran que la casi totalidad de nuestros semejantes se ha
volatilizado por arte de magia”. Era insomníaco. Duda entre ahogarse en el Sena o
la música. Voilà algunas afirmaciones suyas: “¿Por qué no me suicido? Porque la muerte me da tanto asco como la
vida” "La escritura es el último refugio de las almas ulceradas por lo real". “Sueño con una lengua, cuyas palabras, como puñetazos, romperían las
mandíbulas”, dice en El mal demiurgo. Para aprender bien el francés
y coger estilo, copia páginas enteras de moralistas franceses del siglo XVII y
XVIII. Su pesimismo va muy a contracorriente en la época del entusiasmo
comunista en Francia. Odia la sociedad de masas, vilipendia la fe en el
progreso y la ingenuidad impenitente. Desprecia el optimismo. La historia, para
él, no es más que un “desfile grotesco de noticias de crímenes y catástrofes”,
una auténtica pesadilla. Es un misántropo total: “En la escala de las
criaturas, solo el hombre inspira un asco sostenido. La repugnancia que hace
nacer un animal no es más que pasajero”. A pesar de su misantropía, Cioran hace
vida social, se cuela en cócteles, se muestra cáustico: va a la cosecha de anécdotas sobre la estupidez humana. Tiene
un buen encuentro, una pareja: una profesora de inglés, Simone Boué, con la
cual compartirá toda su vida y que abnegadamente lo mantiene. Porque Cioran se
niega a ejercer una actividad profesional -por supuesto-. Etc.
[6] LAURENT, ÉRIC: Estabilizaciones en las psicosis, Buenos
Aires: Manantial, 1989, pp. 30-31.