Recojamos lo que dice José María Álvarez, en su artículo “Sobre las
formas normalizadas de locura”, en el último número de Freudiana, para reiniciar nuestro trabajo con la psicosis
ordinaria:
"Pocas conmociones tan intensas se recuerdan en nuestro
pequeño mundo como la suscitada por la psicosis ordinaria. Aunque Jacques-Alain
Miller, su promotor, la introdujera prudentemente como un programa de
investigación, dicha noción fue acogida con un ardor inusual. Dos décadas
después, aquellos ecos no han dejado de resonar y da la impresión de que la
onda sigue en expansión. Al hilo de la última enseñanza de Lacan, Miller animó
a investigar los casos, cada vez más numerosos, que no se amoldan a la bipartición
neurosis versus psicosis. Si al
principio el diagnóstico de psicosis ordinaria se aplicaba a sujetos
inclasificables según la división tradicional, en pocos años su uso se
generalizó de tal manera que, a decir de muchos colegas, mientras no se demuestre
lo contrario, todos somos psicóticos ordinarios"1.
Primero retomaré unos cuantos casos y, en segundo lugar, despejaré las
herramientas conceptuales básicas, necesarias para pensar estos casos de
psicosis ordinaria.
Casos
Varios casos jalonan la parte de la conversación clínica de Antibes,
dedicada a los fenómenos corporales y psicosomáticos. Expondré muy brevemente
dos casos femeninos –Sylvie y Murielle– de la sección
clínica de Burdeos, y cuatro casos
masculinos –el hombre de los cien mil cabellos, el hombre de los
pulgares que crujen, Víctor el erguido y el Profesor de gimnasia (el inventor
del método)– de las secciones clínicas de
Nantes y Rennes.
1. Sylvie es una joven que
se hace cortes en la cara y los antebrazos con hojas de afeitar. Desde los 15 años. Ha hecho intentos de suicidio y
ha sido hospitalizada. No tiene nada que decir sobre las escarificaciones. No
sabe por qué lo hace. No tiene palabras para explicarlo, ni se historiza. De
hecho Sylvie no soporta el menor uso de la palabra, la menor significación. Se
declara incapaz de hablar, de pensar, de reflexionar. Se siente perseguida ante
la menor observación. ¿Por qué se corta? Porque los cortes le producen cierto
alivio de la angustia. Además, le permiten mirarse y soportar la mirada del
Otro: ¡tiene cuerpo! Desde el primer tiempo de la cura establece una
transferencia erotomaníaca. Declara su amor, luego su odio al analista. Sin
embargo, no falta nunca a una sesión en 10 años. Remarquemos: la transferencia
erotomaníaca es signo inequívoco de psicosis. En el primer tiempo de la cura, Sylvie
se dedica a escribir cartas a su analista. No las escribe de cualquier modo;
hay una escenografía: se siente en un
bar donde hay un gran espejo, enciende un cigarrillo y escribe. Luego
lleva la carta al buzón; tiene dificultad para tirar la carta, pero cuando
finalmente la tira, siente un gran alivio. La cesión de la carta es, en el
fondo, una cesión de goce. Por eso hay sedación de la angustia y Silvie deja de
hacerse cortes. La carta lleva un marco: el destinatario (el Otro) y su propio
nombre. Silvie declara su necesidad de los espejos. “Si me los quitaran, tendría una crisis de
espejos”, dice. Los cartas anudan escritura, pensamiento e imagen especular. En
el segundo tiempo de la cura, Sylvie se dedica a escribir un diario. Lo trae a
la sesión y hace una lectura declamatoria. Sigue sin “hablar” propiamente en la
cura. La escritura le evita asumir tomar la palabra, calificado en el texto
como un “puro riesgo sin fondo”. La “invención” de Sylvie es esta escritura
ante el espejo.
Respecto a la invención de Sylvie, conviene tomar en cuenta que no es
la escritura en sí lo que resulta curativo. Es todo el dispositivo de escribir
ante el espejo y enviar lo escrito al analista o declamarlo en la sesión. Lo
señala ÉRIC LAURENT en Estabilizaciones en las psicosis :
“Pensar que un psicótico
se cura escribiendo es insuficiente. Los hospitales psiquiátricos están llenos
de escritos psicóticos, pero la función del analista no es interpretar esos
escritos, sino permitir al sujeto
mantenerse en el orden de la palabra, apoyándose para ello en dicha
escritura, la cual es siempre del orden del S1 que se repite.
Nuestra tentativa, por ende, no es la de mantenernos en el orden de la letra
sino en el del significante”3.
2. Murielle, una joven de 20
años, va a urgencias con un dolor terrible en muñecas y tobillos, y también con
eritrodemia (inflamación de la piel, enrojecimiento y descamación). Se siente
muy mal, se queja mucho, hasta pide una silla de ruedas. El chequeo orgánico da
un resultado negativo. ¿Se trata de una histeria? No. Más bien de una
hipocondría. Murielle está totalmente pegada a su sufrimiento. Resulta difícil
llevarla a decir algunas palabras sobre lo que puede haber desencadenado el
episodio. Cuando habla, se interrumpe para proferir quejas y gritos de dolor.
Dos desencadenantes se perfilan en el origen de este episodio. Ha suspendido
un examen de turismo (tiene un ideal: ser azafata), por un lado; y, lo que es
más importante es que el padre ha sido hospitalizado y debe padecer una
intervención quirúrgica. Murielle este conmovida por el estado de su padre: “Me
chocó. Parecía mucho más viejo y sufrí mucho”, dice. Cada vez que le hacen una
pregunta sobre su padre, se retuerce de dolor. Ella misma acaba notando la
correlación. Hay en ella una identificación especular masiva al padre. No hay Edipo,
sino una identificación in-mediata, no dialectizada con el padre, un pegoteo identificatorio. (En la histeria
hubiera habido una identificación también, pero mucho más mediada,
dialectizada.) Su cuerpo sufre en espejo
con el cuerpo del Otro. De hecho es hospitalizada el día del cumpleaños de su
padre.
Murielle tiene, ha tenido una escoliosis. De los 11 hasta los 18 años ha
dormido con un corsé de yeso: dos caparazones unidos. Era el padre quien se los
colocaba cada noche y le ataba los lazos. Solo los miembros quedaban libres. El
padre le hacía un cuerpo. El cuerpo de
Murielle se sostenía en la prótesis del corsé de yeso. Cuando se lo quitaron, al
cabo de tres meses, aparecieron delirios de persecución: “Ya no me sentía
sostenida”, dice. Creía que la rechazaban, la vigilaban y que era víctima de
injusticias. Se cree, desde su infancia,
el blanco del Otro (“me rechazan”, “me vigilan”, “soy víctima de injusticias”,
etc.) y, en particular, de la mirada. El goce pasa del cuerpo encorsetado a la
interpretación de la mirada del Otro y de allí a la hipocondría.
3. El caso siguiente es el
de “El hombre de los cien mil cabellos”,
un hombre que pierde pelo a manojos poco después de irse a vivir con la mujer a
la que ama. Parece un sujeto bien orientado respecto a su deseo: ha abandonado
su trabajo de ingeniero bien remunerado, pero que no lo satisfacía, y se ha
convertido en un músico bohemio. Tras un período de ansiedad y abatimiento
decide que se está quedando calvo por culpa de esa mujer. La deja y deja de
perder pelo. Vuelve con ella, vuelve a perder pelo. Dice: “pierdo pelo cuando
dejo de ser yo mismo”, en definitiva, cuando hace algo que no es conforme a su
deseo. Construye un delirio: el pelo muerto tarda tres a cuatro meses en caerse.
Cada pelo tiene un músculo erector. Cuando todos estos músculos se contraen,
los pelos se yerguen. Cuando eso ocurre, él siente un gran escalofrío. Y pierde
pelo por la excitación prolongada de esos músculos. Allí está el abismo de la
significación fálica (Φ0), recubierto por la multiplicación de pequeños
falos.
4. El hombre de los pulgares
que crujen. M. se niega un día a
mantener relaciones sexuales con su pareja, alegando un dolor en la rodilla.
Ella muestra decepción; él le arrea un puñetazo en la espalda. Al día siguiente
aparece el síntoma: ¡le crujen los pulgares. Le crujen, cuando corta carne, enciende
un cigarrillo, se suena la nariz, se toca la bragueta, cuando escribe, cuando firma,
etc., etc. Tiene la sensación intolerable de que el pulgar se le va a caer en
el vacío. Entonces se pone a llenar páginas enteras con firmas, enciende una y
otra vez encendedores hasta vaciarlos de gas. De vez en cuando llama al
analista y le pregunta: “¿Es psíquico? ¡Uy, uy, uy!” Y el analista siempre le
responde lo mismo: “Totalmente”. Y así va tirando el hombre, a lo largo de 18
años, con llamadas telefónicas y sesiones intermitentes. No tiene apenas
asociaciones, ni sueños, ni lapsus, ni delirio, ni trastornos del lenguaje.
¡Nada!
5. Víctor, el erguido, es
un adolescente de 19 años que camina, a partir de la pubertad, muy erguido y
con un paso robótico, sin despegar los pies del suelo. Se aísla, tiene crisis
de violencia en que rompe los objetos de su habitación, se queja de que se
burlan de él en el colegio, se niega a ir al colegio, etc., etc. Tiene mucha
hostilidad contra el padre.
Un día el padre pierde el trabajo. Se queda en casa, se desencadena:
intenta prohibir a la familia que salga de casa durante el día. Queda de
manifiesto que se trata de un paranoico. Víctor dice: “La persecución es la
enfermedad de la familia”. En la cura
acaba explicando el misterio de su forma de caminar: “Yo caminaba así, porque
tenía miedo de que me tratasen de maricón. Cuando camino pienso en esto todo el
rato.” ¡A partir de allí abandona el paso robótico y camina normalmente! Detrás
de este andar, había el empuje a la mujer. Su mejoría tiene que ver también con
la posibilidad y capacidad de destituir al padre de su autoridad.
6. El último caso es el de
un profesor de gimnasia de 48 años, “el
inventor del método”. Ha estado en muchas terapias, la última con un
junguiano. Está perfectamente integrado en el tejido social. Se queja de
dolores articulares que describe con precisión. Inventa un método para tratar
el dolor: una secuencia de movimientos que realiza durante una o dos horas y
que le traen sosiego. Acude a un psicoanalista freudiano, porque se ve
molestado por sueños. Se trata de pesadillas, de exhibición homosexual… Una vez
más, el empuje a la mujer.
Conceptos fundamentales que emergen en la conversación clínica en torno a estos casos
El cuerpo
El sujeto está esencialmente enajenado respecto al cuerpo. El cuerpo
es el lugar del Otro. En el momento en que el lenguaje se introduce en el
organismo, emerge un “sujeto” que ya no “es”, no puede “ser” el cuerpo; a lo
sumo puede “tener” un cuerpo.4 No es fácil tampoco tener ese cuerpo,
ser uno con el cuerpo. El psicótico está amenazado de regresión tópica al
estadio del espejo, que es no sólo “estadio”, sino “estado” del espejo. Es decir,
el cuerpo amenaza con fragmentarse, estallar. Los órganos irrumpen y hace falta
realizar esfuerzos ingentes para localizar el goce. Los dolores, los fenómenos
del cuerpo, incluso los delirios son esfuerzos
de localización del goce. Allí están también los espejos, las imágenes y
toda la proliferación de lo imaginario5.
Fenómenos corporales y estructuras
clínicas
Jacques-Alain Miller establece, en la conversación, una especie de
tipología y correlaciona los fenómenos corporales con las estructuras clínicas6.
Para el neurótico hay un discurso
que le dice qué hacer con su cuerpo. Solo que a veces irrumpe el
“pensamiento-deseo” o “el pensamiento-demanda” que genera un dolor, una
localización del goce dolorosa, que de entrada puede parecer incomprensible,
pero en el fondo está marcado por el significante. En la histeria
la conversión está al servicio del deseo o de la defensa contra el deseo. En la
neurosis obsesiva, el fenómeno
corporal está al servicio de la demanda o del rechazo de la demanda.
En la esquizofrenia ordinaria
uno topa con localizaciones realmente extrañas del goce. Basta con que el
sujeto encuentre un uso, una función, a órganos que amenazan con fragmentarse o
acumulan dolor. En la paranoia ordinaria,
en cambio, no basta con un “uso”; el sujeto tiene que movilizar un auténtico delirio
para integrar esta parte estallada en el cuerpo. La invención psicótica permite
fabricar una especie de significación fálica delirante. En el psicótico el
esfuerzo es de “invención”; en cambio, en el neurótico es meramente de
“confección”. En la hipocondría ordinaria hay un fracaso en la localización del goce: Φ0.
En cambio, en la dismorfofobia ordinaria,
el sujeto localiza el goce, pero hay un deslizamiento incesante, por la forclusión
de la función paterna: P0. No hay límite a la dismorfía. En la catatonia, falta en bloque el
anudamiento corporal; el sujeto pierde el cuerpo. Aquí ya no cabe el
calificativo de “ordinaira”.
Fui a ver el artículo “Concepto psicoanalítico de las perturbaciones
psicógenas de la visión” de Freud, mencionado en la conversación. Efectivamente
explica muy claramente el fenómeno de conversión7:
“Volvamos ahora a
nuestro problema especial. Los instintos sexuales y los del yo tienen a su
disposición los mismos órganos y sistemas orgánicos. El placer sexual no se
enlaza exclusivamente con la función de los genitales. La boca sirve para besar
tanto como para comer o para la expresión verbal, y los ojos no perciben tan
sólo las modificaciones del mundo exterior importantes para la conservación de la vida, sino también
aquellas cualidades de los objetos que los elevan a la categoría de objetos de
la elección erótica, o sea sus ‘encantos’. [¡Cuánto pudor, qué delicadeza!]
Ahora bien: es muy difícil servir bien simultáneamente a dos señores. Cuanta más estrecha relación adquiere uno de
estos órganos de doble función con uno de los grandes instintos, más se rehúsa
al otro. […] El yo pierde su imperio
sobre el órgano, el cual se pone por entero a la disposición del instinto
sexual reprimido.”
La localización del goce se hace sobre una zona por “intensificación
de la función erótica” (traducción de Ballesteros de Übertriebung). El fenómeno corporal se inscribe, pues, en la
neurosis, en el registro de la significación fálica.
La significación fálica
Un concepto fundamental para entender lo que ocurre con el cuerpo en
la psicosis (ordinaria o extraordinaria) es
la ausencia de significación fálica. ¿Qué es la significación fálica? Es
allí donde el falo es el significante amo del goce; el falo es el que rige los
intercambios con el otro sexual. La significación fálica es obra de un
inconsciente falocéntrico, donde la feminidad, en cuanto que tal, no está
inscrita; la diferencia sexual se establece a través de la disyuntiva de tener
o no tener el falo. Luego el falo se convierte en la metáfora del objeto de
deseo. Y aparece la posibilidad de ser el falo, aunque no se lo tenga. La
significación fálica es solidaria de la castración simbólica.
En la psicosis, la castración está forcluida. Entonces retorna en lo
real. De allí las mutilaciones en la psicosis, reales e imaginarias, y el
empuje a la mujer. El neurótico sólo lidia con un órgano fuera del cuerpo –que parece tener vida propia y hace lo
que le da la gana, no lo que el yo decide. El esquizofrénico con muchos. Es
como si todo el cuerpo estuviera fuera y fuera incontrolable. En la
esquizofrenia los órganos toman vida; tienen su propia vida. De hecho el ritual
de la circuncisión que practican algunas religiones es la tentativa de
reintegrar el órgano-fuera-del-cuerpo, estableciendo de paso una alianza con el
Gran Otro.
La regresión tópica al
estadio/estado del espejo
Otro concepto fundamental para entender lo que ocurre en las psicosis ordinarias y extraordinarias es el concepto de "estadio del espejo", porque hay un retorno masivo a ese estadio del espejo, en la psicosis. ¿Qué es el estadio del espejo? El infante experimenta su cuerpo como fragmentado y carece de
coordinación. No obstante, su sistema visual está relativamente avanzado y se
reconoce en el espejo antes de haber alcanzado el control de sus movimientos
corporales. El sujeto se identifica con esta imagen, formando así el “je”, es
decir, asume esta imagen (jubilosamente), más aún, se aliena en esta imagen. El
estadio del espejo es mucho más que un momento de la vida del infante; es representativo de una estructura permanente de la
subjetividad, es decir, está presente tanto en la psicosis como en la neurosis. Es el paradigma del orden imaginario, en el cual el sujeto es
permanentemente captado y cautivado por su propia imagen. Y cuando establece
una relación dual con el otro semejante, experimenta una tensión agresiva: la
completud de la imagen del otro parece amenazar el propio cuerpo de desintegración
y fragmentación. En la psicosis hay un violento regreso al "estadio" del espejo, que se convierte en un "estado" del espejo y hay una proliferación llamativa de lo
imaginario.
Traigo como ejemplo a Camille Claudel, hermana del dramaturgo Paul
Claudel del cual habla Lacan para dar las claves de la tragedia moderna. Ella
es una escultora dotada de un talento excepcional. Esculpe ella misma, a golpe
de cincel y martillo, en materiales durísimos. Se convierte en discípulo,
obrera, modelo y amante de Rodin, el cual sin embargo se niega a abandonar por
ella a su vieja mujer, Rose. Ella tolera la situación durante años, trabaja en
el taller de Rodin, se queda embarazada posiblemente varias veces, aborta. Finalmente abandona a Rodin, intenta salir
adelante por sus propios medios. No consigue vender, se alcoholiza y acaba
desarrollando una paranoia extraordinaria, estructurada alrededor del delirio
de que Rodin la vigila y le roba sus bocetos. En el pegoteo identificatorio,
ella ya no puede distinguir entre sus obras y las de él. Acaba en un asilo,
donde por mucho que le ofrecen la posibilidad de volver a esculpir, se niega en
redondo. Permanece en él cerca de treinta años en la más absoluta esterilidad
creativa, tras haber creado una obra extraordinaria que puede vislumbrarse en parte en el Museo Rodin de París.
La última obra que esculpe Camille Claudel es un Perseo y la gorgona, un
clásico de la escultura. Según la mitología, la gorgona Medusa podía convertir a los hombres en piedra, si la miraban a los ojos. Perseo consigue, sin embargo, decapitarla con su espada, mediante un estratagema. Utiliza un escudo como espejo, para evitar mirarla a los ojos. En todas las esculturas, Perseo suele tener una espada en una mano, la cabeza de la gorgona, en la otra. En la obra de Camille Claudel, Perseo no sostiene una espada, sino un espejo, donde contempla aún el rostro del monstruo que acaba de decapitar y
cuya cabeza sostiene con la otra mano, al lado de la suya. Mientras, el cuerpo
de la Gorgona está aún cayendo. Camille Claudel proyecta en la cabeza de la
Gorgona decapitada su propio autorretrato. Ella, medusa petrificadora –¿monstruo
con el cual cómo no iba a identificarse un escultor?–, está aún viva pero a la
vez muerta, y contempla, perpleja, el
rostro de Perseo en el espejo. O yo o él. No hay otra
salida en la psicosis extraordinaria.
Esquema
En definitiva podemos trazar el siguiente esquema de las diferencias
entre neurosis y psicosis en cuanto a los fenómenos del cuerpo:
NEUROSIS
|
PSICOSIS
ordinaria o extraordinaria
|
Conversión
|
“Neoconversión”
|
Goce descifrable
El sujeto asocia cosas
|
Goce indescifrable
Se abre un abismo de significación
|
Cuerpo recortado por el significante, el lenguaje
|
Cuerpo recortado por una anatomía delirante
|
Φ - Significación fálica
|
Φ0 - Ausencia de la significación fálica
(eventualmente multiplicación falos)
|
Castración simbólica
|
Retorno de la castración desde lo real
|
El cuerpo permite tener síntoma
|
El síntoma permite tener
cuerpo.
(Uso del fenómeno corporal)
|
Falocentrismo
|
Empuje a la mujer
|
Goce localizado en una zona de intensificación erótica –Übertriebung
|
Deslocalización del goce
Relocalización dificultosa,
eventualmente delirante
|
Edipo
|
Regresión tópica al estadio del espejo
Proliferación de lo imaginario
|
“Confección”
|
Invención
Suplencia al Φ0
Una invención macro (“tamaño ópera)”,
en la psicosis
extraordinaria.
Una invención mini (tamaño “teatro de bolsillo”) en la psicosis
ordinaria
|
HISTERIA:
El síntoma gira en torno al
deseo o la defensa contra el deseo. El
dolor es el deseo.
“El síntoma es una flor de
lo simbólico” (Gault).
NEUROSIS OBSESIVA:
El síntoma gira en torno a
la demanda o la defensa contra la demanda.
|
ESQUIZOFRENIA:
Fuera del discurso el
sujeto debe encontrar un uso para sus órganos. Gran atención de algunas
partes del cuerpo habitualmente descuidadas. Pero no necesita un delirio
enorme; solo tiene que encontrar un uso, una función en un órgano.
PARANOIA: Moviliza todo un
sistema delirante para localizar el goce.
HIPOCONDRÍA: Dificultad
para localizar el goce. Φ0 y goce ambulante.
DISMORFOFOBIA: Hay localización del goce, pero P0
CATATONIA: Ausencia de
anudamiento con el cuerpo.
|
Epílogo
Recojamos, para acabar esta exposición, un comentario de la Sección
Clínica de Burdeos8:
“Corresponde al
deseo del analista sacar al sujeto de ese querer gozar en el que su cuerpo lo
tiene fascinado en una trampa sin nombre, aunque asuma el nombre de una
enfermedad.”
Ricard Arranz matiza que es necesario respetar algunas veces el
malestar del cuerpo, cuando se trata de una invención que permite al sujeto
psicótico localizar el goce y apropiarse de su cuerpo.
Cerremos la exposición con una cita de Lacan, de “La tercera”9:
“A fin de cuentas
toda nuestra experiencia procede del malestar que Freud observa en alguna
parte, del malestar en la cultura. Es llamativo que el cuerpo contribuya a ese
malestar de una manera con que sabemos muy bien animar –digo animar por decirlo
así– animar a los animales con nuestro miedo. ¿De qué tenemos miedo? Ello no
quiere decir simplemente: ¿a partir de qué tenemos miedo? ¿De qué tenemos
miedo? De nuestro cuerpo. Es lo que manifiesta ese fenómeno curioso sobre el
hice un seminario durante un año entero y que llamé “la angustia”. La angustia
es, precisamente, algo que se sitúa en nuestro cuerpo en otra parte, es el
sentimiento que surge de esa sospecha que nos embarga de que nos reducimos a
nuestro cuerpo”.
Alín Salom
NOTAS
1. ÁLVAREZ, JOSÉ MARÍA: “Sobre las formas normalizadas de locura. Un
apunte”, Freudiana 76 (2016), p. 77.
3. LAURENT,
ÉRIC: Estabilizaciones en las psicosis,
Buenos Aires: Manantial, 1989, pp. 30-31.
4. El lenguaje divide la subjetividad. El yo que habla no es el yo que
siente o que piensa. Queda un je frente a un moi. Además, el lenguaje descorporeíza, hace perder el cuerpo, espiritualiza
al moi, hace que se identifique con
un sujeto pensante, un je simbólico.
Introduce masivamente la falta en ser.
5. Destacamos del capítulo los párrafos siguientes: “ÉRIC LAURENT. –Esta
mañana hablábamos de psicosis ordinaria. Ahora podríamos decir que abordamos la
relación normal con el cuerpo. La neurosis no es una relación normal con el cuerpo. Presenta lo que se
produce como anormal cuando el pensamiento irrumpe en el cuerpo. Decir que el
sujeto psicótico tiene una relación normal con su cuerpo es decir de otra
manera que el sujeto psicótico está amenazado por la regresión tópica al
estadio del espejo. El cuerpo está permanentemente amenazado por la regresión
tópica al estadio del espejo. El cuerpo está permanentemente amenazado de
estallar; no se sostiene, y hay que hacer enormes esfuerzos para mantener el
cuerpo como uno.
Para un sujeto como Schreber, una vez atravesado el momento más agudo,
necesita tener una imagen frente a él todo el tiempo. Pero hay muchas otras
maneras de ser uno con su cuerpo que olvidamos poner en serie. Muchas cosas que
dependen de la llamada higiene de vida son exactamente del mismo orden que lo
que debe hacer Schreber. La verificación del peso, de la forma del alma, de la
forma del cuerpo, etc., no dependen del pensamiento, sino de esfuerzos para
mantener todo eso en su lugar.
En esa relación normal con el cuerpo, hay interrupciones que no son
del orden del pensamiento. El fenómeno psicosomático es de este orden. […] El
“pensamiento-deseo”, que irrumpe en el cuerpo, depende de la neurosis.
Para que la relación normal con el cuerpo se mantenga, hacen falta
esfuerzos de localización del goce en ese cuerpo. Están los órganos, para los
cuales debe encontrarse una función de localización del goce. Cuando el
esquizofrénico no encuentra eso, tiene que enfrentarse con sus órganos que irrumpen.
En los casos escuchados aquí, encontramos fenómenos que se inscriben en esta
serie.” MILLER, JACQUES-ALAIN Y
OTROS , La psicosis ordinaria, Buenos
Aires, Paidós, 2003, pp. 253-4.
6. Remitimos, para la correlación entre fenómenos corporales y
estructuras clínicas, concretamente a las palabras de JACQUES-ALAIN MILLER en
op. cit., pp. 254-5.
7. SIGMUND
FREUD, Obras Completas, Madrid,
Biblioteca Nueva, 19814, vol.
II, pp. 1633-4.
Freud escribe también, en “Inhibición, síntoma y angustia”: “Cuando se
padece de inhibiciones neuróticas para tocar el piano, escribir o aun caminar,
el análisis nos muestra que la razón de ello es una erotización hiperintensa de
los órganos requeridos para esas funciones.”
8. De Dewambrechies-La Sagna y Jean Pierre
Deffieux. Op. cit., p. 102.
9. JACQUES LACAN, Intervenciones
y textos, Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 102.